Tiberi Bar, el último local de Barcelona donde la comida se convierte en una ‘performance’
Los fundadores del estudio creativo gastronómico Tiberi Club cuentan por fin con un establecimiento en Barcelona y su carta es de Fran Baixas, ex cocinera en el I+D de Mugaritz
Todo nació, confiesan, en una marisquería desenfadada de Barcelona, allá por 2017. Cuatro amigos sin vinculación directa con la cocina —dos arquitectos, Helena Fradera (Barcelona, 1988) y Miquel Ruiz Planella (Barcelona, 1990), Roger Vila (director de artes escénicas, Vic, 1993) y Rocío Iglesias Tejedor (periodista y creativa de publicidad, Madrid, 1990)— pusieron sobre la mesa una pasión común por celebrar la tradición, la estética y la comida. Bajo el eslogan de Cuélate y come, que apuntaba ya a su intención de crear eventos pop-up por toda la ciudad, fueron cocinando un concepto creativo y visual en forma de experiencias temáticas. Así surgió Tiberi Club.
El objetivo, que un grupo reducido de personas compartieran en directo su forma de reinventar el acto de comer, y toda la parafernalia cultural que desata este gesto tan primario como siempre revelador. “Para nosotros Tiberi es diversión, juego, alegría, más vino…”, dice Rocío Iglesias. Llamarlo como el segundo emperador romano no fue casual, puntualiza, conocido por sus tremendas bacanales. “Además, es una palabra que en catalán indica ‘ponerse las botas’. Cuando en Navidad estás en casa de tu abuela, y ves la mesa a rebosar de exquisiteces, en la cabeza de un catalán solo aparece la frase quin tiberi!”.
Los primeros eventos tuvieron lugar en la galería H₂O (Verdi, 152, Barcelona), donde Martí Guixé, diseñador y pionero del food design, presentó su proyecto SPAMT (És Pa amb Tomàquet) en 1997. Una cena por temporada para 40 comensales que accedían a la reserva a través de su página web, convocados alrededor de una temática por sorpresa que mutaba con el tiempo y productos de temporada, dio el pistoletazo de salida a un mundo de experiencias que pusieron el nombre de Tiberi Club en el punto de mira de la vanguardia catalana. Todo a través del boca a boca y las redes sociales. Comer uvas o beber de un porrón colgados del techo, montar una bacanal con platos típicos de la zona de Kerala, India, en una casa de campo, reinventar la ceremonia del té, convertir una calçotada en una performance donde todos los comensales compartieran un mismo mantel-babero o participar de la sencillez japonesa en un show cooking ofrecido por Satoi i Tanaka. Estas son solo algunas de las acciones que han acompañado al estudio creativo en su afán por comunicar diversión y tradición a través de la gastronomía, y sin perder la noción del sabor en el transcurso. “En Tiberi hemos huido de esas cartas que combinan en un mismo discurso, por ejemplo, patatas bravas que no pican y tataki de atún. Barcelona ha cambiado mucho desde que empezamos (y nosotros hemos madurado gastronómicamente), sabemos que existe otro nivel. En pocas ciudades como aquí se comenta tanto en sobremesa todo el acto que es venir a un restaurante, pero sigue faltando, ese algo es ambiente”, explican.
Su finalidad es hacer jugar al comensal por medio de ejercicios visuales que descontextualicen la comida, sin olvidar lo fundamental: dar bien de comer. Y lo efímero siempre ha sido la clave de su éxito. La falta de movilidad que trajo la pandemia hizo que Tiberi Club cogiera un rumbo más empresarial, a modo de agencia de eventos, contenido y comunicación, bajo la petición de proyectos trasversales a la carta, pero siempre en torno a la gastronomía. Clientes del mundo de la moda, el diseño o la educación como Inditex, Bimba y Lola, Nomad Coffee, Eastpak o Desigual han llamado a su puerta, seducidos por su forma fresca e inédita de convertir la comida en un ejercicio de performance. Como resultado, han intervenido lugares tan diversos como el Museo Reina Sofía, casas espectaculares en Ibiza y Costa Brava, espacios en el Mercat dels Encants o un simple paseo de cebra. “Tiberi es un lugar hasta ahora no físico, donde reflexionar sobre gastronomía, estética, el comer y sus tradiciones, siempre desde una perspectiva divertida y de juego. Pocas veces nos lo ponemos fácil, y muy pocas hay cocina allá donde hay un Tiberi”, revela Helena Fradera.
