Puerta para pobres, puerta para ricos: por qué los nuevos edificios de lujo están resucitando la escalera de servicio
En Londres y Nueva York abundan los edificios segregados, con instalaciones vetadas para los vecinos menos afortunados de sus barrios
Una vez le ha puesto a un edificio de superlujo un gimnasio de primer nivel, saunas, cine privado y solárium con bar en la terraza, a un promotor inmobiliario no le quedan muchas más cosas con las que dejar claro que su proyecto es solo para la élite.
“Ah, ¿no?”, debió pensar el grupo irlandés Ballymore, dueño de la promoción Embassy Gardens, en el suroeste de Londres.
¿Qué tal una piscina-puente suspendida entre dos rascacielos? Cuando presentaron el proyecto en 2015, casi todo el mundo creyó que no llegaría a construirse, pero a principios de 2021 finalmente se inauguró y la piscina apareció en todos los feeds de Instagram y medios del mundo. Embassy Gardens marcó un nuevo hito en la estética del petrolujo, que se percibe también en edificios como Lagasca 99, en Madrid. Pero también se convirtió al instante en el ejemplo más famoso de un fenómeno contemporáneo, los edificios segregados. Para levantarse en una zona que se ha definido como el pequeño Dubai de Londres por los nuevos rascacielos y porque está siempre en obras, los promotores se vieron obligados a incluir en sus edificios de lujo un porcentaje de viviendas de protección oficial en régimen de propiedad compartida, un sistema muy extendido en Gran Bretaña que permite a algunas familias acceder a comprar solo un porcentaje de una vivienda, a veces solo un 25%, con una hipoteca reducida y pagar un alquiler también controlado por el resto.
El truco está en que en Embassy Gardens, y en casi todas las promociones de superlujo que se están construyendo en la zona conocida como VNEB (Vauxhall Nine Elms Battersea) estos propietarios/inquilinos viven nominalmente en el mismo edificio que sus vecinos millonarios, los que han comprado el 100% de unos pisos mucho más grandes y mejor equipados, pero no comparten casi nada, ni siquiera la puerta. Ellos no entran por el lobby de Embassy Gardens con aspecto de museo de arte contemporáneo, sino por un portal lateral muy pequeño que da a la vía del tren y está al lado de las rejillas de ventilación. Tampoco pueden utilizar la famosa piscina-puente, solo mirarla de cerca. “Lo triste es que nunca tendremos acceso, igual que el lobby elegante y todas las otras ventajas de los residentes de los bloques privados. Nadie espera que le den todo esto gratis, pero es que ni siquiera nos dan la opción de usarlas pagando”, explicaba en un reportaje en The Guardian Iqbal, un vecino del bloque pobre de Embassy Gardens. Iqbal se crió en Suráfrica y vivir allí le recuerda al apartheid: “Suráfrica estaba segregada racialmente, pero en Londres hay segregación de clase. Nosotros tenemos una hipoteca y pagamos el alquiler, pero cada día nos hacen sentir inferiores”.
Los vecinos de la “puerta de los pobres” llevan una cuenta de Instagram llamada @real_embassygardens en la que revelan “el lado oscuro” del edificio. Cuelgan posts donde cuentan que ni siquiera funciona bien el agua caliente y comparten fotos de la suciedad de las zonas comunes, de cristales rotos que llevaban tres meses sin cambiar, de contenedores rebosantes de basura que nadie vacía, de colillas en el suelo y de cajetillas de tabaco. Un contraste importante con la cuenta oficial de Embassy Gardens, donde se puede ver a los perros de la comunidad haciéndose un lavar y marcar en la peluquería canina del edificio, imágenes del taller de guirnaldas navideñas que tuvo lugar en el invernadero, promociones de la cabina de masajes, fotos del bar de cócteles, las clases de yoga en la terraza y, por supuesto, múltiples vídeos de residentes bañándose en la famosa piscina.
Ese tipo de tensiones se están multiplicando a medida que se impone el modelo dual: en 2019 los residentes de las viviendas de protección oficial de una urbanización de nueva construcción en Henley, también en el Reino Unido, denunciaron que los promotores habían construido dos zonas de juegos y columpios, de manera que los niños de los pisos caros no se llegan a mezclar nunca con los niños de los pisos baratos.
