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El gitano que retó al nazismo

Retrato de Johann Trollmann hacia 1928.
Retrato de Johann Trollmann hacia 1928.Contrasto

Se llamaba Johann Trollmann, pero pasó a la historia como ‘Rukeli’, que significa “árbol” para los gitanos centroeuropeos. Su juego de piernas en el cuadrilátero tuvo como represalia la prohibición para competir dictada por los nazis del III Reich, quienes consideraban su boxeo como “poco alemán”. Acabó sus días en un campo de concentración. Este texto es un capítulo del último libro de Dario Fo, premio Nobel de literatura fallecido a finales del año pasado, que publica en España la editorial Siruela.

PROFESIONAL Y ENAMORADO

Esa misma semana Michael, el primer amigo entrenador, va a ver a Johann a su casa. Después de saludar a los miembros de su numerosa familia, los dos van a sentarse a la habitación del joven.

–Tengo que decirte –empieza de inmediato su viejo amigo– que todavía no me he repuesto de la forma en la que te han echado de las Olimpiadas. Esto evidencia que el país se está despeñando hacia una auténtica dictadura, más feroz de lo que nunca hemos experimentado.

–No tengo ni idea de lo que nos espera, la única solución que encuentro es hacerme inmediatamente profesional. Al menos así tal vez evite las marchas militares y todo lo que conlleva una política ahora en manos de una banda de criminales.

–¡Cuidado, habla más bajo, que esos tienen oídos por todas partes!

–¿Pero es que no te das cuenta? Había gente que apostaba por mí como próximo campeón europeo de los pesos medios. ¡Y en un pispás van y me empaquetan y me quitan de en medio como a un trapo viejo! En el fondo, no es que me indigne demasiado esa expulsión… Para lo que me iban a dar, cuatro cuartos para los cigarrillos, que yo además no fumo, y una camiseta de la asociación gratis, pero sin recambio. ¡Así que bienvenido sea el hacerme profesional!

Las paredes de las casas en construcción estaban copadas con imágenes suyas, el campeón más atractivo de alemania.

—Pero ¿ya tienes un mánager?

—La verdad es que confiaba en que lo fueras tú…

—No, yo no puedo, en primer lugar no tengo licencia, y además no gozo de buena reputación en el entorno de los profesionales. Para todo el mundo, mi ambiente es el del boxeo amateur.

–Está bien, de todos modos ya me he puesto en contacto con algunos dirigentes de Berlín, y desde el momento en que se sepa que estoy disponible, serán ellos los que me busquen a mí.

–Estoy seguro de que serán muchos los interesados en llevar tus asuntos como es debido, y no tengo ninguna duda de que al final esta nueva situación te traerá grandes beneficios. Pero si debo darte un consejo realmente des­apasionado, ¿sabes lo que te digo? Rompe con todo por aquí y vete a otro país, yo qué sé, a Francia, a Inglaterra…, a los Estados Unidos incluso. ¡Fuera de aquí podrás demostrar por fin todo el potencial y la clase que tienes en tus manos, o, si lo prefieres, en tus puños!

–Pero ¿cómo voy a marcharme? ¿Y por qué razón, además?

–Porque la gente como tú, como yo y como otros cientos de miles de personas más hemos sido catalogados por el Reich como enemigos de la nación, del pueblo, de la grandeza germánica. Y eso es algo completamente normal. Cuando un grupo político decide tomar el poder, ¿qué es lo que hace? En primer lugar, elige a sus enemigos, a la gente “diferente”, judíos, gitanos, homosexuales, ateos, comunistas, anarquistas… Es una antigua regla:

“¡Dadme un enemigo y moveré el mundo! ¡Permanezcamos unidos, permanezcamos juntos y destruyamos a esta escoria! ¡Llenemos las cárceles con estos infames, Dios está con nosotros!”.

Dario Fo

Entre octubre y noviembre de 1929 Johann consigue firmar un contrato para sus tres primeros encuentros como profesional. Su mánager es Ernst Zirzow, un rubito con corbata, cara regordeta y una precisa raya lateral en el pelo. A primera vista podría parecer un corredor de apuestas al por mayor, pero en realidad no tarda en demostrar que sabe bien cómo hacer su trabajo. Johann descubre que Zirzow tiene una enorme capacidad para promocionarle: organiza conferencias de prensa, entrevistas con periodistas radiofónicos, e incluso con estrellas del mundo del espectáculo, incluyendo algunas bailarinas de renombre y actrices jóvenes, promesas del cine. Además, en el centro de Berlín, todas las paredes de las casas en construcción están copadas de imágenes suyas, el campeón más atractivo de Alemania.

