Cenar desnuda para empoderarse: los eventos neoyorquinos que quieren derribar nuestros prejuicios
La impulsora de ‘The Füde Experience’ sostiene que su iniciativa ayuda a combatir la toxicidad de la cultura del cuerpo
Si Virginia Woolf pudiera regresar a la tierra para analizar cuál ha sido la evolución de la mujer en la sociedad, celebraría el que muchas disfrutan ya de “una habitación propia”. Pero es muy posible que pronto constatara que no es suficiente. Para cambiar el curso de la historia es necesaria la fuerza de la comunidad, y si una mujer decide continuar su camino en solitario, suele pagar un coste emocional muy alto. Por eso, en los últimos años el arma más poderosa del feminismo está siendo la sororidad. Cada vez hay más iniciativas que buscan crear, a menudo en espacios exclusivos para mujeres, una atmósfera de confianza y seguridad donde puedan permitirse sentirse vulnerables. Aunque los hombres son cruciales a la hora de encontrar soluciones para conseguir la igualdad, tras 5.000 años de patriarcado, en estos espacios ellas ejercen su derecho a expresarse, ser escuchadas y sentirse cómodas.
En Nueva York, el último ejemplo es The Füde Experience, una iniciativa artística que consiste en eventos que giran en torno a una actividad —una cena, taller de escultura, meditaciones— con el requisito de que hay que estar completamente desnudos. Cuestan en torno a 88 dólares (79 euros) y para entrar se necesita cumplimentar un cuestionario, y según las respuestas uno es aceptado. La idea fue de la modelo estadounidense de tallas grandes Charlie Ann Max, de 29 años, que empezó a organizarlos en Los Ángeles y desde hace poco prepara uno al mes en Nueva York (tiene planes de traerlos a Madrid y Barcelona en agosto). Los actos dan cabida a 36 personas, aunque según cuenta Max a EL PAÍS, reciben miles de solicitudes. Las edades de los participantes oscilan entre los 20 y los 55 años.
Esta periodista asistió al celebrado el pasado 21 de abril en Nueva York. Una arquitecta de la India explicó que asistía porque había empezado a sufrir la menopausia y quería trabajar en la aceptación de su cuerpo. Había quien repetía: “Esta es mi tercera vez asistiendo a Füde, y como en las otras ocasiones, siento que venir aquí ha cambiado mi vida. Estoy profundamente agradecida por el enorme efecto sanador de estos eventos”, manifestó otra de las asistentes. Hay personas que no solo repiten, sino que nunca se han perdido uno de ellos.
Inicialmente, The Füde (un juego con la pronunciación de food, comida en inglés, con el que Max homenajea sus raíces judeoalemanas) estaba limitado a mujeres, personas no binarias y queer para garantizar un espacio seguro a quien pudiera sentirse incómodo al desnudarse en presencia de hombres cisgénero. “Para lograr la igualdad es importante promocionar espacios en los que las mujeres puedan escucharse, sin mediación masculina”, reflexiona vía correo electrónixo la profesora de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense Fátima Arranz Lozano. “Y esto no significa que no haya espacios mixtos”. A medida que la experiencia evolucionó, sin embargo, Charlie Ann Max comprendió que era importante incluir a todas las identidades de género. No obstante, los hombres solo son aceptados si tienen una recomendación directa de alguien que haya asistido a uno de los eventos. “La libertad que da estar desnudo es también un acto de entrega”, explica Max, que señala como clave no sexualizar el estar desvestido. “Y para que los participantes puedan acceder a su ser más puro, la seguridad es mi máxima prioridad” .
“Al eliminar las expectativas y los juicios sociales ligados a la desnudez, favorecemos la conexión con nuestro cuerpo y el de los demás, de una forma profunda y sin ser juzgados. Personalmente, me ha costado mucho llegar a aceptarme debido a la toxicidad de la cultura del cuerpo. Estar desnuda me ayudó a sanar la dismorfia corporal. Me he hecho mucho más fuerte”, prosigue la creadora de The Füde. Como Max, muchas mujeres consiguen empoderarse al sentirse vulnerables, pero seguras, en este tipo de encuentros.
También se benefician los hombres que asisten. Un terapista irlandés, el único hombre cisgénero que acudió al último encuentro, lo explicaba así: “Durante los ejercicios de respiración me he emocionado al conectar con mi tristeza. Al final he visualizado a mi padre de niño, dándome la mano siendo yo también un crío. Ha sido muy bonito. Gracias. No hay muchos espacios donde los hombres podamos conectar con nuestro dolor y sentirnos vulnerables”.
Parte de la filosofía de The Füde es también la que hay detrás de los gimnasios creados solo para mujeres para evitar que se sientan intimidadas mientras practican ejercicio. Una muestra de ello es que en TikTok el hashtag #WomensOnlyGym roza los 48 millones de visitas. La ventaja es que, además de protección, este tipo de lugares crean comunidad. Sucede igual en la industria de viajes, que ha explotado con agencias que organizan ecoaventuras para grupos de mujeres a destinos remotos. O en la multitud de retiros de yoga, detox o meditación que proliferan en el mercado. “Estos espacios son muy relevantes para propiciar el cambio social y el avance en los derechos humanos”, explica Magdalena Suárez Ojeda, directora de la Unidad de Igualdad de la Universidad Complutense de Madrid.
Pero no se trata solo de conseguir que las mujeres se sientan cómodas, sino también de garantizar que se sientan escuchadas. Así lo explicaba la periodista Pamela Paul en The New York Times: “Ya sean trumpistas o tradicionalistas, activistas de la izquierda marginal o ideólogos académicos, hay misóginos a ambos extremos del espectro político que disfrutan por igual del poder de silenciar a las mujeres”.
“No soy una hippy, más bien lo contrario. Pero creo que hay una ciencia detrás del intercambio de energías y de quién te rodeas. Si te rodeas de cinco personas que te inspiran, serás su promedio”, explicaba en 2018 a Forbes la empresaria alemana Kristina Roth al inaugurar SuperShe, una isla en Finlandia donde ofrece retiros para mujeres. En su primer mes de apertura contaba ya con más de 8.000 solicitudes, aunque en cada estancia solo 10 personas eran aceptadas. SuperShe, como muchos negocios de esta índole, se creó con el objetivo de empoderar a la mujer y luchar contra la discriminación de género, aunque fue tachada de ejercer una discriminación de clase, debido a su elitismo. Una estancia de cuatro días cuesta 2.300 dólares por persona (2.072 euros).
Hay quien tacha de sexistas estas iniciativas empresariales creadas solo para mujeres, ya que discriminan a su vez a los hombres. Es algo que rápidamente desmonta Claudia Salazar, escritora, feminista y académica especialista en estudios de género: “Vivimos en una sociedad patriarcal, así que no tiene sentido decir que estos espacios exclusivos para mujeres son discriminatorios. Todo lo contrario, son espacios que permiten que las mujeres puedan empezar a desarrollar su voz, algo que en el día a día (espacios mixtos) no sucede. Seguimos relegadas a una segunda categoría”, observa Salazar. “No se puede decir que desde un lugar subalterno discriminamos a quienes ocupan el lugar hegemónico”.
“Seguir promoviendo eventos exclusivos es necesario para que las mujeres, lesbianas y trans, se sientan en un espacio seguro, para poder así entender que las desigualdades que sufrimos derivan de un sistema estructural y no (solamente) de contingencias personales”, defiende Serena Delle Donne, activista feminista, agente de igualdad y doctora en comunicación e interculturalidad. “Es importante entender que la experiencia individual es también una experiencia política colectiva”, concluye.
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