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Monólogos sobre masculinidad en 10 asaltos

‘Puños de harina’, del actor y dramaturgo Jesús Torres, sube a un ring de boxeo asuntos como el machismo, la homofobia y el racismo en la sala Mirador

El montaje 'Puños de harina' puede verse en la sala Mirador hasta el 28 de marzo.
El montaje 'Puños de harina' puede verse en la sala Mirador hasta el 28 de marzo.El Aedo Teatro
Héctor Llanos Martínez

En su infancia, el actor y dramaturgo Jesús Torres (Puerto de Santa María, Cádiz, 37 años) era tan tímido que en ocasiones le sobrevenía cierta tartamudez. Su madre, para ayudarle a desatar nudos, le envió a una escuela de teatro. Allí encontró a Federico García Lorca y desde entonces ha sido una presencia casi permanente en su vida y en su trayectoria teatral. “Yo me planteé por vez primera si era homosexual al conocer su teatro y al encontrarme con Poeta en Nueva York. Es cuando supe que un hombre podía amar a otro hombre. Leía el poemario con 13 años y apenas entendía nada, pero me emocionaba pensar que poco a poco, a medida que fuera haciéndome mayor, sí que iba a hacerlo”, recuerda ahora Torres. Aunque su trayectoria le ha llevado por los terrenos de un teatro más clásico, interpretando al Segismundo de La vida es sueño y al Ulises de Homero, ha recurrido a esa poética lorquiana en su nuevo montaje, que en apariencia poco tiene que ver con el universo del granadino.

Puños de harina, espectáculo que él mismo escribe, dirige e interpreta, es una serie de 10 monólogos que se reparten dos protagonistas. El primero de ellos es real. Johann Wilhelm Trollmann, conocido por el apodo de Rukeli, fue un boxeador alemán de origen gitano al que la política racista del régimen nazi le arrebató en los años 30 el título de campeón de peso semipesado de su país y al que, una década después, asesinó en el campo de concentración de Neuengamme. Ante él, surge un personaje de ficción. Saúl es un joven gay y gitano que busca su identidad y se enfrenta a su familia en la España rural de los años 80. ¿Qué tiene que tener un hombre?, se preguntan los dos personajes de forma alterna en esta obra, que formó parte en febrero del Ciclo de Teatro de Derechos Humanos del Teatro Fernán Gómez y que desde viernes y hasta el 28 de marzo regresa a la sala Mirador del barrio de Lavapiés. “No hay nada de Lorca en este espectáculo, pero a la vez lo hay todo. El respeto que tengo al teatro de Federico es tan grande que no soy capaz de llevar a escena una de sus obras. De tanta admiración que siento, me faltaría objetividad y perdería parte de la responsabilidad que un dramaturgo debe tener a la hora de abordar un texto”, confiesa el gaditano.

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Este monólogo doble comenzó a gestarse con un artículo de EL PAÍS publicado en 2003 que cayó en manos de Torres. El texto relataba la devolución de forma honorífica y póstuma del título de campeón de boxeo a Rukeli por parte del Gobierno alemán: “Me guardé esa noticia en la carpeta de cosas sobre las que pensar para crear más adelante algo con ellas”. Desde hace un par de años, gracias a unas compañeras de su compañía de teatro, El Adeo, que participan de forma activa en el movimiento feminista, Torres empezó a contagiarse de esa necesidad de pensar qué tipo de persona, y en su caso qué tipo de hombre, desea ser. “Hasta ese momento, no cabía en mi cabeza el plantearme esa cuestión. Pensaba que tenía claro lo que significaba ser un hombre, pero me di cuenta de que esa pregunta es un veneno en la que, cuanto más reflexionas y más dialogas al respecto, menos conoces la respuesta. Sigo sin tener ni idea. Lo único que tengo claro es la duda”, admite. Y esas incertidumbres son las que vuelva en Rukeli y Saúl sobre el ring-escenario.

Acostumbrado a trabajar en equipo dentro de la compañía, en esta ocasión elige el formato del monólogo porque es el que le permite una exploración lo más personal posible. Su visión para Puños de harina es la de mostrar “la soledad del hombre cuando se enfrenta ante ese concepto de masculinidad con el que debe cumplir”.

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Gamificación del contenido teatral

Una de las áreas de trabajo de Torres se centra en acercar el teatro a adolescentes y niños, por lo que desde hace años experimenta con nuevas formas de trasladar los textos a las tecnologías. La gamificación, técnica de aprendizaje que traslada la materia de estudio a las técnicas propias de los juegos, surgió entonces como respuesta.

Tras formarse en esta disciplina e impulsado por el parón de funciones que trajo consigo la crisis del coronavirus durante el 2020, el andaluz creó una serie de divertimentos digitales a través de Instagram titulada Los misterios del Aedo, conectados con el catálogo teatral de su compañía. A través de los acertijos de Escape Rooms virtuales, los alumnos se adentran en el mundo de La Regenta, Otello o La Odisea. “Nuestra compañía prefirió no sustituir su actividad con emisiones en línea durante el confinamiento, sino crear un universo en torno a nuestras obras para que a los chicos les apeteciera acercarse por sí mismos a esos textos sin sentir la imposición de su centro educativo”, comenta su responsable.

El gaditano también ha creado un videojuego didáctico para Puños de Harina, en el que aborda el machismo, la homofobia y el racismo a lo largo de la Historia a través de sus dos protagonistas. Planteado con la estructura clásica de los juegos de Elige tu propia aventura, se adapta a los lenguajes propios de WhatsApp y el resto de redes sociales. “Al fin y al cabo, el teatro es ya de por sí un juego”, defiende su autor.

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Sobre la firma

Héctor Llanos Martínez
Redactor especializado en nuevas narrativas audiovisuales (streaming, pódcast, redes sociales) y en el género documental, con varios años como autor del blog 'Doc&Roll'. Formado en Agencia Efe y elmundo.es, antes de llegar a Verne y la sección de Madrid de El País, escribió desde Berlín para BBC, Deutsche Welle, Cineuropa, Esquire o Yorokobu.

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