Finalmente llega el día del primer encuentro, en Berlín, incluso con una banda de música que acompaña la entrada del joven campeón, vestido con un bata de seda toda de oro. Su oponente es el primero en subir al ring levantando las cuerdas. Johann, en cambio, tras coger carrerilla se lanza contra las cuerdas y, agarrándolas, aprovecha el efecto rebote para volar por los aires y aterrizar haciendo una verdadera voltereta de acróbata. Aplausos y gritos de chicas, presentes en abundancia. Aquí están de nuevo, todas alrededor del ring agitando flores y tirándoselas luego al joven apolo. Es una pelea muy leal en la que ambos contendientes se enfrentan desplegando todas sus cualidades, incluyendo una notable agresividad. El movimiento habitual de Johann descoloca en repetidas ocasiones al púgil adversario. Da la sensación de que el gitano concede un espacio considerable para los ataques, pero al final, con gran rapidez, es capaz de concluir con embestidas apoteósicas. De seis asaltos, Johann concede al campeón adversario tan solo dos. Al final se las apaña para lanzar una acometida que da con el otro en la lona.

El combate vuelve a caer del lado de Johann, empapado en sudor, cansado pero feliz.

El segundo encuentro también tiene lugar en Berlín. Estamos al aire libre y desde primera hora de la tarde todas las plantas del parque donde se celebrará la pelea gotean sin descanso. A pesar de ello, en el momento del combate, la explanada se llena hasta arriba, todos con los paraguas abiertos. Sin darse cuenta, los espectadores, en los instantes en los que la tensión se acrecienta, se golpean aquí y allá con sus quitaguas en una especie de combate suplementario. Afortunadamente, el cuadrilátero está protegido por una gran carpa, aunque a veces el viento hace que ráfagas de agua alcancen a los jueces, a los segundos y a los boxeadores. El combate vuelve a caer del lado de Johann, empapado en sudor, cansado pero feliz.

El tercer encuentro es en Hannover, completamente a cubierto. Una notable multitud ocupa sus asientos unas horas antes de la llegada de los contendientes, que, nada más encontrarse en el centro del ring, se percatan de que la sala entera está invadida por el humo de los puros y los cigarrillos. El responsable de la organización impone al público que deje de fumar y da instrucciones a los técnicos del local para que abran de par en par las ventanas laterales para hacer circular el aire en la enorme sala. El adversario de Johann demuestra ser particularmente bromista, y tan pronto como el árbitro les llama al centro para las recomendaciones habituales saca un paquete de cigarrillos, y se los ofrece a los jueces y segundos uno por uno. Después, con unas cerillas, enciende el cigarrillo de cada uno. La escena provoca grandes carcajadas, pero luego, por supuesto, todos tiran los cigarrillos en un cubo y comienza el combate. Es el tercer encuentro, y el resultado es más o menos el de los precedentes: victoria por KO para Johann.

Una noche de invierno en 1929 Johann pasa a toda velocidad por las calles del casco viejo con su nueva moto. Le gusta la moto, siempre había soñado con tener una. Esta exhala un rugido que emociona, parece realmente una fiera salvaje. Viste una chaqueta de cuero y unos pantalones de fieltro. En la cabeza lleva un casco con visera.

Dario Fo

Prosigue por la calle hasta la cervecería, aparca la moto en la puerta, entra y saluda a todo el mundo. Dentro hay un grupo de músicos que se ponen de pie de inmediato y lo aplauden, levantando sus instrumentos. Son gitanos, igual que él, e inesperadamente empiezan a interpretar un ritmo muy en boga en esos años, un foxtrot. Un grupo de chicas se acerca a Rukeli, el Árbol, que por su gran encanto parece estar realmente en flor. Él agarra la mano de las chicas, haciéndolas girar a un lado y a otro. Entonces, uno de los clientes, irritado por el éxito del boxeador, provoca a Johann y le dice:

–Gitano, si me lo permites, he de decirte que no eres más que un fantasmón. Apuesto con quien sea que te mando a la lona cuando quiera.