Un lugar efímero y sin cocina…. Hasta ahora. Desde hoy, Tiberi Bar (Vila i Vilà 67, Barcelona) es una realidad, cumpliendo los deseos de sus fundadores de contar con una localización donde expresarse con un poco más de tiempo y espacio para llegar así a un público mayor. “Siempre hemos soñado con tener una ‘casa’ donde puedan venir todos nuestros amigos a comer”, confiesan. A la hora de definir esta nueva etapa, tienen claro lo que es y será este nuevo espacio. “Es un bar de vinos, pero también un restaurante, una discreta coctelería y el restaurante de un club, Laut. No es un brunch ni un lugar al que traer tu laptop”. Próximamente, será además el bar de Casa Montjuïc, un espacio cultural y gastronómico que abrirá sus puertas este año internado por jóvenes talentos y proyectos innovadores. Y de ese vínculo cultural, en su carta no falta un bikini —nombre dado al sandwich mixto en Cataluña por la Sala Bikini, donde se sirvió por primera vez—. En Tiberi Bar, explican, dan un giro francés a este bocado de siempre con una capa de bechamel, un guiño a la receta original del croque-monseiur.
Ubicado en el corazón de Poble Sec, un distrito gastronómico en continua ebullición —con interesantes direcciones como Xemei, La Platilleria, Taberna Noroeste, Casa Xica, Mano Rota, Quimet & Quimet o La Raposa—, su interiorismo de líneas depuradas y clínicas viaja hasta locales de moda de Londres y Copenhague, incorporando los accidentes visuales del propio espacio a su relato estético. Diseñado por ellos mismos junto al estudio de arquitectura barcelonés h30, no faltan los espejos ni los sillones de terciopelo enmarcados por placas de mármol verde, paredes blancas, taburetes de aluminio y cuadros de gran simbolismo para sus fundadores. Todo lo necesario para comer también con los ojos en una atmósfera distendida y muy especial. “El tema del ambiente es algo complicado y siempre conlleva dudas, pero confiamos en que las cubiteras compartidas, las diferentes alturas de las mesas, las luces dimerizables, la puerta de cuatro metros de altura, las patatas con huevos y langostinos y nuestra carta de vinos naturales ayuden a ello”.
La carta muta en cada estación. Está ejecutada por Fran Baixas, ex cocinera en el I+D de Mugaritz, al frente del nuevo Folia Pot y colaboradora de Tiberi en eventos efímeros. Promete sorprender con una nueva lectura de la gastronomía catalana en platos como escalivada entre focaccias, mongetes con sepia o caballa en escabeche. “Queremos vincularnos a lo local pero pensando en una proyección universal. Este bar solo tiene sentido en Barcelona”, recalcan. Añaden a su fórmula un paseo dilatado por las Baleares, con homenaje al pa amb coses, ese plato contundente con rebanadas de pan, aceites y sorpresas grasas y ácidas, o la famosa pomada, la bebida isleña de jugo de limón, ginebra y, como recalcan, frescura y verano. “Intentamos que todo sea producto de mercado, fresco y gustoso, fácil de compartir y de comprender, con base de recetas catalanas y mediterráneas, a la que añadimos sabores sorprendentes y depurados que se salen de lo que nuestra mente reconoce como ‘receta de la abuela”.
Estimular a su clientela más allá de contentar al estómago formará parte de su ideario, con intervenciones en manos de cocineros invitados y una programación cultural que incluirá presentaciones de libros o programas de radio. El deleite visual acompañará a cada emplatado con polvos de colores para las patatas fritas, gildas en martinis, porrones con los que beber a morro o aceite en placas de Petri. En materia de vinos cuentan con una carta concisa de referencias naturales, sobre todo de Cataluña, unida a otras rarezas y caldos especiales diseñada junto a Ida Mogren y Benji Sher, de Sucsuc Wine. Para dilatar la sobremesa (o como anticipo), cuentan con cinco cócteles creados por Eric Stephenson, autor de los nuevos cócteles enlatados de Libertine, la coctelería de Casa Bonay. Algunos como el Negroni serán de tirador. “Estamos preparados para ver las caras raras de los clientes cuando vean que su Negroni sale de un grifo, pero desde el tirador la mezcla siempre es perfecta. La hacen en cocina horas antes para que llegue a la temperatura correcta (2ºC) y tarda menos en servírtelo”. El café, sin embargo, lo dejan en manos de quienes saben hacerlo de verdad. “El único que podremos servirte, si es necesario, es uno de filtro del staff”. Para lo demás, hay que descubrirlo en primera persona. Promete no defraudar.