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Menos pantallas y más libros

Crece la alarma entre la comunidad educativa sobre los perjuicios de la excesiva exposición a los dispositivos electrónicos en todas las etapas

EXTRA COLEGIOS 032025
sorbetto (Getty Images)

Son las 10.15. En un colegio público trilingüe del norte de la Comunidad de Madrid se celebra una jornada de puertas abiertas. Dentro del aula, un grupo de niños de entre 3 y 5 años danza alrededor de una televisión de plasma llena de colores y luces con movimiento frenético. “¿Qué es esto?”, pregunta una madre. “La clase de inglés”, le responden con total normalidad. En diciembre, la Asociación Española de Pediatría (AEP) aumentó el rango de edad en la que se debe proteger a los niños de las pantallas: de los 2 a los 6 años. Pero todas las etapas educativas están llamadas a repensar el porqué y para qué de la tecnología digital.

“Es una falacia decir que no hay estudios sobre los efectos de las pantallas en menores, porque hay un consenso sólido de psicólogos, médicos, maestros, logopedas… Los que están en primera línea están dando la voz de alarma, pero hay gente capaz de contradecir hasta a la ciencia”, defiende a través de videoconferencia Michel Desmurget, neurocientífico y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia. “Llegará el día en que esos niños sean mayores y digan: ‘Lo que me hiciste es inaceptable. Ahora tengo problemas de concentración y cognitivos porque me dijiste que era seguro”.

“Los y las especialistas en infancia tenemos claro el impacto de las pantallas, pero somos minoría”, sentencia Anna Ramis Assens, maestra, pedagoga y miembro del comité de expertos sobre el entorno digital seguro para la infancia y juventud de la Generalitat de Cataluña. La autora de De 0 a 3, ¿nada de pantallas? es partidaria de que la tecnología se aproveche en momentos puntuales donde nada podría sustituirla. “Imagínate que salen a ver bichos, pues una tableta puede permitir que se vean las mariquitas más grandes, luego hacer una foto y seguir trabajando en el aula. Esto sí tiene un sentido pedagógico”.

Pero las herramientas tecnológicas están por todas partes. Y no existe ningún mecanismo para que las familias se nieguen a ellas. En esto no hay pin parental digital. Todo se justifica con la necesidad de adquirir competencias digitales, cuya definición, por cierto, queda muy abierta en los planes curriculares, que las incluyen desde los 3 años. Desde antes de que la escolarización sea obligatoria —de 0 a 6 no lo es— ya se miden. Y a pesar de que la AEP excluye el uso durante la etapa de infantil, también se incluye un bloque de alfabetización digital cuando a una criatura de esa edad se le evalúa a nivel psicopedagógico para determinar retrasos madurativos u otros aspectos neurodivergentes. Solo Suecia, Países Bajos, Finlandia e Irlanda están tomando medidas para repensar el asunto. Y de momento no son siquiera capaces de hacerlo de forma generalizada. En España empieza a abrirse el debate.

Ramis Assens defiende que “las competencias digitales son necesarias, pero no es cierto que cuanto antes se introduzcan, mejor. Antes deben desarrollarse otras habilidades fundamentales”. Alberto Soler, autor junto a Concepción Roger de Los niños y las pantallas: móviles, tablets, tv (Kailas, 2019), expone que “en infantil la digitalización es contraproducente, en esas edades se necesita lo manipulativo. En primaria tampoco es esencial. En secundaria podríamos empezar a ver los beneficios”. Y añade que “el desarrollo de la psicomotricidad fina y el procesamiento conceptual requieren experiencias concretas. Cognitivamente, se despiertan muchas habilidades cuando un niño o una niña dibuja”.

Herramientas cognitivas

Especialmente cuando se relaciona con el mundo con los cinco sentidos “y en tres dimensiones”, expone Fran Villar, psicólogo especializado en suicidio y adolescencia, asesor de la Fundación Hermes. “Hasta los ocho es crucial que experimenten a través de estímulos sensoriales. Si se les limita a experiencias en dos dimensiones, se les priva de oportunidades en su desarrollo. La educación no debería centrarse en preparar a los niños para un mundo tecnológico, sino en dotarlos de herramientas cognitivas para adaptarse a cualquier escenario futuro”, reclama.