El término poor door, puerta de los pobres, que ha terminado por definir a esos edificios duales y segregados, empezó a utilizarlo la prensa local de Nueva York en 2014, cuando salió a la luz que se estaba construyendo un edificio de apartamentos de lujo en el Upper West Side que tenía entradas separadas para los residentes subsidiados y para los que pagaban el precio completo. El entonces alcalde, Bill de Blasio, dijo que se oponía a las poor doors pero que no podía hacer nada en ese caso concreto y en el de varias otras promociones que ya estaban en marcha porque las había aprobado el alcalde anterior, Michael Bloomberg. Los columnistas escandalizados hablaron entonces de Downtown Abbey y de las fuentes para afroamericanos que funcionaban en el Sur segregado, y una abogada antidiscriminación, Letitia James, denunció el caso de un edificio donde a los residentes con ayuda oficial ni siquiera se les permitía pagar por usar el gimnasio (como ocurre en Embassy Gardens). Aun así, han seguido construyéndose estas puertas en Brooklyn y Manhattan.
La serie High Maintenance reflejó el fenómeno en un episodio de su segunda temporada donde una pareja encuentra un chollo de apartamento en un edificio de nueva construcción en el que no se les permite usar el gimnasio, la sauna o ninguna de las instalaciones de lujo reservadas para los vecinos ricos. Se hacen amigos de otra pareja que sí tiene acceso a todo aquello y les piden la llave buena, pero estos se la deniegan.
En España no es frecuente que se construyan este tipo de edificios segregados en las nuevas promociones. “Aquí no se separan las dos entradas.”, explica Davide Rigoni, API de InversionesBCN que conoce muy bien el mercado de la vivienda de lujo en Barcelona. “Lo que hacen los promotores es construir la vivienda de lujo y, si está obligado a hacer un 30% de viviendas de protección oficial lo que hace es levantar al lado otro edificio con instalaciones y materiales peores”. Rigoni cita promociones de lujo recientes, como una en la zona de Glòries de Barcelona, en la que el ático alcanza los tres millones de euros de precio de venta y en la que el propietario ha hecho exactamente eso. “Los clientes que compran este tipo de pisos no quieren compartir edificio con gente que no tiene esa capacidad económica”. Otra estrategia habitual, comenta Rigoni, es que el propietario del solar renuncie a construir tantos pisos como podría en una promoción para evitarse cumplir con su obligación legal de destinar un porcentaje a viviendas de protección oficial. En lugar de eso, hacen menos pisos y más zonas comunes, como piscinas, zonas de trabajo, bar y gimnasio. “Eso lo hemos visto en las nuevas promociones de lujo en Via Augusta y en Passeig de Gràcia con Diagonal”.
Lo que sí está muy vigente en las grandes ciudades es el sistema de puertas y escaleras de servicio, pensadas para los trabajadores domésticos. Son todavía muy habituales en zonas como el barrio de Salamanca en Madrid y en la zona alta de Barcelona. Algunas puertas de servicio conectaban con la escalera de servicio, que daba generalmente a la cocina, pero en otros casos, sobre todo en promociones de los setenta y ochenta definidas por cierto gusto aspiracional (en Barcelona, las costruidas por Núñez y Navarro, la inmobiliaria del expresidente del Barça Josep Lluís Núñez que marcó toda una estética en la ciudad), la puerta de servicio simplemente daba al mismo portal que la puerta buena. Su existencia se justificaba solo para dar a entender a los propietarios que habían ascendido de clase social al comprarse ese piso de Núñez y Navarro.
El uso de esas poor doors españolas también se ha ido modificando a medida que han surgido nuevos usos y nuevas figuras que podrían englobarse dentro de la idea de servicio. Por ejemplo, es habitual que las usen ahora los riders que entregan comida a domicilio y los repartidores de paquetería. Una persona que vivió durante años en uno de esos edificios con puerta de servicio explica que decidir quién entra por la parte buena y quién por la puerta de atrás “es todo un entramado” que responde a veces a reglas no escritas. “No suelen existir las canguros por horas, solo las nannies con jornada completa. Son trabajadoras y por tanto entran por la puerta de servicio. También cualquiera que lleve uniforme”. Sin embargo, las au pairs y las institutrices alemanas o británicas que emplean algunas de esas familias utilizan la puerta principal y los profesores particulares que acuden a dar repaso escolar a los hijos pueden usar una escalera o la otra según se establezca la costumbre. “Recuerdo que mi profesora de piano entraba por delante, pero también porque el piano estaba en la parte de delante”, explica. “Sin embargo, el que nos daba repaso de matemáticas, entraba por detrás”.
En algunos de esos edificios, se producen ahora algunas tensiones entre vecinos. “Viví en un piso con una portería gigante y dos puertas. El portero y algunos vecinos muy clasistas insistían en que la de servicio la usaran las cosas con ruedas y los trabajadores domésticos. Había una lucha soterrada por la democratización de las puertas”, comenta un antiguo inquilino de un edificio con puerta rica y puerta pobre.
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