Ni esnobs ni estirados: bodegueros que vale la pena conocer
El mundo del vino está lleno de ínfulas y de enormes egos. Pero si buscas bien, aparecen personas que no responden a esos clichés. Nuestro experto nos descubre 10 personajes que hacen de la enología un sitio mejor.
Cuando llegué profesionalmente al mundo del vino en el 2010 –recuerdo bien la fecha porque fue al día siguiente a que España ganara el Mundial de fútbol– mi mayor virtud vitivinícola hasta esa fecha fue presumir ante familiares y amigos de haber descubierto un tinto de Somontano que vendían en Lidl por poco más de 4 euros y que al saborearlo parecía mucho más. Esa era mi relación con esta bebida espirituosa. Nada más (confieso además que realmente ni siquiera lo había descubierto yo, se lo leí a alguien en Twitter).
Seis años más tarde, hace unos poco meses, abandoné voluntariamente mi actividad profesional en el sector. Atrás han quedado decenas de visitas de bodegas; conversaciones con más de cien bodegueros y enológos; haber probado, catado, disfrutado y bebido alrededor de 1.000 vinos diferentes y haber recomendado –y escrito sobre ellas– cientos de etiquetas que me han ido enamorando.
Meses más tarde me doy cuenta de que al final lo que ha quedado de aquello –además de una magnífica colaboración con El Comidista que espero que nunca tenga fin– no es desenvolverme con soltura ante casi cualquier carta de vino, que mis amigos tiren de mí cada vez que tienen que elegir uno o que algún que otro medio me siga llamando cuando necesita recomendaciones para un artículo. De lo que de verdad estoy orgulloso es de haber conocido a ciertas personas.
Y es que el vino es eso, personas. Esto no va de marcas, ni de viñedos, ni de bodegas emblemáticas, cepas centenarias o prestigiosas denominaciones. Esto va de gente. Fue una de las primeras cosas que aprendí. Para elaborar un buen vino hacen falta dos cosas: terruño y alguien que interprete ese terruño. Y sin lo segundo olvídate de lo primero. Un terruño en manos de un mal enólogo es como la Filarmónica de Viena en manos de Pitbull o la mejor carne de Kobe en un McDonald’s.
Por muy buenos que sean los ingredientes, si el director de orquesta no da la talla es una pérdida de tiempo y dinero. La vid necesita alguien que la entienda, que sepa cuándo podarla, vendimiarla; que sepa dar a su fruto el punto de crianza que merece, saber cuándo embotellar y sacar a la venta. Y si ese alguien además tiene visión comercial, ahí hay una historia de éxito. Y si además tiene carisma y es un buen tipo, pues tiene muchas posibilidades de estar en esta lista.
Este decálogo es la lista más subjetiva que he hecho en mi vida. Son las 10 personas de entre las cientos que he conocido, convivido, compartido una copa, negociado, visitado su bodega, entrevistado, grabado… que más han merecido la pena. Detrás de cada etiqueta de vino hay un rostro. Y quizá los rostros sean el lado desconocido del mundo del vino. Estos son mis 10 rostros favoritos. 10 tipos que –en mi opinión– deberías conocer si a ti también te tiene atrapado el mundo del vino.
Francesc Grimalt (4 Kilos): el roquero del vino mallorquín
Te encuentras a Francesc en la barra de un bar y le preguntas a qué hora sube a tocar. Lo último que te imaginas es que detrás de esas patillas, vaqueros y camiseta se encuentre el creador de 4 Kilos, para muchos –no soy el único–, una de las bodegas más carismáticas de España, sita en Mallorca, en Felanix. Francesc es un hombre tranquilo, familiar y enamorado de su pueblo y de su proyecto, 4 Kilos, que debe su nombre a los cuatro millones de las antiguas pesetas que conformaron el capital que dio inicio al proyecto. Él, puso 2. Y su socio, Sergi Caballero, uno de los impulsores del festival Sonar, la otra mitad. Entre los dos han hecho maravillas con el terruño mallorquín. Francesc, quizá el enólogo más alejado del postureo del mundo del vino que he conocido, elabora los vinos. Sergi crea las etiquetas. El matrimonio es perfecto. El resultado es sabroso y realmente divertido. Un vino: Gallinas&Focas, un sorprendente tinto solidario elaborado con uvas autóctonas de la isla (20€ aprox).
Miguel Ángel de Gregorio (Finca Allende): si no existiera, habría que inventarlo
Habla de sus vinos cómo si no hubiera otros en el mundo. Y esa pasión y convicción me gustó desde el día en que le conocí, hace ya unos años, pisando el vetusto viñedo del que nace Allende, en Briones, tierra que de Gregorio ama hasta el extremo. Es un enólogo reconocido que además cuenta con una avispada visión comercial, lo que le ha llevado a ser un tipo sin el cuál no se entendería la historia de Rioja. De sus vinos no os voy a hablar porque se presentan solos (Allende, Mártires, Calvario, Aurus). De él decir que es extremadamente directo, sin pelos en la lengua, y capaz de ser el centro de la mesa no solo hablando de vino, sino de historia, literatura o lo que se precie. Fina ironía y mucha experiencia: un gusto de tipo con el que siempre me lo he pasado magníficamente bien. Un vino: Mártires, un blanco de echarse a llorar (80€ aprox).