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LightFieldStudios (Getty Images)

“Cuando vemos a un niño o adolescente hipnotizado por una pantalla, hay que preguntarse qué pierde a cambio. Deterioro en la atención, sueño y clima emocional, que es lo que repercute en su manera de desenvolverse en el aula y en la vida”, explica Desmurget. La evidencia científica apunta a que la interacción prolongada o temprana con pantallas altera, sobre todo, la adquisición del lenguaje y la concentración para la lectura.

Desmurget pide “dejar las pantallas fuera del horario lectivo en los primeros cursos; sustituirlas por humanización en la enseñanza y formar más a los y las docentes”. Para él, “el sistema intenta escudarse en un argumento pedagógico, pero es económico”. Se refiere a la precarización del oficio: “Una pantalla nunca sustituirá a un maestro, pero es más barato. La sociedad que no cuida a sus docentes está abocada a ser peor. La democracia se resiente con la falta de espíritu crítico”, advierte. Preocupa el empobrecimiento del pensamiento, derivado de los cambios de hábitos de lectura y escritura.

Esta preocupación se traduce en documentos como el Manifiesto de Liubliana sobre la importancia de la lectura profunda (octubre de 2023) promovido desde la Universidad, y que llama a poner conciencia sobre cuándo perjudican las TIC a la capacidad de leer, estudiar y pensar de forma crítica. “Escribir en papel fortalece la memoria de trabajo, mientras que hacerlo en una pantalla reduce ese esfuerzo, afectando a la capacidad de aprendizaje. Cualquier acción que reduzca el esfuerzo cognitivo de un niño es un robo a su desarrollo cerebral”, denuncia Villar.

El Laboratorio de Estudios sobre Convivencia y Prevención de la Violencia (Laecovi) estudia los comportamientos en etapas adolescentes vincu­ladas a los hábitos digitales. Rosario Ortega-Ruiz, catedrática de Psicología del Desarrollo y la Educación, es parte de este grupo. Explica que “el uso abusivo de dispositivos es dañino; produce adicción, afecta al bienestar psicológico e impacta en el aprendizaje y la socialización”, y lo vincula a los algoritmos diseñados para “la estimulación emocional, que suelen buscar el descontrol o el control sin principios éticos”.

Sin embargo, Ortega-Ruiz señala que por el momento no se hayan podido extraer conclusiones más claras porque la acotación a la digitalización en los centros es muy desigual. “En ninguno de nuestros estudios actuales las escuelas habían eliminado de forma homogénea las pantallas; la mayoría de ellas no permitían el móvil, pero otras eran ambiguas o sin normas al respecto”. Tampoco, añade, existen directrices específicas desde la autoridad educativa.

Los acuerdos de centros escolares con tecnológicas están a la orden del día, incluso en los públicos. Más de 1.700 colegios utilizan la polémica metodología Innovamat para estudiar matemáticas. Muchos lucen la placa de Fundación Vodafone con Digicraft, con acuerdos autonómicos, o el sello de Samsung Smart School, cuyo acuerdo es con el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Y Madrid, Andalucía, Extremadura, Canarias, La Rioja y Murcia aplican Google Workspace for Education, a pesar de que la que la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) ha emitido un informe desfavorable por, entre otros motivos, opacos términos de contratación o poca claridad con la que trata la finalidad de los datos personales.

“La educación ha firmado contratos con empresas tecnológicas a las que se ha permitido convertir la educación en un modelo de negocio. Todo el mundo creía que estaba haciendo acuerdos con alguien con quien compartían un propósito social, pero ¿alguien midió los riesgos?”, apunta Villar. Desmurget, por su parte, critica a “estas industrias de miles de millones de euros, expertas en sembrar dudas porque no pueden contradecir los datos”. “Saben perfectamente que sus productos son dañinos y aun así los venden”, reclama.

