Un palacio de cuatro plantas de 20 metros cuadrados
En el proyecto de rehabilitación integral de una pequeña vivienda en Barcelona pueden rastrearse ecos del cine de David Lynch o Michelangelo Antonioni, la Alicia de Lewis Carroll o la arquitectura de la ensoñación y la paradoja de Giovanni Battista Piranesi
A juzgar por lo que ha hecho Raúl Sánchez con BSP20, su proyecto de rehabilitación integral de una estrecha vivienda de cuatro plantas, las buenas ideas caben en todo tipo de dimensiones y se adaptan a cualquier formato. Sánchez también ha demostrado que una completa ruina se puede transformar en un edificio espléndido en su modestia, y en un rescate de las esencias de la Barcelona popular de finales del siglo XIX en el que pueden rastrearse ecos del cine de David Lynch o Michelangelo Antonioni, la Alicia de Lewis Carroll o la arquitectura de la ensoñación y la paradoja de Giovanni Battista Piranesi.
El propio Sánchez cuenta a ICON Design que todo empezó hace ocho años, con la llegada a su estudio (Raúl Sánchez Architects) de “un cliente alemán enamorado de Barcelona”. El hombre había comprado “una casa muy pequeña, de apenas 20 metros de planta, construida a finales del XIX y en estado de franco deterioro”. Estaba en el corazón del Born, cerca de la basílica de Santa María del Mar y casi anexo a otro par de edificios que, según explica Sánchez, “capturan la esencia paradójica y mestiza del barrio: un sex shop y una mezquita”.
Una fachada con cicatrices
Para el arquitecto, el encargo de rehabilitar aquella esbelta ruina era “un caramelo, una joyita, uno de esos regalos que te hacen a veces la profesión y la vida”. El cliente resultó ser un hombre tenaz, sensato y receptivo a las ideas del arquitecto, pero tenía un par de exigencias previas que a Sánchez le generaron al principio un cierto rechazo: “Quería una fachada de ladrillo visto y mosaico hidráulico”.
Al final, ese par de elementos, en principio alejados de su mundo estético, han acabado resultando para Sánchez motivo de inspiración: “Son un par de síntomas de esta moda contemporánea de aferrarnos a la tradición, sobre todo cuando se trata de construir en entornos con tanta textura humana y tanto arraigo como el centro de Barcelona. Pero integrar esos condicionantes en mi propia idea sobre el edificio sin que lo encorsetasen ni lo devaluasen ha sido un gran reto técnico y estético que me ha ayudado a disfrutar del proyecto”.
BSP20 es el fruto de un proceso accidentado. “Primero, porque el espacio no reunía las condiciones para obtener la cédula de habitabilidad: 85 metros cuadrados divididos en cuatro plantas suponen una verdadera pesadilla cuando tienes que construir en ellos un salón, un dormitorio, una cocina y un baño que cumplan todos los requisitos legales y burocráticos”.
Superados con dificultad los primeros trámites, “la casa fue okupada”, y el proceso de desalojo de esos huéspedes clandestinos, “que contribuyeron al ya considerable deterioro de la finca”, se prolongó más de tres años. En ese periodo, la situación familiar del cliente cambió. Ya no se planteaba pasar largas temporadas en Barcelona, menos aún en un espacio cuyas dimensiones resultaban poco adecuadas para vivir “con su nueva pareja y una niña recién nacida”. Pero sí quiso seguir adelante con el proyecto, “por pura perseverancia y también por apego a lo que estábamos construyendo”.
Tantas pausas y contrariedades tuvieron un efecto paradójico: “Mi idea inicial se fue depurando, de manera que cada vez me resultaba más atractivo conservar el ladrillo visto, a medida que íbamos descubriendo la fachada y quedaban a la vista las profundas huellas que décadas de sufrimiento habían dejado en la superficie del edificio. Aquellos muros golpeados y arañados en los que la piedra convivía con la mampostería y se alternaban ladrillos grandes y pequeños cada vez me parecían más hermosos, como un rostro curtido y lleno de cicatrices”.
Al que no parecía convencerle tanto era al cliente, que llegó a sugerir que tal vez había llegado el momento de “enyesarlo todo”. Sánchez fue capaz de reconducir la situación, como hace siempre que encuentra un interlocutor receptivo: “Yo tengo que sentirme satisfecho con lo que planeo y construyo, pero será el cliente el que viva en el espacio que he pensado para él. Hay que buscar un punto de encuentro razonable, y no siempre es fácil.
Hoy, Sánchez contempla BSP20 como un edificio “con alma” y sello de autor, muy representativo de su forma de concebir la arquitectura: “Me gusta incluso la reinterpretación del mosaico hidráulico que hemos hecho. Y, en especial, sus suelos de vidrio, su escalera de fantasía, el contraste entre la crudeza de la fachada y la sofisticación cálida y doméstica del interior… También la manera un poco lúdica de concebir el espacio, con rincones que se comunican entre sí de manera poco convencional y que lo harían ideal para jugar al escondite, ya que en todas partes hay puntos de fuga, no te quedas atrapado en espacios de un solo acceso”.
