Nakagin sigue en pie: la torre que se construyó para ser demolida desafía a sus creadores (hasta ahora)
Kisho Kurokawa diseñó este edificio tokiota con la idea de que durara 25 años. Medio siglo después, la construcción resiste y su futuro cada vez es más incierto
Es probable que sean los cubos de hormigón más famosos del mundo, y también los que hayan sufrido un proceso de degeneración más hiriente. Se trata de las cajas que conforman la torre Nakagin, el edificio construido en 1972 por el arquitecto Kisho Kurokawa en el barrio de Ginza, Tokio, una ciudad en la que no abundan los iconos arquitectónicos. Además, dichas cápsulas cumplen su funcionalidad: son fundamentales para los ciudadanos que pierden el último tren en Ginza y necesitan pasar la noche.
Cuando se construyó, esta torre era el único ejemplo de la capital del movimiento arquitectónico del metabolismo y fusionaba ideas propias de megaestructuras con otras sobre crecimiento biológico orgánico. Se convirtió en una expresión física del renacimiento económico y cultural del Japón de la posguerra. Según su creador, las cápsulas se concibieron para durar 25 años, tras los cuales sería obligada una renovación en el interior. Han pasado 50 sin que haya sido necesario tocarlas. Hasta ahora. Al parecer, ha llegado el momento de que la Torre Cápsula Nakagin se enfrente a un futuro incierto.
Según el periódico Japan Forward, se avecina su probable demolición, lo que, añade, equivale a decir adiós al futuro. Esta curiosidad arquitectónica, que atrae a turistas de todo el mundo a un barrio dominado por los relucientes edificios de cristal del Japón empresarial y por escaparates de marcas de lujo, es de los pocos que mantiene intactos algunos principios del metabolismo, como la honestidad intelectual: si un edificio es de hormigón tiene que parecer de hormigón y no necesita adornos.
Kisho Kurokawa imaginó 140 cápsulas prefabricadas como pequeños apartamentos de paso para profesionales que quisieran evitar los largos desplazamientos a sus hogares en el extrarradio. Las estancias eran espacios habitables que siguen siendo un icono de la vanguardia arquitectónica. Tatsuyuki Maeda, de 54 años, uno de los mayores fans de este símbolo de la audacia y la imaginación de una época, ha comprado 15 cápsulas en los últimos 12 años y lidera el Proyecto de Preservación y Regeneración del edificio. En una entrevista al diario británico The Guardian, expresa su deseo de que las cápsulas sobrevivan. Maeda comenzó a alquilar algunas de sus habitaciones y a realizar visitas guiadas hace una década para recaudar dinero con el objetivo de preservar la torre. Vive cerca con su familia, pero pasa noches ocasionales en Nakagin. “Este lugar inspira a las personas a ser creativas e innovadoras“.
Pero el tiempo no ha tenido compasión con una estructura que lucha para evitar que el óxido y el cemento desprendidos caigan sobre los transeúntes. Los planes para retirar y reemplazar las cápsulas se pararon debido al alto costo, los desafíos logísticos y las grandes cantidades de amianto que contiene el interior del edificio. La torre lleva años sin agua caliente y no cumple con las regulaciones de resistencia a terremotos de Japón. El futuro de Nakagin parecía estar asegurado cuando un inversor extranjero mostró interés en comprar todo el edificio. Pero, según Maeda, las negociaciones terminaron cuando la pandemia impidió que los inversores viajaran a Japón para ver la propiedad. La supervivencia de las cápsulas depende del proyecto de Maeda para desmontarlas, eliminar el amianto y donarlas a museos, galerías de arte y otras instituciones en Japón y en el extranjero, una propuesta que al menos está de acuerdo con la filosofía arquitectónica de Kurokawa.
Para muchos arquitectos europeos, su supervivencia resulta capital para la arquitectura en general y para la ciudad de Tokio en particular. Gonzalo Pardo, arquitecto del estudio GON Architects de Madrid, que diseñará el nuevo Centro Arqueológico de Lancia, en Léon, considera a la Torre Nagakin “un icono arquitectónico por su carácter abiertamente experimental, por fuera y por dentro. Por un lado, es una edificación muy rotunda que trabaja con planteamientos tan avanzados como los sistemas o la industrialización (ambos reducen costes a la hora de diseñarlo/producirlo); unos conceptos que conducen a la generación de una arquitectura nada formal (de hecho su imagen es algo imprevisible, ya que la agrupación de las cápsulas de otra manera habría dado lugar a otro edificio), que busca de disolución de la fachada en la ciudad. Si su exterior es una joya de la arquitectura del siglo XX, sus interiores, mínimos y galácticos, que recogen la narrativa de las películas espaciales de aquella época, tipo Star Trek, y que recuerdan a la sala de mandos de la nave, son un referente en la historia del diseño doméstico interior. Pensados desde la ergonomía de quien lo va a utilizar (no hay esquinas, todo está a la altura que tiene que estar para no darte en la cabeza, los sistemas de almacenaje bajo la cama y en toda la cápsula y, por supuesto, la ventana circular) significaron un avance respecto a la tecnología del momento”.
Con un área de 10 metros cuadrados, cada cápsula venía con un cuarto de baño, un televisor Sony Trinitron, una cama individual, un radiocasete, un teléfono de marcación giratoria y una gran ventana circular a través de la cual los residentes han visto la historia de Tokio y su cambiante paisaje urbano. Según Pardo, la torre es determinante desde un punto de vista sociológico, pero también ideológico: “Es un edificio avanzado a su tiempo, plantea un modo de vida, una forma de habitar muy de ahora: desde el absoluto individualismo. Si te dicen que este edificio se ha construido en la segunda década del siglo XXI, te lo crees”.
No faltan viajeros que acuden a este rincón de Ginza para fotografiar su monumento arquitectónico más famoso. Los extranjeros superan en número a los japoneses en las visitas guiadas, y muchas firmas de moda han utilizado su telón de fondo vintage y brutalista para sus sesiones de fotos. Entre los visitantes ilustres se incluyen, el actor Hugh Jackman, protagonista al igual que el edificio de la película de 2013 Lobezno inmortal. “De alguna manera, el edificio cápsula es muy contemporáneo porque trabaja con el espacio, pero también con el tiempo. Y esto es lo interesante. A pesar de que el planteamiento inicial era que la vida útil de este edificio fuera de 25 años, es una pena que se quiera desmantelar porque encierra una gran parte de la historia de la arquitectura en sus paredes. Los gobiernos, apoyados por un comité de expertos en la materia, deberían catalogar este tipo de construcciones singulares y tratar de conservarlas”, afirma Pardo.
El grupo de preservación ha recibido consultas de museos en EE UU, Gran Bretaña, Alemania, Francia y Polonia, con la esperanza de desempeñar un papel activo en la protección del legado de este experimento japonés con el metabolismo. “Los europeos comprenden la necesidad de preservar edificios como este, mientras que Japón todavía se guía por una mentalidad de derribar y reconstruir”, dice Maeda, quien se decidió a comprar la primera cápsula mientras miraba el edificio desde su antiguo lugar de trabajo. “Siempre pensé que quedarían perfectas en una pequeña isla, en medio de un bosque o incluso en el fondo marino”, añade en The Guardian, y asegura que pasará en Nakagin algunas noches hasta que se decida el destino de las cápsulas. Ya lo decía Roland Barthes, el arte es una llamada. Ya se verá si llega.
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