El abuso de pantallas y un entorno urbano con menos espacios recreativos incrementan las cifras de sedentarismo adolescente
Los jóvenes dedican una media de entre 8 y 10 horas diarias a actividades sedentarias, según un nuevo estudio, lo que sumado a una baja adherencia a la dieta mediterránea o a la falta de horas de sueño puede afectar a su salud mental
Se ha hablado mucho en los últimos años, cada vez más y con mayor preocupación, sobre la relación entre el abuso y el mal uso de las pantallas y la salud mental de la población adolescente. Sin embargo, en esta ecuación, respaldada cada vez por más evidencia científica, se acostumbra a olvidar otro impacto provocado por el abuso de pantallas y que, en última instancia, acaba afectando también a la salud mental: el sedentarismo. Según los resultados del estudio internacional Associations of perceived neighbourhood and home environments with sedentary behaviour among adolescents in 14 countries: the IPEN adolescent cross sectional observational study, publicado en noviembre de 2024 en la revista científica International Journal of Behavioral Nutrition and Physical Activity, el simple hecho de tener una cuenta personal en las redes sociales está vinculado con un mayor tiempo total de sedentarismo en adolescentes, tanto en chicos como en chicas, así como con un mayor tiempo frente a la pantalla.
“Nuestra hipótesis de partida era que las características de los ambientes en los que se desarrollan los adolescentes influyen significativamente en los niveles de sedentarismo y actividad física”, explica a EL PAÍS Ana Queralt, una de las autoras de la investigación y miembro del Grupo de Investigación en Actividad Física y Promoción de la Salud (AFIPS) de la Universitat de Valencia (UV). “En concreto, veíamos necesario analizar la presencia y acceso a dispositivos digitales en el ámbito familiar y su relación con el comportamiento sedentario, ya que esto era algo poco estudiado científicamente”. Los resultados no dejan lugar a dudas respecto a la relación de las pantallas con el sedentarismo. “Nuestro estudio mostró que los adolescentes de todo el mundo dedican una media de entre 8 y 10 horas diarias a actividades sedentarias como ver la televisión, utilizar dispositivos electrónicos, jugar a videojuegos, etcétera”, señala Queralt.
Sus resultados complementan a la perfección los de otra investigación publicada en 2023 [Lifestyle behaviors clusters in a nationwide sample of Spanish children and adolescents: PASOS study] en la revista Pediatric Research y liderada por el grupo de investigación ImFINE de la Universidad Politécnica de Madrid, que concluyó que la falta de actividad física y el uso excesivo de pantallas son dos rasgos predominantes en el estilo de vida de la juventud española. “Vimos que entre los niños más jóvenes ya se empiezan a asociar dos hábitos poco saludables, como son la falta de actividad física y el exceso de tiempo de pantallas. En adolescentes, a ese patrón se le suma una baja adherencia a la dieta mediterránea, las horas de sueño por debajo de las recomendaciones y una alta prevalencia de sobrepeso y obesidad”, explica Augusto García Zapico, autor principal del estudio.
Para el también profesor del departamento de Salud y Rendimiento Humano de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte-INEF de la Universidad Politécnica de Madrid, lo más relevante es que estos hábitos no saludables interaccionan entre sí, generando una especie de círculo vicioso. “Por sí solo, dormir poco, moverse poco, o estar mucho tiempo frente a pantallas tienen efectos perjudiciales para nuestra salud, pero unidos pueden multiplicar esos efectos”, señala. Y en última instancia, “puede acabar afectando a la salud mental”, ya que, como añade el experto, “al igual que hay estudios que han relacionado el abuso de pantallas con una peor salud mental, también hay investigaciones que han relacionado la baja actividad física y el comportamiento sedentario de los adolescentes con un incremento notable de las posibilidades de padecer más síntomas de ansiedad y depresión”.
¿Desplazamiento o efecto interferencia?
