Práctica, indestructible e inspirada en una lavadora: así entró la cafetera italiana en el 90% de los hogares
La invención de la Moka Express, que salió al mercado hace casi un siglo, revolucionó el consumo de café instantáneo. Su diseño octogonal y de aluminio ha servido hasta para albergar las cenizas de Renato Bialetti, impulsor de la marca
“¡En casa, un espresso como el del bar!”. Con este eslogan se anunciaba la cafetera Moka Express de Bialetti hace 90 años, cuando salió al mercado. Como suele ocurrir con el marketing, nada en él era casualidad. Para una parte sustancial de la población de la Italia fascista de los años treinta, tomar un café en un establecimiento hostelero era un pequeño lujo que uno no se podía permitir todos los días. La opción de hacérselo uno mismo, antes de salir a la calle, resultaba más rápida y barata y aún conservaba un regusto aspiracional. Esta cafetera doméstica fue un éxito inmediato de ventas, pero la explosión llegó a mitad de siglo, al someterse a fabricación industrial. Se estima que en la Italia actual está presente en el 90% de los hogares. La Europa mediterránea es su principal feudo, pero, según la compañía, a día de hoy se han vendido más de 300 millones de unidades en todo el mundo. Y por su belleza y perfección funcional forma parte de prestigiosas colecciones de diseño. La moka ha sobrevivido a crisis financieras y a la proliferación de las máquinas de cápsulas. Porque, como el aluminio del que está hecha, es extraordinariamente dúctil y resistente.
El invento de la moka estuvo precedido de otro también magistral, el café exprés, o espresso por su nombre italiano. En 1884 el turinés Angelo Moriondo ya había presentado una patente en la Exposición General de la capital piamontesa, pero la primera máquina para preparar café espresso que llegó a comercializarse la registró Luigi Bezzera en Milán tras el cambio de siglo. Desde 1905, Desiderio Pavoni empleó esta patente para venderla bajo su marca La Pavoni.
Con anterioridad la bebida se preparaba de manera no muy distinta a la turca, como una larga infusión de agua hirviendo en café molido que generaba un brebaje amargo y algo terroso que debía endulzarse con azúcar. El nuevo método lograba un resultado más puro y delicado utilizando presión para que el agua caliente atravesara con rapidez una capa gruesa de café. La invención generó a su alrededor toda una cultura que para Italia se ha convertido en rasgo de identidad. Irónicamente, al principio se dispensaba sobre todo en los llamados bares americanos, como el Caffè Maranesi de Florencia, donde la clientela tomaba su bebida de pie en lugar de sentado en una mesa. Hasta que en 1933 Alfonso Bialetti (1888-1970), hombre de negocios italiano que había abierto una manufactura de objetos de aluminio al regresar de una década de trabajo en ese mismo sector en Francia, irrumpió con la moka.
El nombre era un homenaje a la ciudad portuaria de Yemen que había liderado el mercado cafetero entre los siglos XV y XVII, aunque en España se conozca sobre todo como “cafetera italiana”. Se fabricó en aluminio porque, en pleno periodo autárquico decretado por Mussolini, el país veía restringidas sus posibilidades de importar acero y, a cambio, acumulaba notables reservas de bauxita, de donde se obtenía aquel metal. Su diseño facetado octogonal característico de la época, dentro del repertorio art déco abrazado por la estética fascista, terminó resultando atemporal, o más bien de una modernidad perenne. Como lo es el propio objeto: una buena cafetera italiana resulta prácticamente indestructible, así que se le puede dar uso diario durante décadas sin más mantenimiento que la reposición periódica de la goma del filtro, su componente más perecedero.
Cuatro piezas principales componen el aparato: un hervidor donde se vierte el agua y que queda en contacto directo con la fuente de calor; un filtro extraíble donde se coloca el café molido; una cubeta superior a la que asciende el líquido una vez obtenida la presión suficiente gracias al vapor resultante del punto de ebullición, que además incorpora un segundo filtro sujeto con una goma circular y un mango exterior de baquelita u otro material termorresistente; y la tapa coronada por un tirador. Al parecer, Alfonso Bialetti se habría inspirado en la lessiveuse, una rudimentaria lavadora inventada en la Francia del siglo XIX de idéntico mecanismo, que para entonces ya estaba en desuso.
Durante su primera década de vida, la Moka Express de Bialetti se produjo de forma semiartesanal, lo que permitía que de su fábrica en Crusinallo di Omegna, cerca de Turín, salieran unas 70.000 unidades al año. Pero Renato Bialetti, hijo de Alfonso, tomó las riendas del negocio en 1946, tras la Segunda Guerra Mundial, e industrializó el proceso, lo que propulsó el ritmo productivo, que acabaría llegando hasta los cuatro millones de cafeteras anuales. También por iniciativa de Renato, en 1953 apareció el omino coi baffi (hombrecillo con bigotes), obra del historietista Paul Campani, que caracterizaba al producto en las campañas visuales. Desde 1967 el omino –que alza un dedo, obviamente pidiendo un café- se hace estampar en las propias cafeteras para distinguirlas de la competencia, y reforzando la imagen de marca.
