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Belal Darder, refugiado: “Cuando pierdes a tu madre, a tu padre, a tu país, es cuando empiezas a pensar en vivir”

El fotoperiodista fue condenado a 15 años de cárcel por sus imágenes tras el golpe de Estado en Egipto. Desde 2016 vive como refugiado en Madrid, donde lucha por reconstruir su vida

Belal Darder refugiado
Belal Darder, fotoperiodista Egipcio refugiado, en el Barrio de Lavapiés.Santi Burgos
Margaryta Yakovenko

Está sentado en medio de una cafetería a pocos pasos de Callao con suelos de madera, mesas industriales y cestas de mimbre que sirven de maceteros. Sobre la mesa, unas galletitas holandesas y una taza de café con la que juega de vez en cuando y que parece diminuta entre sus manos. Habla un español perfecto, acompasado, casi literario. Un idioma culto. Tras sus gafas de pasta carey, sus ojos sonríen a la vez que lo hace su boca. Nada en sus maneras podría hacer a alguien sospechar que está delante de un condenado a 15 años de cárcel.

“Me condenaron un domingo”. Belal Darder tiene 27 años, una barba poblada y una sentencia de prisión que se negó a cumplir. “Me condenaron el domingo y yo salí del país el miércoles”, explica. Después de haber estudiado en el extranjero, Belal volvió a Egipto casi al mismo tiempo que estallaba la revolución de 2011. Abrió un blog, cogió su cámara y salió a la calle a documentarla. “Tomamos las calles pero no sabíamos cómo gobernar, los islamistas ganaron las elecciones pero nosotros no teníamos estructura: éramos gente joven que estaba enfadada, no sabíamos nada de organización ciudadana, fue pura ira y puro enfado”, recuerda. Tras esa revolución encuadrada dentro de la Primavera árabe, los islamistas de Mohamed Morsi ganaron las elecciones pero solo un año después de iniciar su mandato fue derrocado y encarcelado por un golpe de Estado de Abdel Fatah El-Sisi. La revolución terminó en sangre. Belal tiene todavía un trozo de metralla alojado en su frente, justo debajo del nacimiento de sus rizos. Estaba lejos así que solo le llegaron esquirlas. Se las sacaron en un hospital de campaña a pie de calle. “No es el mejor tratamiento médico pero no morí”, dice riendo.

Imagen tomada en 2015 por Belal Darder de un manifestante en una protesta contra el golpe del estado de dos años antes.
Imagen tomada en 2015 por Belal Darder de un manifestante en una protesta contra el golpe del estado de dos años antes.Belal Darder

Con el golpe las leyes se cambiaron. Los activistas, periodistas o fotoperiodistas como él, los jóvenes de las protestas, de pronto no solo no eran bienvenidos sino que empezaron a ser encarcelados. Belal se enteró de que iba a acabar entre rejas sin siquiera una notificación o un juicio. “Supe que me condenaron por una coincidencia. Un amigo mío que era abogado estaba en ese momento en el tribunal y vio mi nombre”. Sabía que podía pasar, otros amigos habían corrido una suerte similar y él estaba sobre aviso. Las fotografías que había hecho de las represiones tras el golpe de Estado se publicaron en medios y agencias internacionales. Su nombre era público. Cuando recibió la llamada cogió su cámara, hizo la maleta, se despidió de su madre y en un par de días estaba volando a Hong Kong, uno de los pocos lugares del planeta que le permitían la entrada con un pasaporte egipcio sin visado. De Hong Kong voló a Malasia donde se pudo alojar en casa de unos amigos y pedir asilo internacional a países como Suecia, Australia, Estados Unidos o España. Tardaron seis meses en contestarle. “La misma semana me dijeron de Australia y de España que habían aceptado mi solicitud”. Eligió España. “Pensaba que así iba a estar más cerca de mi madre. Tenía la esperanza de volver a verla y quedar algún día en un país cercano. La ironía es que mi madre murió hace dos años y la razón por la que he venido a España se esfumó”, relata. Belal calla. Juega con la taza de café entre sus manos. Cuando retoma la conversación repite: “Por eso vine aquí. Hace cuatro años y tres meses”. El 25 de diciembre de 2016.

“Vine a Madrid con 80 euros y me gasté 60 en un abrigo del Decathlon porque aquí hacía frío”. Los primeros meses vivió en una habitación de la Cruz Roja, en un edificio que acoge refugiados. Sin trabajo y sin conocer el idioma. “Cuando llegas como refugiado te dan una tarjeta roja que dice que has solicitado el asilo y que están estudiando tu caso. Esa tarjeta, hay policías que ni saben lo que es y te acaba obligando a vivir al margen. Si quieres alquilar un piso, el casero no tiene ni idea de qué es esto. Si quieres comprar algo pidiendo un crédito, lo mismo”. Durante ese primer año, Belal pasaba ocho horas al día estudiando español en las bibliotecas públicas de Madrid. Sabiendo ya inglés, francés y árabe, aprendió rápido y empezó a leer todo lo que caía en sus manos. “La lectura me salvó la vida. Me salvó de la depresión, me salvó del agujero”, asegura. Su biblioteca en Madrid tiene cerca de 200 libros. Él dice que no son tantos. También que es un refugiado afortunado. Lo repite varias veces en la conversación. “Soy blanco, tengo un posgrado, hablo idiomas. Yo lo he tenido muy fácil dentro de todo”.

No hay amargura en sus palabras. El trauma de la huída ha sido sustituido por una visión vitalista del mundo y del futuro. Tan solo el recuerdo de su madre, con la que vivió tres años antes de marcharse de Egipto y que rememora como los mejores de su vida, consigue arrojar una sombra sobre su cara. “Cuando murió mi madre me sentí completamente libre. Cuando no tienes nada, cuando lo pierdes todo, cuando pierdes a tu madre, a tu padre, a tu país, es cuando empiezas a pensar en vivir”, confiesa. Cuatro años después de su llegada a Madrid como refugiado, Belal tiene trabajo, varios proyectos de fotografía en marcha y sueña con comprarse pronto una casa con su pareja. “Es muy guapa, ¿verdad?”, dice mostrando una foto de ella, “sí que es verdad eso que dicen que no eres de un sitio hasta que te enamoras de alguien de ese sitio. Yo ya soy de aquí”.

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Margaryta Yakovenko
Periodista y escritora, antes de llegar a EL PAÍS fue editora en la revista PlayGround y redactora en El Periódico de Cataluña y La Opinión. Estudió periodismo en la Universidad de Murcia y realizó el máster de Periodismo Político Internacional de la Universitat Pompeu Fabra. Es autora de la novela 'Desencajada' y varios relatos.

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