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A GUSTO
Columna
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¿Cuál es tu talla de bocadillo?

Desde pulgas, flautines, flautas, bocatines, panecillos, barritas, rústicos, chapatas, payesitos, paninis hasta uno del tamaño del antebrazo de Joseba el tornero, del que me estoy recuperando del susto

María Nicolau columna
FERNANDO HERNÁNDEZ / Getty
Maria Nicolau

El otro día en un bar de polígono me sirvieron un mini de atún del tamaño del antebrazo de Joseba el tornero, y aún me estoy recuperando del susto.

Servidora vive entregada en cuerpo y alma a la causa de los bares en los que se entiende el verdadero sentido de la existencia. Y es que la vida es un río que fluye y del que uno está llamado a llenarse hasta rebosar para, llegado el momento, henchido de gozos y dones, rodar grácilmente cuesta abajo como un tonel hasta el otro mundo. Así que, alabados sean los bocadillos colosales. Pero ese día, esa interpretación de la palabra “mini”, más próxima a las dimensiones de un automóvil turbodiésel de dieciséis válvulas que a las de un bocadillo pequeño, me noqueó y me dio pie a reflexionar. ¿Ha llegado el momento, quizá, de reclamar la implementación de un sistema métrico bocadillil universal?

En los pueblos de la zona rural donde vivo, el bocadillo como tal es algo poco habitual y suele presentarse como una construcción de dos pisos de buen género emparedado entre tres rebanadas centrales de pan de payés rústico restregadas con tomate de colgar. Si uno lo pide para llevar, viene envuelto toscamente en papel de aluminio. Si se piensa degustar in situ, con una hora por delante, cubiertos y servilleta de tela, que es lo que disponen las Sagradas Escrituras, las tres rebanadas de pan se disponen en un plato encabalgadas unas con otras hasta tapar toda la loza. Si quedase rastro de vajilla visible, se añadirían más trozos de pan con tomate para cubrirla del todo. El embutido se ajustará al pan como una sábana bajera. No sé si nadie que no sea de por aquí entendería eso como un bocadillo.

En las ciudades, en la mayoría de los bares comunes existen dos tallas de bocadillo: el entero y el medio, que corresponden exactamente a un trozo de barra de pan rellena y de tamaño así o asá según los gestos de las manos del camarero en el aire. En los barrios altos o en las cafeterías de franquicia, las mitades de bocadillos no existen. En las cartas de locales con peanas, pérgolas de lona en la terraza y paredes de cristal, hay cosas llamadas pulgas, flautines, flautas, bocatines, panecillos, barritas, rústicos, chapatas, payesitos o paninis, nomenclaturas heredadas del catálogo del proveedor de pan precocinado, que nunca van acompañadas de indicaciones precisas en cuanto a centímetros de ancho, largo y hondo. Para que el cliente no se pierda, a menudo esta oferta está presentada ya hecha en forma de muestrario en una vitrina. En este caso, un observador cualquiera podría caer en el error de pensar que la diferencia entre una pulga y un flautín es el resultado de darle a una criatura la misma bolita de masa de pan crudo para que la haga rodar como plastilina por la mesa con las palmas de las manos hasta convertirla en un churrito alargado. Pero eso no puede ser verdad de ninguna manera, porque los flautines valen tres veces más que las pulgas. En este tipo de locales, al pedir un mini, al cliente se le ofrece un platito con una suerte de pétit four recostado en una servilleta mullidita que se finiquita en tres bocados; un llavero de bocadillo, una larva de bocata adulto, un tentempié para tener en pie a alguien que trabaja sentado, no gasolina para alimentar una máquina de asfaltar carreteras.

Hace poco, en Asturias, a Gigi Salomón, una intrépida viajera tiktoker, le pasó como a mí, que se pidió un bocadillito para matar el hambre a media mañana y se encontró en la tesitura de tener que desencajar la mandíbula como una boa constrictor para dar un mordisco al bocata que recibió.

Estamos delante de un asunto que quizá un día se tendría que discutir en el Congreso, en pos de establecer unos estándares comunes en lo referente al tamaño de los bocadillos, para poner orden y que no nos pase como a los de la NASA, que estrellan sondas en Marte porque alguien encargó para la nave tornillos pequeños y al proveedor de tornillos no se le ocurrió preguntar “¿pequeño comparado con qué?”.

Esto, o aceptar que es precisamente el tamaño del bocadillo el que decide si como cliente estás en tu elemento o te has equivocado de bar. A la vista de un mini de atún de tres cuartos de kilo con dos puñados de aceitunas rellenas y una capa de pimiento asado, sólo queda sentir en la mente las sabias palabras de Tina Turner en Mad Max: “Recuerda dónde estás: esto es la Cúpula del Trueno. La muerte escucha y se va a llevar al primero que grite”.

Domine, non svm dignvs.

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Sobre la firma

Maria Nicolau
Es cocinera de oficio y por vocación. Durante más de veinticinco años ha trabajado en restaurantes de España y Francia. Autora del libro ‘Cocina o Barbarie’, prologado por Joan Roca en catalán y Dabiz Muñoz en castellano. Actualmente vive en Vilanova de Sau, Osona, donde ha conducido el restaurante de cocina catalana El Ferrer de Tall.
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