Kasha Jacqueline Nabagesera, la activista lesbiana que se juega la vida en Uganda
Obligada a vivir con guardaespaldas, lucha por derechos básicos en un país que está promoviendo una nueva ley antigay
Feminista ugandesa, activista LGTBI y una lesbiana orgullosa de serlo. Esta es la fórmula exacta que utiliza Kasha Jacqueline Nabagesera (Uganda, 1980) cuando le toca presentarse a sí misma, pero son mucho más que palabras. En decenas de países del mundo esta expresión no tiene mayores consecuencias; en el suyo, le puede llevar a la cárcel o a la tumba. Si ser homosexual en África suele ser un suplicio de estigma, ocultación y violencia, en Uganda es un auténtico riesgo para la vida misma. Muchos de los compañeros con los que inició su movimiento de defensa de los derechos de los homosexuales hace dos décadas han sido asesinados, golpeados hasta el hartazgo o han abandonado el país. Es una superviviente. Y lo sabe.
De pequeña, en su Kampala natal, escribía cartas de amor a otras niñas. Románticas, apasionadas. La expulsaron de varios colegios por su orientación sexual, pero no fue hasta que llegó a la Universidad que el miedo, las humillaciones y la violencia irrumpieron en su vida. La obligaron a firmar un papel en el que se comprometía a vestir “de manera adecuada” para una mujer y le prohibieron llevar gorras de béisbol y acercarse a menos de 100 metros de los dormitorios femeninos. De repente, se había convertido en una amenaza. A punto de ser expulsada de nuevo, su madre intervino. “Está enferma y no tiene cura. Déjenle terminar los estudios”. Era una estratagema. Sus padres, economista e informática, siempre la apoyaron.
Como en otros 38 países africanos, la homosexualidad conlleva penas de cárcel en Uganda. Con apenas 19 años, Nabagesera comprendió que su vida iba a ser un combate. En 2003 fundó, junto a un pequeño grupo de activistas, la asociación FARUG, la primera que defendía los derechos del colectivo LGTBI en su país. Desde entonces no se ha movido ni un milímetro de la idea que le ha inspirado siempre: “Amar no puede ser un delito”. La publicación de su nombre y su foto en un periódico junto a decenas de gais bajo el titular “¡Colguémoslos!”, el asesinato a martillazos de su compañero David Kato en 2011 o la aprobación de una ley en 2014 para incluir la cadena perpetua entre los castigos a los homosexuales fueron golpes durísimos. Varias veces la atacaron o intentaron violarla. Pero siguió adelante.
Vive en un lugar aislado con la máxima discreción y su coche tiene cristales tintados para no ser reconocida. Se mueve siempre con un amigo guardaespaldas y durante años le resultó imposible encontrar trabajo. Aun así, abrió el primer bar gay de Uganda y sacó el portal Kuchu Times (“kuchu” es la palabra que se usa en lengua suajili para referirse a los homosexuales) y la revista Bombastic, de temática LGTBI. Ahora está en Boston, Estados Unidos, donde sigue un tratamiento médico, pero en Kampala está su vida. Una vez le preguntaron si estaba dispuesta a irse: “Es un gran sacrificio, pero no hay otro lugar en el que realmente quiera vivir y llamar mi casa diferente a Uganda, (…) si me fuera estaría abandonando a la comunidad LGTBI. Si saben que estás cerca les da cierta seguridad… Es una especie de solidaridad”.
Su apariencia es un trampantojo. Delgada, pequeña, frágil, irradia una suerte de profunda timidez. Hasta que coge la palabra. Es ahí donde la activista ugandesa deja salir el torrente que lleva dentro, la profunda convicción de un camino adornado de premios y reconocimientos internacionales en Europa y EE UU, pero, en el fondo, acompañada siempre por el miedo a una nueva humillación, a una violación correctiva (lesbianas violadas por varios hombres para que recuperen su heterosexualidad), a ser asesinada o desaparecer una noche. Porque la homofobia sigue campando en su país.
En marzo pasado, el Parlamento de Uganda aprobó una nueva ley antigay, otra más, que es, en realidad, una vuelta de tuerca a la legislación que ya existía. No solo es que se endurezcan los castigos, llegando en algunos casos a pena de muerte, sino que se tipifica como delito la “promoción de la homosexualidad”. Es decir, puedes pasar 20 años en prisión solo por decir públicamente que eres gay o toda la vida si defiendes a este colectivo. “Esta ley es mucho peor que todo lo anterior, solo por hablar de ello puedes ir a la cárcel. De hecho se obliga a los padres a informar si sus hijos son gais, al igual que a vecinos o profesores”, asegura Nabagesera desde Boston, “toda la comunidad está aterrorizada”. Tras grandes presiones internacionales encabezadas por EE UU y organismos de derechos humanos, el presidente ugandés, Yoweri Museveni, devolvió esta semana la ley al Parlamento para introducir algunos cambios, pero está de acuerdo con el fondo del asunto. “Lo que está claro es que nuestra sociedad no acepta la conducta y las acciones homosexuales”, aseguró.
La activista señala a extremismos religiosos venidos del exterior como los responsables de la ola de homofobia que recorre África. “Hay Iglesias evangélicas occidentales que desembarcan en Uganda para explicar a nuestros líderes cómo proteger los valores de la familia. Nuestro país es la punta de lanza, pero está ocurriendo en todo el continente”. Pese a toda la violencia y el miedo, Nabagesera no pierde la esperanza. “Hemos crecido y somos fuertes como comunidad, hoy nuestra voz se escucha en todo el mundo”.
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