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Anna Ramis: “El tópico de nativos digitales es una mentira absoluta”

La pedagoga y autora de ‘De 0 a 3, ¿nada de pantallas?’ pretende que las familias tengan más información y puedan actuar preventivamente y no exponer a los niños y niñas, en esta etapa clave de su desarrollo personal, a riesgos evitables

Anna Ramis es pedagoga y autora de ‘De 0 a 3, ¿nada de pantallas?’,
Anna Ramis es pedagoga y autora de ‘De 0 a 3, ¿nada de pantallas?’,

En un entorno cada vez más digital y acaparado por las pantallas de televisiones, ordenadores, tabletas y smartphones la cuestión, para la pedagoga Anna Ramis, no es tanto emprender una cruzada imposible contra las pantallas, sino lanzar una campaña en favor de los niños, lo que requiere de adultos comprometidos que “les quieran y les respeten, que les ofrezcan estímulos, que les hablen, que les den serenidad y que les ofrezcan su mirada”. La ecuación es sencilla: “Más horas de pantallas es menos tiempo de interacción con adultos”. O viceversa. De esta idea surgía en 2019 la campaña #De0a3nadadepantallas, para sensibilizar a las madres y a los padres, pero también a toda la red de profesionales que están en torno a los niños y niñas desde antes de su nacimiento hasta los 3 años, es decir, comadronas, pediatras, educadoras, centros de atención infantil, servicios para la pequeña infancia, etc. Esta campaña se ha materializado en un libro De 0 a 3, ¿nada de pantallas? (Editorial Octaedro), así como en diversos artículos, charlas y materiales. Todo ello para que, según la pedagoga, las familias tengan más información y puedan actuar preventivamente y no exponer a los niños y niñas, en esta etapa clave de su desarrollo personal, a los riesgos evitables que ya señalan diversas investigaciones.

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PREGUNTA: Veo que autoridades sanitarias como la OMS o asociaciones de pediatría hablan de no ofrecer pantallas hasta los dos años. Usted suma uno más y considera que hasta los tres años los niños y niñas no deberían estar en contacto con ellas. ¿Por qué?

RESPUESTA: Hay autores que incluso hablan de evitarlas hasta los seis años. Yo me he quedado en los tres años porque es la edad a la que los niños empiezan en nuestro país la escolarización masiva. Es cierto que no es obligatoria hasta los seis, pero a los tres las dinámicas familiares, en general, ya empiezan a cambiar. Yo creo que es más fácil no cambiar de dinámicas hasta los tres años. Creo que hasta entonces no deberían estar en contacto con las pantallas y a partir de esa edad hacerlo, pero en mínimas proporciones.

P: ¿Se pueden estipular unos tiempos?

R: Más que tiempos hay que pensar en cómo se está haciendo, en cómo se usan las pantallas. Es decir, en el caso de un niño que tiene muchas oportunidades distintas de juego, de interactuar con la naturaleza, de tiempo entre iguales, que tiene oportunidades para interactuar con los adultos, entonces seguramente no haya ningún problema en que sus padres le permitan ver unos dibujos, por ejemplo. El problema es cuando les dejamos la tableta, el móvil o les ponemos la televisión mientras comen, cuando tienen que calmarse, cuando se aburren, cuando están nerviosos… Les vamos dando pantallas en todos esos momentos de vida cotidiana que tienen que aprenderse (tienen que aprender a comer, a usar los cubiertos, a regular sus emociones). Yo creo que deberíamos proteger la riqueza de la evolución cerebral que tienen hasta los seis años ofreciendo y potenciando esas oportunidades de aprendizaje sin que haya pantallas de por medio. Demos muchas alternativas. Ahora, no pidamos esto en tiempos de pandemia.

P: Se sabe que durante el confinamiento se disparó el uso de pantallas en niños y niñas. ¿Cómo gestionamos la tecnología en circunstancias excepcionales como la pandemia?

R: Es muy complicado porque es mucho tiempo en casa, padres y madres trabajando, pero aquí deberíamos enriquecer el entorno con muchas propuestas. De esta forma las pantallas son una propuesta de entretenimiento o de aprendizaje más, pero no la única. Yo insisto mucho en que los adultos verbalicemos delante de los niños que estos largos ratos que nos vemos obligados a pasar delante de las pantallas son por trabajo. A partir de cierta hora el teléfono y el ordenador deberían desaparecer de nuestras dinámicas.

P: El tema de las pantallas, como todos los que afectan a la crianza, es un tema muy polarizado. Veo que por un lado parece que están quienes se lanzan a dejar el móvil o la tablet desde el principio y quienes lo evitan a toda costa.

R: Nos basamos bastante en tópicos. Por ejemplo, usamos mucho el tópico de nativos digitales y pensamos que los niños son más listos digitalmente. Esto es una mentira absoluta. El listo no es el niño (que lo es), sino el fabricante de este tipo de tecnología que la ha simplificado tanto que todos podemos utilizarla, tengamos la edad que tengamos. Es una atrocidad que haya niños de tres o cuatro años con su propia tablet y hasta con sus propios juegos. El cerebro infantil no ha cambiado en los últimos 100 años, sigue necesitando lo mismo: personas adultas que estén por él y ambientes de aprendizaje ricos, que no quiere decir estimulación temprana.

Otro tópico es pensar que como la sociedad es tan tecnológica, y más que lo será cuando ellos sean mayores, cuanto antes empiecen, mejor. No hay nadie que por haber empezado antes vaya a saber más. Hay muchas otras cosas que estimulan el pensamiento.

