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A GUSTO
Columna
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¿Por qué comemos palomitas en el cine?

La historia de las palomitas de maíz empieza hace aproximadamente 10.000 años en Mesoamérica, actual México, donde el cultivo del maíz se domesticó por primera vez

Palomitas
FERNANDO HERNÁNDEZ / Getty
Maria Nicolau

¡El mundo es un lugar extraordinario! No hay día que pase que no nos regale un motivo u otro para repanchingarnos en el sofá, armarnos con un buen cubo de palomitas y gozar del espectáculo.

El folclore de algunas tribus nativas americanas cuenta historias acerca de los espíritus que habitan el corazón de los granos de maíz. Estos seres bonachones viven felices y contentos en soledad, pero se enojan terriblemente al sentir calor. Cualquier modo de calefacción los altera. Cuanto más sube la temperatura en sus hogares, más se enfadan, y pueden llegar a cabrearse hasta el punto de montar en cólera, sacudir con violencia las paredes de los granos de cereal en el que moran, a modo de protesta, y hacer estallar sus propias casas por los aires. Así es como se hacen las palomitas de maíz.

Mucho menos interesante es la versión de los hechos que define un grano de maíz como un 4% de agua encerrado en un armario forrado de almohadones de almidón y sellado herméticamente por fuera por una coraza dura. Cuando esta agua se calienta, se expande y ejerce presión contra las paredes del armario, hasta que la cubierta exterior no lo puede soportar y estalla, volviendo el grano de maíz del revés como un calcetín, y dejando al descubierto una masa esponjosa de almidón hinchado con apariencia de pequeña paloma blanca.

La historia de las palomitas de maíz empieza hace aproximadamente 10.000 años en Mesoamérica, actual México, donde el cultivo del maíz se domesticó por primera vez. Las mazorcas de palomitas de maíz más antiguas jamás encontradas se descubrieron en la Cueva de los Murciélagos en el centro oeste de Nuevo México en 1948 y 1950, y tienen unos 5.600 años de edad. En tumbas de la costa este de Perú, se han hallado granos de palomitas de cerca de 1.000 años de antigüedad, tan bien conservados que aún hoy reventarían.

Pero, ¿de dónde viene el matrimonio entre palomitas y espectáculo?

De entrada, hay que partir de la importancia del cultivo del maíz en América. Cuando un alimento está tan bien adaptado al medio y se da de forma abundante y barata, es fácil que asome aquí y allá en cualquier situación y contexto para ser consumido y convertirse en fuente de nutrientes y de negocio. El maíz era el carbohidrato en torno al que giraba el recetario tradicional allí donde su cultivo fuese importante, pero su auge como snack en forma de palomitas arranca en la década de 1890 con vendedores ambulantes empujando carritos persiguiendo a las multitudes en ferias, parques, exposiciones o eventos deportivos, y estalla con la Edad de Oro de Hollywood, en las décadas de los años veinte y treinta, del siglo pasado.

Por aquel entonces, estaba prohibido comer nada en las salas, que eran teatros lujosos, tapizados y acolchados, destinados a público refinado. Ahora bien, con la llegada del cine sonoro en 1927, por un lado, que hizo posible poder disfrutar del cine sin tener estudios y ni saber leer subtítulos, y la venida de la Gran Depresión después del crack de 1929, que dejó grandes masas de gente en paro, el cine se convirtió en una opción de entretenimiento de masas asequible para todos los públicos.

Pasar una sesión entera con el estómago vacío se hacía cuesta arriba, y los espectadores compraban bolsas de palomitas por cinco o diez centavos a los vendedores ambulantes en la calle antes de entrar en la sala y las escabullían en el interior debajo del abrigo. Rápidamente, los empresarios de las salas de cine entendieron que posicionarse en contra de las palomitas era una batalla perdida, y se dieron cuenta de que, si en lugar de observar cómo los clientes les hacían trampas, dejaban a los vendedores ambulantes colocarse en el vestíbulo del cine y cobraban una comisión sobre las ventas, tenían un negocio redondo.

Esta semana, lo que nos ha tenido a unos cuantos comiendo palomitas ha sido el espectáculo que ha dado Greenpeace con su campaña de promoción del consumo de aguacate en plena sequía. Lo que vendría siendo una organización autoproclamada ecologista fomentando el uso de un ingrediente no autóctono cuyo cultivo requiere cantidades ingentes de agua y es responsable, en América Latina, de graves conflictos relacionados con el tráfico de armas, el narcotráfico, la miseria y la deforestación, y en España, de llevar a la comarca malagueña de la Axarquía al borde de la desertificación.

“Ahora, cuando vayas a hacer tu lista de la compra, sabrás cómo escoger lo que es mejor para tu salud, tu bolsillo y para el planeta. Atrás quedarán las frutas y verduras cuya procedencia está a miles de kilómetros y que tienen un alto coste para el medio ambiente y las personas”, nos anima Greenpeace, en el artículo que acompaña el anuncio.

Ante tales cotas de irresponsabilidad y de cinismo, me caliento. Los pequeños espíritus bondadosos que habitan en mi interior se rebelan contra mi cambio de temperatura, se agitan, se encabritan, empujan mis paredes y ¡pof! así es como salen mis columnas.

Por cierto, ¡feliz día mundial de las palomitas de maíz!

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Sobre la firma

Maria Nicolau
Es cocinera de oficio y por vocación. Durante más de veinticinco años ha trabajado en restaurantes de España y Francia. Autora del libro ‘Cocina o Barbarie’, prologado por Joan Roca en catalán y Dabiz Muñoz en castellano. Actualmente vive en Vilanova de Sau, Osona, donde ha conducido el restaurante de cocina catalana El Ferrer de Tall.

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