Imaginación al poder
Nacido en Linares (Jaén) hace 43 años, Raúl Sánchez estudió arquitectura en la Universidad de Granada por consejo de su hermana mayor: “Ella veía que se me daban bien los estudios, así que le parecía lógico que optase por una carrera técnica, exigente y con buenas perspectivas profesionales. A mí me pareció buena idea, pero nunca tuve vocación de arquitecto. Mi hermana decidió por mí”.
Sus primeros años de carrera fueron decepcionantes: “No sabía dibujar y me vi inmerso en un mundo incomprensible de formas abstractas y cálculos complejos”. Todo cambió en el tercer curso, cuando un profesor en concreto le despertó a la dimensión cultural, humanística y estética de la arquitectura: “Nos hablaba de cine, de libros, de música”. Empezó a leer y sobre todo “a comprender”: “Me acordé de la fascinación que había sentido en la infancia por Twin Peaks, la serie de David Lynch, con aquellos desconcertantes espacios de arquitectura imaginaria, como la habitación roja. Descubrí el cine de Godard, Truffaut y Antonioni desde una perspectiva intelectual y estética, releí a Lewis Carroll, empecé a fijarme en cómo toda esa rica tradición se filtraba en la obra de arquitectos como Francis Lloyd Wright, Carlo Scarpa o visionarios como Piranesi”.
Descubrió, en definitiva, que la mejor arquitectura es arte y diálogo creativo con el pasado, que los edificios “tienen una esencia y una narrativa”. Luego esa ambición y esa vocación de estilo hay que hacerlas compatible “con una serie de realidades más prosaicas: qué construyes, para quién, dónde, cómo, con cuánto dinero”. El resultado de todo ello es una profesión “fascinante y alta exigencia” que él lleva ejerciendo desde hace más de 15 años. En ese tiempo, ha materializado espacios de los que está particularmente orgulloso. Como el dúplex Tibbaut, un sótano que tiene “algo de la habitación roja de Twin Peaks, pero también de los espacios en que Monica Vitti se angustiaba en Desierto rojo”, una de las más sugerentes películas de su héroe cinematográfico, Antonioni.
La arquitectura que le interesa procede así, rescatando ideas de aquí y de allá y convirtiéndola “en espacios complejos”. No hace falta que se trate de proyectos de gran envergadura: “A mis clientes les suelo decir que su casa va a ser su universo, así que, ¿por qué convertirla en un espacio convencional que se agote al primer vistazo?”. Un buen cliente es aquel que se deja sorprender: “Yo les insisto en que no me digan cómo quieren que sea su casa, sino cómo quieren vivirla. Aunque sean ellos los que pagan, a mí me tiene que estimular lo que hago, si no prefiero no hacerlo. Aunque soy flexible. Si necesitas un espacio para tocar el banjo sin despertar a tu hija de cuatro años, yo te lo hago, y me aseguraré de que sea útil, confortable, y que tenga un valor estético”. Esta ética del trabajo le arrastra desde que dio sus primeros pasos, y fue puesta a prueba a partir de 2010, los años en que la crisis del sector inmobiliario hizo que no abundasen los proyectos: “Intento no hacer cosas por dinero, o al menos no hacerlas exclusivamente por dinero, porque me resulta empobrecedor”.
En su peor momento, “cuando nadie entraba por la puerta del estudio”, encontró respuestas en la lectura, otro de sus estímulos: “De La odisea saqué la idea de que el destino está escrito y que tampoco hay que angustiarse en exceso por el futuro, sino más bien fortalecer la personalidad y tratar de estar a la altura. Y de Alicia en el País de las Maravillas, que la vida es un juego, que está llena de magia, y que tiene que ser divertida”. El sentido lúdico de la existencia se aprecia en proyectos como los establecimientos por toda Europa de la cadena Impress Dental Studio, “una serie de espacios cinematográficos y que cuentan historias, con una identidad estética común pero cada uno con sus matices y su propia personalidad”. También un minimalista ático en la calle Aribau de Barcelona, Residence 0110, muy cerca de su propio estudio en el efervescente barrio de Poblenou o The Magic Box Apartment, en Viladecans.
Su objetivo es “seguir creciendo sin perder impulso”, conservando esa pasión que se despertó en sus años universitarios. Miralles fue de los primeros que le asomaron a la belleza de la complejidad: “Repasaba sus edificios con el lápiz en la mano y me entusiasmaba al ir desentrañando poco a poco la lógica de sus decisiones estéticas, como me ocurre aún hoy cuando repaso escena a escena esas películas de Wong Kar-Wai tan hermosas y desconcertantes en las que a primera vista no sabes siquiera que está pasando ni quién seduce a quién”. Mirando atrás, le sorprende las satisfacciones que ha ido encontrando en un oficio para el que no creía tener ninguna inclinación: “Al final, resultó que mi hermana me conocía mucho mejor que yo mismo”.
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