Pía León: “No es solamente que comas rico, sino que aprendas algo”
La cocinera peruana ha sido nombrada la mejor chef del mundo en categoría femenina por The World’s 50 Best Restaurants por su trayectoria como jefa de cocina en Central y al frente de Kjolle
En un país donde la comida es una religión sus cocineros tienen algo de sacerdotes. Este mediodía todas las mesas quieren recibir la bendición de Pía León, elegida la mejor chef del mundo en categoría femenina por la prestigiosa lista The World’s 50 Best Restaurants. Hace tres años caminaba por una ruta silvestre de los Andes cuando divisó un árbol que crece en alturas extremas. Sus ramas destacaban como luces de una discoteca por una flor naranja brillante que les nacía por ensalmo. Cuando le dijeron su nombre, Kjolle, supo de inmediato que así iba a llamarse su nuevo restaurante, el que la ha consagrado ahora como uno de los nombres más relevantes de la gastronomía mundial. Aquello fue una especie de revelación.
León cuenta esto en mitad del servicio, apenas 24 horas después de anunciarse el premio, pero no puede evitar estar pendiente, por el rabillo del ojo, del primer plato de los comensales.
—¡Se os enfría el pan!
No hablamos de cualquier pan. Este es de máchica, hecho con maíz molido. Se le unta una mantequilla de cabuya, una planta de la familia del agave, con la que se hace el tequila y el mezcal. Al igual que el Kjolle, solo crece en regiones áridas, por supuesto peruanas. Todos los ingredientes que usa Pía León en su cocina son autóctonos. A su trabajo en los fogones se le une una exploración que la acerca a la botánica y a la entomología. Mientras, la mantequilla se derrite sobre la base del pan. Queda una sensación de orfandad al acabar el bocado, justo tras caer en la cuenta de que este placer no podrá repetirse todas las mañanas de tu vida.
Sorprendentemente, no ha sido difícil reservar una mesa en Kjolle, situado en un edificio vanguardista del barrio de Barranco, en Lima. Perú, con unas de las cifras de mortalidad más altas por covid-19 del mundo, apenas se está desperezando del largo invierno que ha supuesto la pandemia. La maître del restaurante recibe a los visitantes con una mascarilla, al igual que todos los comensales que no tengan nada en la boca. En la segunda planta, en un espacioso salón de paredes de vidrio, espera un menú degustación de siete platos de nombres suculentos. Empiezan a desfilar semillas, tubérculos, corvinas, calamares, vaca, maíz, chirimoya, chaco, yaca, olluco.
Es un festival de la pigmentación. “Para nosotros es muy importante el color, la vista, la primera impresión. Nos concentramos mucho en el primer vistazo. La explicación del plato se centra en la historia del producto. No es solamente que comas rico, sino que aprendas algo. Además del color, las texturas, la simpleza. No es complicado”, explica León al borde de la mesa.
Tiene 34 años y resulta fácil adivinar en ella a la muchacha de 18 que se presentó un día en Central, un restaurante de Lima que acababa de abrir el chef Virgilio Martínez, a ofrecerse como pinche de cocina. Martínez, un tipo delgado, moreno, peinado con la raya al lado, desconfió porque la vio demasiado pituca, como se les dice en Perú a los pijos. Se la imaginaba faltando a menudo por bodas y bautizos de amigos. En realidad, Martínez no calibraba bien lo que tenía enfrente, una predisposición como nunca había visto antes. La nombró asistenta del área de fríos, después acabó de encargada y, después de la renuncia de dos jefes de cocina que no cuajaron, León llegó al puesto más alto. En medio de cacerolas, gritos, comandas, listas de celiacos y alérgicos, surgió una relación entre ellos, de la que ha nacido un hijo. Central triunfó (tres años consecutivos fue nombrado mejor restaurante de Latinoamérica) y el nombre de Virgilio, que había trabajado antes con Gastón Acurio, el primer cocinero rockstar de Perú, agarró fuerza.
León y Martínez forman un matrimonio bien avenido. Regentan en copropiedad Central y Mil, un laboratorio-restaurante en los Andes a 3.680 metros de altura. La figura de León creció a medida que ganó experiencia y fue demostrando sus dotes como chef y creadora. No pudo evitar que se refirieran a ella en ocasiones como la mujer de Virgilio. “Él fue mi guía”, concede ella, melliza de una hermana que se dedica al mundo de la moda. Pero después voló por cuenta propia. El reconocimiento ya lo tenía, pero este espaldarazo viene a enterrar cualquier suspicacia: “He tenido paciencia y he sabido esperar mi momento. Ahora me convierto de repente en un referente para la gente que se inicia en el mundo de la gastronomía”.
Con la misma naturalidad entra al debate que genera el premio. En el pasado dos chefs lo rechazaron al creer que no debería haber una categoría especial para mujeres. León le quita gravedad a la polémica: “Yo estoy agradecida. Es una plataforma que hace más visible el trabajo de las mujeres. Empuja a las que inician. Ojalá pronto no exista esa diferencia y compartamos el mismo premio”. Su observación se basa en la experiencia: cuando entró a Central era la única mujer de toda la plantilla.
Su teléfono no deja de sonar estos días. León no parece agobiada, sin embargo. Con espontaneidad atiende a todos los que quieren conocerla. Vestida de chef, con su melena rubia y sus grandes ojos azules se deja retratar en el salón de Kjolle. Los comensales aguardan atentos, como si siguieran disimuladamente los pasos de una celebridad. En el Perú de hace dos décadas los cocineros se acercaban más a la precariedad de los poetas que a la opulencia de los virreyes. “La gente vendrá con más expectativas que antes”, suelta, con la normalidad de la gente que habla del cielo de panza de burro de Lima, la acumulación de nubes bajas que genera una sensación de irrealidad en la ciudad. León parece más divertida que preocupada ante el reto. Ahora ya conocemos con más exactitud el nivel de su determinación.
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