Richi Arambarri (Vintae): la democratización absoluta
Ha retado a todo el sector –aunque él nunca lo dirá así– a base de democratizar el vino bajo el paraguas de su empresa, Vintae. Etiquetas y conceptos directos y divertidos (los Matsu de Toro, López de Haro de Rioja, la Spanish White Guerrilla…), vino de buena calidad y precio competitivo. Una fórmula que le ha dado el absoluto aplauso del consumidor, la por el momento tímida aprobación de la crítica –aunque va ganando adeptos entre la prensa según pasan los años– y cierto resquemor en el sector, que al principio le miró por encima del hombro y hoy le envidia. Le conocí muy al principio de mi periplo vinícola: fui acongojado a dar una charla sobre comunicación a varios bodegueros de Rioja y el único que se acercó a echarme saludar al acabar el speech fue él (la charla fue muy mala, sí). Aquella noche me sacó de vinos por Logroño. Si te lo cruzas por ahí, invítale a una copa, es uno de los bodegueros que más merece la pena de este país y de los que más claro tiene que esto del vino no va de snobs, va de divertirse. Un vino: Matsu El Viejo, para mí su mejor vino, y eso que elaboran decenas de marcas (35€ aprox).
Los Peique: el vino en familia sabe mejor
El mundo del vino es un mundo de familias. Pero hay familias y familias, y esta es de las que molan. Los Peique –de Bodegas Peique– representan una de las historias más sinceras de elaboración de vino en el Bierzo. Una bodega humilde gestionada por un clan que desde el principio creyó en el proyecto y que comenzó vendiendo sus primeros vinos de bar en bar por los pueblos cercanos. Hoy cuentan con una envidiable variedad de etiquetas de gran calidad, pero lo que para mí les da prestigio es el trabajo duro y la pasión por la viña. Tuve la suerte de pasar un día con ellos en la bodega y sus viñedos y el amor que transmitían por el trabajo bien hecho hacía que sus vinos supieran todavía mejor. Si te gusta el vino prueba los de Peique, no te arrepentirás. Un vino: Peique Viñedos Viejos, la uva mencía en su esplendor (15€ aprox).
Borja Osborne (Vinos Iberian): un señor en un mundo hostil
El negocio del vino es hostil. Y Borja es un caballero dentro de este negocio. Cuenta que comenzó a interesarse por el mundo del vino siendo niño, el día que estando en clase la profesora le espetó que cómo podía no saber lo que era la filoxera apellidándose Osborne. Borja pertenece a una rama de la conocida familia que hace más de 15 años creó Viñas del Jaro en Ribera del Duero, el origen de Vinos Iberian un grupo ya consolidado de bodegas en diferentes denominaciones de origen. Es un tipo humilde, irónico, muy curioso y con ganas de aprender constantemente. Me cayó bien desde el día que le conocí. Es currante y tiene mucho oficio. Es más empresario que bodeguero, pero siempre habla del vino con una pasión digna del enólogo más entregado. Un vino: Aromaz, quizá una de sus etiquetas más desconocidas, de tierra castellano-manchega (6€ aprox.)
Miguel Gil (Bodegas Juan Gil): el ingeniero que puso Jumilla en el mapa
Juan Gil ha dejado de ser un nombre propio a ser un nombre de vino. “-¿Cómo te llamas? -Juan Gil. -Anda, como el vino”. Juan Gil es el nombre de la bodega que ha puesto Jumilla en el mundo vitivinícola, y que además es el germen de una serie de exitosos proyectos en varias zonas de España. El proyecto que lidera ha demostrado que en Jumilla (tierra de vino a granel hasta hace media hora) se pueden elaborar referencias de calidad extrema, de los que llaman la atención de la crítica internacional (Clio y El Nido). Pero por lo que yo le pongo en un pedestal es por la creación de Laya, un tinto nacido en Almansa de alrededor de 6€ que triunfa allá donde se descorcha. Miguel es un tipo brillante, humilde y reflexivo, que cuando se pone a hablar de vino sienta cátedra, que ha sabido hacer del proyecto familiar (que el año pasado cumplió cien años) un embajador del vino español en el mundo. Un vino: Laya. ¿Que no conoces Laya? Cierra ahora mismo el ordenado y baja a comprar una botella (6€ aprox)
Vicente Dalmau (Marqués de Murrieta): genio y figura
Para disfrutar bien de Vicente hay que tenerlo cerca. Es un tipo inspirador, enérgico, con discurso y con unas ganas envidiables de comerse el mundo. Tomó las riendas de la bodega familiar muy joven tras el repentino fallecimiento de su padre. Y ha hecho algo más que mantener el prestigioso. Sí, hablo de la archiconocida Marqués de Murrieta. Está tan preocupado por mantener el prestigio de la familia, como por el espectacular castillo que alberga la bodega, como por la calidad y prestigio de sus tintos y blancos. Tiene cintura y un envidiable saber estar que le permite gozar tanto del beneplácito de la crítica –apoyado por sus espectaculares vinos–, como el respeto de la prensa (desde la de toda la vida a los advenedizos como el arriba firmante). Si topas con él ,pídele que te enseñe la bodega: que te lleve a pasear por el Castillo de Ygay es sumergirse en la historia de Rioja. Un vino: Capellanía, quizá uno de los mejores blancos con crianza de España (20€ aprox).
