Has engordado en verano. Y ahora, ¿qué?
La vuelta de vacaciones es un momento clásico para tomar conciencia de nuestro peso, pero también para volver a caer en los mismos errores de siempre. Ahí van unas cuentas pistas para evitarlos.
Como siempre, coincidiendo con el arranque del nuevo curso escolar –que es el verdadero principio de año, y no el que marca el calendario–, vuelve la inminencia de que, esta vez sí, es el momento de controlar el peso. Aunque todavía tengamos morriña de las vacaciones cuando vemos los restos de arena en la alfombrilla del coche o al sacar de la lavadora aquel bañador tan chulo que estrenaste hace apenas uno o dos meses y que ahora te dispones a guardar hasta la temporada que viene, mientras te preguntas con inquietud si llegado el día cabrás en él.
Quizá la vorágine del arranque escolar te tenga secuestrada la conciencia –no es para menos, porque tiene tela– pero en mi labor de Pepito Grillo de la alimentación equilibrada debo pedirte que hagamos balance juntos del ya difunto periodo vacacional. La intención no es hacerte sentir mal por todo lo que no has hecho como deberías, sino ponerle solución en el futuro: puedes considerarme una versión veraniega y antilorzas de los fantasmas del Cuento de Navidad de Charles Dickens.
La realidad tiene la mala costumbre de abofetear
Empezaste, como todos los años, poniéndote “a plan” ante las expectativas playeras. Una actitud que, como ya contamos en su momento, es tan frecuente y repetitiva como ridícula e incluso contraproducente. Es posible que lograras algunos efímeros resultados; y lo de efímeros no es hablar por hablar: pronto se te cruzaron las saboteadoras cervezas terraceras –o las terrazas cerveceras, que para el caso es lo mismo– las tapas, las cenas con amigos, el chiringuito y sus paellas, las fiestas del pueblo y sus juergas, la tumbona y sus siestas… y es que, ¡qué diantre! estabas de vacaciones y te lo merecías. El resultado, ya lo sabes, es que a día de hoy tu báscula de baño está en paradero desconocido: conforme te vio entrar por la puerta saltó por la ventana porque sabía que lo vuestro no iba a acabar bien del todo.
Este sería el momento de aportar alguna prueba documental de que lo que digo es cierto, pero la verdad es que no hay demasiadas en el terreno científico salvo en lo referente a los niños y adolescentes. Así, existen bastantes estudios publicados que trasladan al verano un riesgo significativo de aumento de peso para los más jóvenes. En este estudio se pone de relieve que durante el verano se acelera al aumento del índice de masa corporal entre los niños; y lo mismo o similar se contrasta en este estudio o en este otro (sobre este particular hay multitud de ejemplos, véanse también aquí o aquí).
Esta publicación también puso de relieve que para las estudiantes universitarias de primer curso el verano era un problema en relación con sus intereses ponderales y de no-acumulación de grasa. Sin embargo, al avanzar un poco más en la edad de los sujetos objeto de estudio, tenemos muchas menos pruebas: la poca literatura científica que queda sobre el incremento de la adiposidad estacional en adultos está principalmente centrada en la población norteamericana y en el tiempo que abarca desde Acción de gracias hasta Año Nuevo –de mediados de noviembre a mediados de enero– y traslada a este periodo la mayor tasa de aumento de peso anual (salvo en los niños, en los que parece bien contrastado que es durante el verano). Sería interesante que, habida cuenta de la ausencia de datos en nuestro entorno, alguien se animara a poner números sobre cómo los diferentes periodos anuales afectan a la ganancia de peso.
¿Y si no es nuestra culpa?
Para aquellas personas que suelen buscar causas más allá de la falta de autocontrol, la pereza o la gula para justificar el incremento del peso veraniego, me parece interesante traer a colación este estudio que observa en dos especies animales –ovejas y hámsteres– un incremento de la ingesta en verano mediado por una menor sensibilidad a la leptina, una hormona inhibidora del apetito descubierta en 1996 y que se presentó en su momento como el santo grial del tratamiento de la obesidad (que luego fue otro gran “bluf”, pero esa es otra historia).
Resumiendo: esta proteína sería secretada principalmente por los adipocitos (células del tejido graso) cuando estos ya tuvieran una cantidad de grasa almacenada elevada. Una vez liberada en el torrente sanguíneo, la leptina, a modo de señal, sería recibida por el centro regulador del apetito, el hipotálamo, y promovería la inhibición del mismo. Pues bien, en el artículo mencionado identificaron un menor efecto de la leptina circulante en los días más largos del año, y de ahí su menor efecto a la hora de inhibir el apetito (al menos en ciertos animales). De todas formas, se trata de una línea de investigación interesante y aún por desarrollar.