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portishead1 (Getty Images)

El psicólogo francés celebra que “hay colegios que han tomado decisiones valientes a la hora de retirar las pantallas; han entendido que la educación debe centrarse en dotar a los estudiantes de herramientas cognitivas que les permitan adaptarse a cualquier escenario futuro. Lo interesante es recu­lar”. En esta línea, Región de Murcia anunció en junio que eliminará las pantallas de infantil y primaria porque “la evidencia científica demuestra que estos procesos [leer, escribir, calcular] se aprenden mejor cuando no se hacen en pantallas”, según su presidente, Fernando López Miras. “Dar marcha atrás, cuando como administración has hecho inversiones millonarias, produce recelo, pero es preferible reconocer el error y rectificar que arrastrarlo durante décadas”, zanja Desmurget.

El papel de las familias

Una vía para la transición, según expone Paola de la Cruz, docente, experta en primera infancia y madre de tres chicos, es promover un uso responsable de la tecnología en espacios educativos; capacitar a los docentes y alinearse con las familias. “Necesitamos su compromiso para que haya coherencia y se respeten los tiempos y necesidades de la infancia”. Al mismo tiempo, “tenemos la obligación de compartir con las familias el conocimiento científico y pedagógico que ya tenemos sobre los efectos negativos del uso inadecuado de la tecnología en la primera infancia”, añade, y propone “abrir espacios de diálogo en las escuelas, donde familias y educadores podamos reflexionar sobre el impacto del uso de pantallas y compartir estrategias para un manejo adecuado”.

Este guante lo recogió el educador social René Rodríguez, activo divulgador contra un uso prematuro de las pantallas en la adolescencia. Acompaña a las familias en la reflexión hacia un uso razonable de las pantallas en el aula y fuera de ellas; a difundir los riesgos de no hacerlo e inspirar un cambio. Advierte de que “se está sometiendo a los niños y niñas a una inmersión abrupta para que encajen en el modelo de ciudadano moderno e inteligente del siglo XXI, mientras se deja toda la responsabilidad a las familias”.

A su entender, muchas de estas toman como normal lo que viene impuesto en el colegio, por desconocimiento. Él intenta hacerlas entender que deben cuestionarse los motivos didácticos y pedagógicos que justifican el uso de pantallas. Les recomienda que lleguen a “acuerdos de conciliación horaria y temporal con las escuelas para que el uso de pantallas no sobrepase las recomendaciones de presencia ante las mismas por parte del alumnado”. E insiste en que se cuestionen lo contradictorio que resulta “hablar de derecho a desconexión digital de los adultos, pero que los chicos y chicas tengan que hacer deberes en casa con el ordenador, y tengan de fecha de entrega para la tarea el domingo a las 23.59″. En esta línea, pide establecer “el principio de precaución, en los mismos términos en los que se plantea en la normativa sobre prevención de riesgos laborales”.

Para él, la dirección adecuada es que las familias se alíen, pero “que su asociacionismo avance hacia un activismo crítico con las políticas educativas, levantando la mirada más allá del colegio para poner el foco en la administración autonómica y local”. La fórmula adecuada sería que “las AMPA, AFAS, APAS sean instrumento de participación independiente y colaborativo”. En definitiva, que “las familias deberían recuperar su rol activo en los consejos escolares, mejorando la transparencia en las decisiones que afectan al alumnado”, concluye.

El riesgo de crear adictos

Una de las cuestiones más polémicas de la tecnología refiere al contenido que se consume y cómo se presenta. Especialmente las gamificaciones. “Si a un niño le das una estrella virtual en lugar de permitirle sentir el orgullo de haber logrado algo por sí mismo, le robas una parte fundamental del aprendizaje. Necesitan vivir experiencias reales, enfrentarse a la frustración, tener pataletas y desarrollar recursos propios”, expone el psicólogo Fran Villar. Su colega Alberto Soler añade que “la educación no tiene por qué ser siempre divertida; los estudiantes tienen que tolerar que el aprendizaje requiere esfuerzo”. Y recuerda todos problemas emocionales y psicológicos que pueden derivar de esas adicciones creadas desde tan temprana edad.

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