Para Julio Álvarez Pitti, coordinador del Comité de Promoción de la Salud de la Asociación Española de Pediatría (AEP), lo que se produce es una especie de desplazamiento. Es decir, que el uso abusivo de pantallas desplaza a la práctica de ejercicio físico, que el adolescente que se queda haciendo scroll de forma infinita en el timeline de TikTok es un joven que deja de bajar a la pista del barrio a jugar al fútbol o al baloncesto. “En el estudio PASOS hay unas gráficas en las que se ve muy claro que a medida que los niños y niñas se van haciendo mayores, y llegan a la adolescencia, disminuye considerablemente la actividad física y se incrementa notablemente el número de horas ante las pantallas. Hay un desplazamiento”, argumenta Álvarez.
Pero para la investigadora Ana Queralt, aumentar el tiempo de actividad física no tiene por qué reducir el tiempo de comportamiento sedentario ante pantallas, ya que hay muchos casos de jóvenes con altos niveles de actividad física diaria que, a su vez, presentan también altos niveles de uso de pantallas: “Algunos estudios de los últimos años nos hablan del efecto de interferencia, que se refiere al hecho de que los efectos positivos de la actividad física pueden verse afectados negativamente por altos niveles de sedentarismo”. En conclusión, Queralt explica que aunque un menor sea suficientemente activo físicamente, los efectos negativos del sedentarismo pueden contrarrestar los beneficios.
El impacto del entorno urbano en el sedentarismo
Según el estudio publicado en el International Journal of Behavioral Nutrition and Physical Activity, además de las pantallas, hay otro determinante que influye notablemente en el sedentarismo adolescente: el entorno urbano y la configuración de las ciudades. Según los resultados de la investigación, los adolescentes que declararon pasar menos tiempo frente a una pantalla para fines recreativos vivían en barrios transitables a pie, con más acceso a parques y a instalaciones deportivas, y tenían, por ejemplo, una mejor percepción de la seguridad frente al tráfico. “Según los hallazgos, un diseño urbano que priorice, por ejemplo, la accesibilidad a espacios verdes y recreativos, la existencia de una infraestructura para andar e ir en bicicleta de calidad o el acceso a una distancia andable a servicios básicos puede tener un impacto positivo en los niveles de actividad física de los jóvenes, así como en la reducción del tiempo que pasan frente a las pantallas”, explica Queralt.
La investigadora también reconoce que comienza a haber cierta concienciación social e institucional sobre la relación entre entorno urbano y sedentarismo [el Plan de Acción Mundial Sobre Actividad Física 2018-2030 de la OMS, de hecho, incluye entre sus cuatro objetivos estratégicos uno dedicado a crear entornos activos con medidas en la línea de las citadas por Queralt]. Sin embargo, la experta considera que todavía queda mucho camino por recorrer: “Uno de los problemas que estamos detectando en los últimos tiempos es que se asocia la existencia de esta relación a determinadas ideologías políticas o teorías económicas. Esta situación, en mi modesta opinión, puede que impida la concienciación por parte de una mayoría de la sociedad en un futuro”.
A estas medidas, Álvarez sostiene que habría que añadir otras que tengan en cuenta las diferencias socioeconómicas de los barrios y las distintas realidades socioculturales de las familias: “Este urbanismo más amigable suele ser más habitual en barrios de clase social media-alta que en barrios más desfavorecidos. Y a eso hay que añadir el nivel sociocultural de los padres: los padres de nivel más alto son conscientes de lo importante que es el fomento de la actividad física frente a la pantalla, y lo promueven en sus casas en mayor medida”. Queralt señala que las medidas futuras deberían involucrar a las familias, responsables políticos y empresas tecnológicas, “para que colaboren para reducir el acceso a las pantallas, limitar la participación en las redes sociales y promover más actividad física, ayudando así a los adolescentes a desarrollar hábitos más saludables y reducir su riesgo de enfermedades crónicas”.
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