La pescadora que resiste en La Barceloneta
Cristina Caparrós, hija y nieta de armadores, es a sus 43 años una de las pocas mujeres dedicadas a la pesca en Barcelona
Las barcas de bajura han empezado a llegar al viejo muelle de pescadores de La Barceloneta hacia las cuatro de la tarde. Con la inesperada llovizna, las ruinas de lo que fue el restaurante de los marineros, amontonadas a los pies de la Torre del Reloj, y la amenazante silueta de unas gaviotas convertidas en carroñeras de ciudad, la llegada a puerto de las capturas tiene un halo de anacronismo y heroicidad. La tripulación de L’Ostia y el Nus, los barcos de la armadora Cristina Caparrós, descarga, limpia las cubiertas, extiende las redes con gestos de cansancio y algo de satisfacción sin prestar atención a la silueta de los grandes hoteles, los avasalladores yates de recreo y las ciudades flotantes que cada día desgastan un poco más el litoral y a este barrio donde hasta hace diez años convivían aproximadamente 1.200 marineros y ahora quedan apenas 120. La Copa América de Vela empezará dentro de pocos meses y es inevitable hablar de ello con Caparrós, de 43 años, hija y nieta de armadores, que decidió tomar el relevo de una profesión en la que los hombres se jubilan pronto, pero en donde las mujeres juegan un papel de gestión crucial desde tierra.
“La Copa América no le interesa a nadie, pero nos están vendiendo el argumento de que ¡es lo mejor para todos! Los costes sí serán para todos en la ciudad. Todo esto destruye el territorio, a los vecinos nos costará más ir a comprar el pan, llevar a los niños al colegio, ir a comer. El restaurante El Racó del Mariner se ha ido hacia el Fórum, la parte más turística. Esperamos una lonja nueva, pero La Barceloneta ha perdido todo el tejido socioeconómico que sostenía la pesca de bajura, la pesca sostenible. Los astilleros, carpinteros, pintores, electricistas”, comenta Caparrós. Ella, sin embargo, resiste. Cuando su padre se jubiló, en 2008, la familia decidió ampliar el negocio añadiendo a la pesca artesanal que siempre habían practicado un modo de venta online más adaptado a los nuevos tiempos. Cada tarde, el pescado llega desde la lonja al pequeño obrador de La Platjeta donde se manipula el pescado para poder venderlo limpio y eviscerado a un nuevo consumidor que ya no dispone de tiempo. Y hacerlo además, a un precio justo.
La pandemia abrió nuevos caminos para la distribución y la venta del pescado, un producto cuyo consumo es cada vez menor, por lo que —explica Caparrós— es básico dar facilidades, ofrecer información y crear lazos de confianza. “En los mercados se debería indicar de qué barca viene cada pescado, del mismo modo que se indica la procedencia de cualquier producto del campo”. Eso mismo es lo que intentan hacer Caparrós y familia desde su web: “Nuestro producto es siempre fresco del día y de proximidad, ya que ha sido pescado pocas horas antes en la costa catalana”. En la página ofrecen pescado fresco —sardinas, bonito, rape, etc—, con opción a elegir el acabado y en el que indican aquellas especies que son de proximidad o de consumo más sostenible. También lo hay congelado, así como cestas de regalo de pescado y marisco. Sin pasar por alto la sección de ofertas, en las que se pueden encontrar, por ejemplo, un envase de seis piezas de carne de vieira congelada casi a la mitad de precio.
Entre las muchas actividades que desempeña Caparrós, doctora en Químicas, la formación ocupa buena parte de su tiempo y por ello sabe que la falta de relevo en la profesión es alarmante. “Ahora simplemente para poner un pie encima de la barca ya necesitas formación, cartilla y reconocimiento médico, contar con el carné de manipulador de alimentos, un curso antiincendios, de supervivencia en el mar. Para un chaval de 17 años, los horarios, la burocracia y la incertidumbre son desmotivadores”, argumenta. En las aulas imparte clases sobre el mundo de la pesca y su funcionamiento, tutoriza a alumnos del Institut de Nàutica de Barcelona, forma parte de la Associació Catalana de Dones de la Mar desde la que reivindican un mayor conocimiento del complejo mundo de la pesca para que el consumidor decida qué, cuándo y por qué debe comprar determinadas especies marinas y una mayor igualdad en la “economía azul”. En Barcelona, nos cuenta, casi no hay mujeres que salgan a la mar, y menos si son barcas de arrastre, pero sí en la comarca de Terres de l’Ebre (al sur de Cataluña) “donde hay más barcas de artes menores”.
Es inevitable comentar con Caparrós qué opina sobre las últimas manifestaciones del sector primario. Para la armadora, la pesca de bajura está en la misma situación que cualquier otro pequeño productor que explote una finca familiar agrícola bajo la batuta de una reglamentación europea uniforme. “Si hay una veda de tres meses, yo no puedo proveer al consumidor y este acabará comprando merluza de otros lugares a 5 euros. El resultado será nefasto, porque el 80% de la merluza es de fuera. Nos parece bien la veda biológica y la recuperación de los fondos, pero luego dejamos que otros lleven al mercado pescado que no sigue esas normativas, con las redes que les da la gana, sin mirar cuotas, sin pagar la seguridad social, etc. La normativa está pensada para una pesca industrializada que captura toneladas de pescado con métodos de arrastre que esquilma los fondos”. Caparrós añade también que, al legislar, ”no se tiene en cuenta cómo funciona la biodiversidad”.
Entre el trajín de carretas, cajas y bloques de hielo, Caparrós habla a gritos en diferentes lenguas con todos los marineros, transportistas y clientes. Saluda al tendido, brinca, anda a zancadas por la cubierta, atiende el teléfono, controla el desembarco, la calidad y el tamaño, la pulcritud del manejo… En definitiva, está en juego la reputación de sus barcas, los beneficios de toda la tripulación. “En la subasta el comprador conoce lo que trae cada barca y cómo se trata el pescado. Eso puede revalorizar tu trabajo, encarecerlo. El pescado es una materia delicada en la que se valora aquel que la trata bien, ya sea con una determinada arte —trasmallo, palangre, cerco— por su limpieza o gusto. Cada caja que pasa por la cinta debe lucir, brillar con luz propia. Se mira si la cubeta está limpia, si la gamba viene chafada o perfecta, si es del calibre que el comprador necesita. Todo se paga”.
Imposible no recordar a Sorolla en estos momentos: Y luego dicen que el pescado es caro.
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