Por qué al ser humano le gustan las predicciones
A lo largo del tiempo se han concatenado multitud de hechos que han ido perfilando la alimentación tal y como la conocemos hoy
Mantenerse a la defensiva no es la táctica más eficaz cuando el objetivo primordial es la supervivencia. Resulta más efectivo adelantarse a los acontecimientos, con el fin de ganar ventaja ante una situación que podría resultar decisiva. Al parecer, ese es el motivo por el que nuestro cerebro reacciona con rapidez, prediciendo para eludir tener que examinar toda la información antes de tomar una decisión. El inconveniente de los vaticinios es que suelen extrapolar la coyuntura y los desafíos del momento, ajenos al sinfín de circunstancias capaces de cambiar el rumbo incluso de la historia. A pesar de esto, al ser humano le encantan las predicciones y las formas de conectar con el destino; de ahí que haya escudriñado en los posos del café, en las cartas, en los oráculos o mediante sacerdotes, adivinos y profetas versados en interpretar señales de estrellas, manos, sueños o entrañas de animales sacrificados.
Tratar de augurar sobre algo inexistente en el tablero de la vida abre tantas posibilidades como una partida de ajedrez. Se pueden perfilar jugadas factibles a partir del reconocimiento de patrones y el uso de inteligencia artificial, pero los cambios en la posición de fichas complementarias despliegan una cantidad de posibles movimientos interminable. Echando la vista atrás, examinando algunos acontecimientos que han tenido un impacto en la alimentación, se puede advertir cómo en innumerables ocasiones la improbabilidad de un hecho es lo que ha tenido un efecto determinante. Es innegable que la transición de la vida nómada, de cazar y recolectar, hacia el sedentarismo que consolidó la agricultura y la ganadería era un hecho presumible a tenor de cómo se venían produciendo los acontecimientos, pero no lo era tanto el cambio de clima que lo hizo posible. De igual modo, podía ser probable el encuentro entre el Viejo y el Nuevo Mundo que dio pie a una relevante transformación en las cocinas gracias al intercambio de productos hasta entonces desconocidos. Sin embargo, de poco sirve hallar un pseudocereal como el amaranto, suculento y rico en nutrientes, si las creencias vetan su consumo por considerarlo inapropiado. Las religiones han condicionado algunas elecciones alimentarias con prohibiciones que desde una mirada externa son difíciles de prever. Si en julio de 1212, en la batalla de las Navas de Tolosa, la fortuna hubiese caído del lado del ejército almohade, tal vez hoy no existirían dos bienes del patrimonio gastronómico universal como son los vinos del Marco de Jerez y el jamón ibérico de bellota.
Particularidades de todo orden y condición, más allá de los predictibles avances tecnológicos y científicos, acaban restringiendo el progreso. Ahí está ese ingenio que aparentemente poco tiene que ver con la cocina, la imprenta, que a partir de mediados del siglo XV revolucionó la difusión del conocimiento culinario. Sin embargo, lo auténticamente relevante fue la alfabetización de la población, porque de nada sirven los libros sin una habilidad mínima para poder leerlos. A lo largo del tiempo se han concatenado multitud de hechos que han ido perfilando la alimentación tal y como la conocemos hoy. Algunos toleraban el pronóstico en virtud de las exigencias y necesidades del momento, como los avances en transporte y refrigeración controlada que posibilitaron equipar vagones de tren y barcos con cámaras frigoríficas para el traslado intensivo de productos perecederos. Y otros no tanto, al hacerse más difícil visualizar impactos fuera del registro del conocimiento y el razonamiento evidente.
Quizá el principal error en el que se incurre a la hora de imaginar un porvenir basado en las probabilidades es omitir que, más allá de las tecnologías incipientes, son las transformaciones en los comportamientos sociales derivados de estas los que impulsan cambios en los estilos de vida, en la visión alternativa de un mundo que va renovando sus prioridades. La incorporación de la mujer al trabajo asalariado, el acceso a alimentos listos para consumir, la homogeneización cultural y alimentaria o el influjo de las modas en un planeta conexionado han contribuido a lo que somos tanto como esa llegada de internet a la vida de una población que hoy día consulta más recetas de cocina en la Red que preguntando a sus madres y abuelas. ¿Quién lo iba a decir?
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