En Italia la moka reemplazó rápidamente a la vieja cafetera napolitana o cuccumella, que también permitía preparar el café en casa, aunque con algunas desventajas: era necesario darle la vuelta cuando el agua rompía a hervir, y la infusión no se obtenía gracias a la presión sino por efecto de la gravedad (el agua desciende en lugar de ascender), con lo que el proceso resultaba más lento. Sin embargo, aún se utiliza, sobre todo en algunas zonas del sur de Italia, en honor a cierta tradición.
El MoMA de Nueva York y el museo de la Trienal de Milán incorporaron la Moka Express de Alfonso Bialetti a sus colecciones de diseño. Aunque sus formas por fuerza tuvieron que fascinar a los futuristas italianos, siempre favorables a los diseños que sugirieran ligereza y modernidad, no ha sido hasta tiempos más recientes cuando un creador plástico de renombre internacional la ha adoptado como motivo característico. El artista multidisciplinar sudafricano William Kentridge (Johannesburgo, 67 años) la emplea de forma recurrente, atendiendo a sus líneas antropomórficas. En su serie documental Self-Portrait as a Coffee Pot (2022), traducible como Autorretrato como una cafetera, Kentridge se entrevista a sí mismo desde un prima visual cercano al cine de Dziga Vertov o Chaplin, autores en activo justamente en los tiempos en que la moka apareció en el mercado.
Sin embargo, es más que un objeto bello y funcional. Su uso ofrece un compendio de estímulos para los sentidos, que comienza con el característico sonido de borboteo que anuncia la salida del líquido y sigue con el aroma que de inmediato extiende a su alrededor. Frente a esto palidece el zumbido de las máquinas de cápsulas, que sin embargo han supuesto una amenaza para la tradicional cafetera italiana. Nolo Botana, fundador de los establecimientos de café de especialidad de Hola Coffee y Misión Café, prefiere la moka por diversas razones: “Es cierto que las cápsulas son un producto de uso fácil y que no ensucia, pero tienen su punto menos sostenible. Además, la moka posibilita comprar el café que tú quieres, con la información de trazabilidad hasta el productor, y puedes molerlo en el momento, con lo que siempre obtendrás un gran café”.
Sin embargo, la capacidad de la Nespresso para producir un café de una calidad en teoría similar pero tan rápido como el instantáneo, junto con un posicionamiento cercano al del mercado del lujo y la popularidad que le proporcionó la contratación de George Clooney como reclamo publicitario, contribuyeron a su rápida expansión a partir de los dosmiles (si bien la patente de Nestlé data de 1976). Esto perjudicó las ventas de la moka, de las que dependía la empresa Bialetti, que en 2017 quedó al borde de la insolvencia con una deuda financiera de casi 80 millones de euros y pérdidas de 5 millones. No fue esta su única crisis financiera: en realidad, desde los años setenta la marca ha atravesado dificultades que han tratado de resolverse mediante fusiones y compras de capital por otras compañías y la diversificación del producto. Sin embargo, los cambios de consumo generados tras la pandemia han favorecido una nueva popularidad de la cafetera tradicional, que ha escalado tanto en la apreciación del público como en niveles de ventas.
Moreno Faina, director de la Università del Caffè de Illycaffè, considera que la celebración del 90º aniversario de la moka original es un claro ejemplo del éxito tecnológico de esta cafetera: “La moka ha representado y sigue representando un modelo virtuoso y sostenible en la preparación del café”, afirma. “En comparación con las preparaciones de café de filtración por gravedad, como el café de filtro, chemex, V60, etcétera, la preparación de café con una moka, una filtración a presión, permite extraer más sustancias del polvo en un tiempo más corto y con mayor intensidad aromática y gustativa si se usa un café de alta calidad”.
Moreno Faina proporciona algunos consejos para optimizar el resultado: “Las acciones empiezan con la elección del café, siendo ideal un blend de los mejores de la variedad Arábica, y su adecuada molienda. Después, no se debe exagerar con la dosis indicada ni compactar el café en polvo en el filtro; hay que mantener la fuente de energía a baja intensidad durante todo el proceso de extracción, con la llama de la cocina entre mínima y media, y detener el proceso con las primeras gotas de café, justo antes de que el flujo comience a burbujear y el riesgo de quemarlo sea muy alto. Remueva bien todo el café así obtenido y sírvalo en una taza”.
Pero preparar café no es el único uso posible para una cafetera italiana. Cuando en 2016 falleció Renato Bialetti, se difundieron unas pintorescas imágenes del funeral religioso donde el sacerdote oficiaba frente a una enorme moka que albergaba las cenizas del difunto. Poco podía hacerse ya por este contenido; al continente, en cambio, aún se le augura larga vida pasados los noventa.
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