Pero más allá de lo que no nos trasladen las cifras de los estudios, el engorde tras las vacaciones es un tema a la orden del día a estas alturas del año. Solo hay que tener en cuenta un dato: es en este periodo del año cuando más matrículas se realizan en los gimnasios, no tienes más que poner la radio, ver las televisiones locales o ver los anuncios que te proponen mientras chequeas Internet y descubrir sus innumerables ofertas.
Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo (Einstein, creo)
Llegado a este punto resulta esencial darse cuenta de la existencia de unos ritmos anuales cíclicos respecto a ganancia de peso y propósitos de enmienda –año nuevo, operación bikini y vuelta de vacaciones– y coincidir en la idea de que algo estamos haciendo mal mientras nos dejemos llevar por una inercia poco reflexiva.
Así, si queremos mejorar y salir del círculo vicioso que nos ha llevado inexorable y poblacionalmente hablando a un aumento progresivo del peso conforme pasan los años –a pesar de las tres campañas adelgazantes anuales… o precisamente a causa de las mismas– tendremos que hacer algo distinto a lo que hemos venido haciendo siempre.
Para ello y en el terreno que nos ocupa, en vez de seguir poco menos que en Matrix o el Día de marmota en el que todo se repite una y otra vez, sopesa la posibilidad de seguir estos consejos:
- Analiza de la forma más objetiva posible los elementos que crees que han podido influir más en tu exceso de peso. Si no te ves capaz de valorarlo por ti mismo, o si sospechas que puede haber más de los que imaginas, contacta con un buen especialista. El especialista en estas cuestiones, no lo dudes, es el dietista-nutricionista.
- Evita las habituales franquicias que tienen como reclamo la pérdida de peso, aunque estén instaladas dentro de farmacias o herbolarios. En estos centros lo habitual es que te hagan una breve entrevista de tan apenas 20 minutos, te den una dieta prefabricada y, cómo no, te vendan una serie productos que, casualmente, se dispensan en el mismo establecimiento. Te harán volver semana tras semana con la excusa de controlar tu peso y darte la dieta para la semana siguiente: en realidad es una estrategia para que vuelvas a pasar por caja comprando más productos, al tiempo que te dicen que la consulta es gratis.
- Realiza aquellos cambios que a tu juicio mejorarían las circunstancias señaladas en el primer punto. De nuevo, si estás falto de herramientas o propuestas contacta con un buen dietista-nutricionista. En general, es este profesional el que tiene una perspectiva multidisciplinar de todos los elementos implicados y de las posibles herramientas para mejorarlos.
- De nuevo, evita los sacrificios observados en ocasiones incluso como penitencias. Repite conmigo: los sacrificios no formarán parte del plan nunca. Al contrario, disfruta del cambio. Tu meta es ese cambio de hábitos y poco se puede esperar de su consecución si están cuajados de sacrificios. Cuando tus hábitos estos estén suficientemente consolidados llegarán otros alicientes, entre ellos el descenso del peso y la mejora de otros parámetros objetivos (presión sanguínea, lípidos plasmáticos, etcétera).
- Sé racional y paciente. El cambio se producirá cuando pases de tu actual normalidad a una nueva normalidad, diferente y mejor. Se trata de propiciar una serie de cambios que, aunque al principio se te hagan raros, te convencerán como para llegar a adoptarlos, dejar de ser ‘el cambio’ y convertirse en tu nueva normalidad. Llegado el caso, estoy seguro que un buen profesional de la psicología te podrá ayudar y explicar mejor este concepto.
- Chequea previamente tu estado de salud con un médico. Además de evaluar tu situación actual te servirá para contrastar tus avances.
- Ya por último, identifica y huye de todas aquellas fuentes tóxicas de información vengan de donde vengan: tanto de internet, medios de comunicación o publicidad como de de esos amigos o cuñados especiales. Rodéate de buenas influencias, en especial de todas aquellas personas que te quieren y pueden apoyarte y ser de mucha utilidad en ese proceso de cambio entre una y otra normalidad.
La idea es que de ahora y en adelante la variable peso no vuelva a ser una preocupación ni estacional ni perpetua, y que seas tú, y no la industria del adelgazamiento, quien la controle –en especial en el terreno psicológico– mientras adoptas unos hábitos de vida saludable que te servirán para siempre.
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