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Columna
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“Yo, más que una pregunta, tengo una reflexión”: El señor de turno en una conferencia

Los auditorios en los que doy charlas y conferencias suelen estar llenos de mujeres. Los hombres que las acompañan reconocen mi autoridad, pero no la de sus señoras, que han cocinado la gran mayoría de guisos que ellos se han comido a lo largo de su vida

Maria Nicolau

Desde que publiqué mi primer libro, hará cosa de cinco años, viajo por todo el país dando charlas y conferencias, arriba y abajo, montada en un trasto viejo que hace mucho ruido pero gasta poco, anunciando la buena nueva, inflamando las masas de hambre de cocinar, con aire de predicadora calvinista o vendedora de ungüentos: “¡la cocina está viva!”, “¡la cocina es vuestra!”.

Los auditorios suelen estar siempre llenos, por ese efecto llamada que tiene salir de vez en cuando por la tele, pero muy rara vez hay paridad de género entre los asistentes. Mi público está compuesto, mayoritariamente, por mujeres. Señoras que rebasan los sesenta y cargan más horas de rodaje culinario a la espalda que yo. Saben más. Cocinan mejor. Algunas de ellas hace más de cuarenta años que solucionan a diario desayunos, comidas, meriendas y cenas. Y, aun así, a estas alturas de la película, siguen considerando que pueden aprender algo en una charla de cocina. Es muy curioso.

Casi siempre, ante un público de estas características, mi discurso, tenga el eje temático que tenga, pasa por romper la costra que las envuelve y las mantiene en silencio ante una joven que tiene un micrófono. Las animo a no dejarse aleccionar a la ligera por celebrities venidas de los medios o de Instagram sobre la importancia de no tirar comida (a ellas, que no tiran nunca nada), sobre organizar menús semanales (a ellas, que han puesto cada día la olla en la mesa), o sobre cómo de importante es ir a comprar con una lista (a ellas, las reinas de aprovechar oportunidades y de reconocer una lechuga pasada).

Sentadas alrededor de este fuego, seamos veinte o quinientas, hablamos de lo que ocurre de verdad los miércoles al mediodía y los martes por la noche. Nos preguntamos quién usa la báscula digital para hacer la cena los jueves, y si alguien alguna vez ha hecho la comida un lunes leyendo instrucciones. Nos reímos juntas y nos reconocemos al invocar la olla de caldo de improviso para evitar que se estropee el quilo de alitas de pollo que compramos hace tres días y se quedó olvidado, escondido detrás del pack de quintos, en la nevera. Nos encontramos ante los mismos dilemas y, curiosamente, nos damos cuenta de que solemos resolverlos de la misma forma. Nos entendemos.

Yo hablo el tiempo que tenga que hablar, pero al final del acto, siempre guardo un rato para abrir aún más la conversación y que todo el mundo pueda participar y plantear dudas o dilemas. El micrófono corre por la sala. Y no falla: dos de cada tres veces es un señor (categoría que suele representar una pequeña minoría del público) quien se alza y hace la primera intervención: “Yo, más que una pregunta, tengo una reflexión”.

Me consta que este enunciado es un viejo conocido de mis compañeras del gremio de las conferenciantes. Pero en el ámbito que nos ocupa, el de la cocina doméstica, la perla brilla con la luz de mil estrellas. La susodicha reflexión suele empezar con la cita de alguna frase célebre de alguna de las más insignes plumas de la gastronomía patria: “Pla comenta que la mejor carne para la cazuela...”, “Vázquez Montalbán, en cambio, escribe que...”, “Luján dice que, en invierno, el mejor tipo de cazuela...”, y el remate es un “qué opina usted del tema”.

Curiosamente, él no suele haber venido solo y por su cuenta a esta tertulia. Ha venido para acompañar a su mujer, que está sentada en la butaca de al lado en silencio, ahora visiblemente en tensión. Ella es quien ha cocinado la gran mayoría de cazuelas y guisos que él se ha comido a lo largo de su vida, y ahora le ve levantarse y preguntarle sobre cocinar en casa a una desconocida. Lo he visto decenas de veces, y siempre suelo responder del mismo modo: “¿Cómo lo hace usted, Antonio?”. Y él siempre responde que él no cocina, que en su casa quien cocina es su señora.

Entonces sólo me queda invitarlo, con un poco de picardía, a girarse y dirigir la pregunta a la autoridad en la materia que tiene a su lado y a quien nunca, en todos estos años, se le pasó por la cabeza preguntar. Las señoras se tronchan. Pero si una se para a darle un par de vueltas, el panorama encoge el corazón. Después de una vida entera de entrega a un oficio, el mundo no les concede ni un soplo de autoridad en la materia.

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Sobre la firma

Maria Nicolau
Es cocinera de oficio y por vocación. Durante más de veinticinco años ha trabajado en restaurantes de España y Francia. Autora del libro ‘Cocina o Barbarie’, prologado por Joan Roca en catalán y Dabiz Muñoz en castellano. Actualmente vive en Vilanova de Sau, Osona, donde ha conducido el restaurante de cocina catalana El Ferrer de Tall.
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