P: Muchas veces la exposición de los niños a las pantallas parece inevitable. Pienso en hermanos pequeños cuyos hermanos mayores sí ven, por ejemplo, dibujos animados en la televisión. ¿Se debe evitar aquí también que un niño o niña de menos de tres años la vea? Esto lo veo mucho más difícil de controlar.

R: Creo que lo importante es actuar con previsión. Si el hermano mayor va a tener un ratito de pantalla en algún momento del día, se debe pensar antes qué podemos ofrecerle al más pequeño en ese instante. Anticiparnos. Darle propuestas que incluso puedan atraer al mayor. No podemos pensar que solo están las pantallas.

P: ¿Cómo debería ser la inclusión de los niños y niñas en la vida digital para que esta inclusión se haga de forma saludable?

R: Lo fundamental es evitar esto de tener la tele de fondo. Hay familias que cuando nacen sus hijos redistribuyen el salón de tal forma que el espacio de juego gana y la televisión incluso desaparece. Otras la mantienen, pero la televisión solo se pone en momentos puntuales. Lo mismo con el móvil. Si estamos permanentemente con él en la mano, atraerá su atención. Hay que pensar también qué uso hacemos del teléfono: ¿lo usamos para comunicarnos con la abuela? ¿Vemos algunas fotos de momentos divertidos? ¿Buscamos información de algo? Este es un buen uso del móvil, enseñarles poco a poco esto, más allá del sedentarismo pasivo de mirar la pantalla sin más.

P: ¿Qué efectos tienen las pantallas a edades tempranas en los niños y niñas?

R: En el libro recojo un estudio canadiense de 2019 en el que se han observado efectos en niños y niñas que pasan una media de dos horas y media al día frente a las pantallas. Un contacto continuado con las pantallas afecta a todo: al aprendizaje emocional, al lenguaje, a la salud ocular, al descanso, a la tonicidad muscular, a la motricidad… Yo empecé a interesarme por este tema cuando vi que las profesoras de la etapa infantil se echaban las manos a la cabeza por cómo llegaban los niños con respecto a la motricidad y al lenguaje. Más horas de pantallas es menos tiempo de interacción con adultos y con otros niños.

Portada del libro 'De 0 a 3, ¿nada de pantallas? (Editorial Octaedro)'.
Portada del libro 'De 0 a 3, ¿nada de pantallas? (Editorial Octaedro)'.

P: Mencionabas antes que les damos el móvil o una tableta para que se calmen.

R: Aprender a calmarnos es algo muy válido para toda la vida. Cuando eres pequeño o pequeña, las emociones asaltan todo tu cuerpo. Son papá o mamá quienes te ayudan a ver esto, son la voz exterior que nos dice lo que están pasando y poco a poco esa voz se va interiorizando. Aprendemos a tener la capacidad de regularnos. Cuando ofreces en estos momentos una pantalla, su capacidad de sentir y de experimentar emociones queda secuestrada. Ahí dejamos de interaccionar con el niño, dejamos de ser esa voz externa que tiene que ayudarle a aprender a regularse.

P: Recoge una cita de Jordi Collet que dice que las familias viven un fuerte malestar respecto al imperativo de tener que educar a sus niños y tener que enseñarles mucho y muy bien, bajo pena de la vergüenza de no ser unos buenos padres y madres. ¿Qué necesita un niño o niña desde que nace hasta los tres años?

R: Necesita adultos que le quieran y le respeten. Adultos que le ofrezcan estímulos, que le hablen, que le den serenidad, que le ofrezcan su mirada. Y, de paso, más contacto con la naturaleza. Nuestra vida no pueden ser solo pantallas cuando nuestro cerebro se está desarrollando. No se trata de tener miedo a las pantallas o emprender una campaña contra la tecnología, pero sí debemos emprender una campaña en favor de los niños y, para ello, nosotros tenemos que ser los adultos que necesitan la mayor parte del tiempo.

P: Es interesante esto de “la mayor parte del tiempo” porque no es nada fácil ser esos adultos en todo momento sin excepción…

R: Se vive en soledad, pero también interconectados. Estamos conectados para todo: para controlar el embarazo, para informarnos de la lactancia, para hablar con otros padres y madres… El libro es una pregunta y cada uno debe responderla al nivel que pueda. ¿Qué quiero hacer? ¿Cómo quiero criar? Te encuentras a familias que hacen colecho y dan lactancia hasta los cinco años, pero luego ofrecen pantallas a sus hijos a partir del año. Hay otra cosa que reivindico en todas las charlas: las instituciones deben asumir la crianza como una responsabilidad social y política. Cada vez tenemos menos niños, vamos a apostar porque la conciliación familiar y laboral sea algo real. La apuesta por una infancia sana es una apuesta también por una maternidad y una paternidad que pueda ejercerse dignamente. Mi reivindicación es también política.

P: ¿Nuestras condiciones materiales y económicas influyen también en ese exceso de pantallas?

R: Influyen mucho. Aquí en Barcelona, cuando empecé a trabajar este tema, trataba con madres que trabajaban en el turno de noche. Cuando llegan a pisos compartidos, tienen que ponerles a sus hijos la tele para que no molesten al resto de personas mientras ellas duermen. Esto es pobreza infantil, y la pobreza arranca de la pobreza femenina, de las condiciones de habitabilidad… Por eso mi reivindicación es también social y política.

P: ¿Hay marcha atrás cuando las pantallas han invadido sus vidas?

R: Nunca es tarde, y menos aún cuando hablamos de un niño pequeño. Para revertir una mala praxis lo primero que debemos hacer es cargarnos de información y después cargarnos también de miles de alternativas a las pantallas para poder ofrecer a esa niña o niño. Es como una desintoxicación: vamos a tener que sumar alicientes positivos como alternativa a las pantallas y mantenernos muy firmes en la decisión.

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