Richard Sanz (Bodegas Menade): el azote de Rueda
Un loco de la comida japonesa, orgulloso padre de familia y creador de una de las bodegas que mejor trabajo están haciendo con el verdejo: Bodegas Menade. Richard lleva toda su vida ligado al mundo del vino por familia, y hace unos años se aventuró junto a sus hermanos a crear su propio proyecto. Enamorado de la naturaleza y de dejar que cada cepa se exprese a su modo, no tiene ningún reparo en señalar que Rueda, la tierra donde se ha criado, está descuidando la autenticidad por la industrialización y pelea porque sus vinos sigan siendo pura verdejo. Es un tipo muy jovial y divertido que ha hecho de su forma de vida su pasión (y viceversa) y que lo transmite por cada poro. Charlar y beber con él es un placer por su humildad y su bonita forma de ver la vida. Todo corazón. Un vino: Nosso, el verdejo más verdejo (9€ aprox)
Roberto Aragón (Cillar de Silos): la pureza de Ribera del Duero
Si Ribera del Duero se tuviera que reencarnar en un bodeguero, Roberto Aragón tendría bastantes posibilidades de ser el elegido. Es un tipo envidiable: su bodega, Cillar de Silos, tiene una de esas historias que merece la pena seguir por su mejora y su espíritu por crear, innovar y sobre todo mantener unos estándares de calidad imbatibles. Su última creación es Golfo, el primer vermut de Ribera del Duero, y anda liado con unos tintos de nicho que seguro darán mucho que hablar. La bodega la lleva junto a su hermano Óscar y es en mi opinión una de las historias más sinceras de la ancha, extensa y poblada Ribera. Es un tipo honesto, divertido, muy de la tierra y muy pegado a la tierra. Uno de los mejores descubrimientos (y sus vinos, también). Un vino: Golfo, el primer vermut de Ribera del Duero (12€ aprox)
Benjamín Romeo (Bodega Contador): derroche de carisma
Le conocí en persona el último día de vendimia en el viñedo de Bodega Contador en 2014. No olvidaré ese día en mi vida: hacía un frío que pelaba y llovía; Benjamín, cual patrón, dirigía el trabajo en el viñedo mientras nos explicaba las virtudes de aquella tierra. Recuerdo su cara de emoción al ver entrar el último grano de uva en bodega para pasar por la mesa de selección. Fue una vendimia dura, pero Benjamín sabía que era excelente (Predicador 2014 está ahora en el mercado, ahí está una de las pruebas si gustas). Romeo es quizá el enólogo más carismático que he conocido. Directo, soñador, muy creativo y portador de la proeza de haber conseguido 100 puntos Parker en dos años consecutivos: Contador 2004 y 2005. Compartir mesa con él no solo va de vino, sino que discurre de forma natural por el mundo del arte y de la música. Tiene una conversación que marida –qué bien traído, eh– excelentemente con cualquiera de sus vinos. Un vino: Predicador Tinto, un homenaje a Clint Eastwood que entra como la seda (20€ aprox.)
Bonus track. Rafael Moneo (La Mejorada): un arquitecto entre viñedos
Sí, es el Moneo que todos conocemos. El de la ampliación del Museo del Prado, el Ayuntamiento de Logroño o el Kursaal de San Sebastián. Premio Pritzker y, desde hace unos años, bodeguero. Rafael se enamoró de una capilla mudéjar situada dentro de la finca que rodea el Monasterio de La Mejorada, que fue el incentivo para liderar el proyecto de Bodegas y Viñedos La Mejorada. Desde entonces combina su actividad profesional al frente de su prestigioso estudio con la gestión de este curioso proyecto que, además de monumental, ha dado a luz tres tintos: Las Norias, Las Cercas y Tiento. Escucharle –reflexivo y profundo– contar su historia, su relación con el vino, cómo se coló en su vida, en su día a día, es un auténtico placer. Tuve la oportunidad de pasar un día con él allí y de volver a tratarle en otras tres ocasiones con el vino como protagonista y puedo asegurar que deja huella. Un vino: Las Cercas, tinto de finca con firma de arquitecto (15€ aprox.)
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.