Zirzow, el mánager del corbatín, que está cerca de él, se adelanta y dice:

–Dirijo yo el desafío: estoy dispuesto a recoger las apuestas, pero, si me lo permiten, propongo una variante para este encuentro. Personalmente soy el defensor de los intereses de este campeón. El retador puede atacarlo tranquilamente con ambos puños, mientras que él, el campeón, tendrá la mano derecha atada a la espalda, así –y ejemplifica la atadura–, e intentará detener los golpes de su oponente con una sola mano. ¿Les parece bien?

¡Adelante con las apuestas!

Desde el fondo del local aparecen unos fotógrafos e incluso algunos periodistas, excitados ante la idea de asistir a una pelea tan extravagante.

Y he aquí que, de repente, desde el fondo del local aparecen unos fotógrafos e incluso algunos periodistas, excitados ante la idea de asistir a una pelea tan extravagante. Empieza el encuentro, el matón se lanza inmediatamente con los dos brazos, pero su derechazo se pierde en el vacío y recibe un puñetazo en la cara del brazo izquierdo de Johann.

–Por favor, ¡adelante! ¡Hagan sus apuestas! –vocea el mánager–. Pero que quede claro que, por cada puñetazo que alcance al retador, pagaréis cinco marcos cada uno.

Al final, todo se convierte en una especie de espectáculo de circo. El retador no hace más que acumular golpes por todas partes de su cuerpo hasta que, exhausto, se deja caer en una silla y dice:

–Por mí es suficiente.

Mientras tanto, en medio de los murmullos de la sala resuena la voz resentida de una joven camarera:

–¡Ah, no! ¡Ya es suficiente! Deje de una vez de atormentarme poniéndome las manos encima.

–Pero ¿qué le ocurre, señorita? –replica el hombre, que lleva un traje bastante elegante. Un camarero está dispuesto a intervenir, pero Johann lo detiene tranquilizándolo:

–No hay problema, este señor es amigo mío, si me da dos minutos lo resuelvo yo todo tranquilamente. –Luego, volviéndose hacia el elegante caballero, le dice:– Arthur, ¿pero qué cosas se te ocurren? ¿No tienes nada mejor que hacer que dar la tabarra a las camareras?

–¿Le parezco yo un tipo que molesta a las camareras?

–Mira, Arthur…

–¡No soy Arthur!

Dario Fo

–Maldita sea, otra vez con esta historia de que no reconoce su nombre… Es inútil que te hagas el listo, hemos oído todo el numerito, tus insinuaciones, la propuesta de un regalo… Y ten cuidadito que, si sigues haciéndote el sueco, vamos a tener que arrojarte a los clientes, que te harán pedazos. Así que siéntate aquí y, en primer lugar, pide disculpas a los clientes del local. ¿Listo? No oigo tu voz, ¿te importa hablar más alto?

Y el otro, con cara de susto, dice:

–Sí, me disculpo, no era mi intención.

–Muy bien, pero el perdón solo puedes ganártelo si no te haces el listo y cuentas toda la verdad, así que tienes que decir en voz alta: “¡Sí, he molestado a la chica y hasta le he puesto las manos encima!”. Repítelo.

El hombre hace ademán de reaccionar:

–Pero, oiga… –Luego se da cuenta de que lo mejor es no oponerse–. Sí, es cierto, he molestado a la chica y hasta le he puesto las manos encima.

–Estupendo, y ahora tengo que hacerte prometer una cosa. Debes decirles a estos señores, y sobre todo a la chica, que no volverás a poner un pie en este lugar, mejor dicho, que te mantendrás a mucha distancia. Si te pescamos rondando por aquí te llevaremos a la policía, ¿está claro? Que te dará una somanta de bofetadas. ¿Sabes cómo da las bofetadas la policía? ¿No? Pues mira, te voy a dar una, no muy fuerte, para que te hagas una idea.

Y diciendo esto, le suelta un buen cachete.

–¡Ay! ¡Me ha hecho daño!

–Qué va, cómo voy a haberte hecho daño, te habría hecho daño si te hubiera dado un bofetón así –y le propina otro buen tortazo.

–¡Ay!

–Eso es, ese sí que es un auténtico bofetón, pero los hay también peores, ¿sabes? ¿Quieres probarlos?

–No, por favor, que ya no puedo ni mover la mandíbula.

–Bueno, pues ahora te la desbloqueo yo. No muevas la cara, mira hacia arriba…

Y mientras lo dice lo abofetea con ambas manos. El otro se echa a llorar.

–¡Ay! ¡Cómo duele!

–¿Es suficiente? Pues ya estás libre, perdonado, purgado de tus pecados, puedes irte. Recuerda, por aquí no te queremos volver a ver.

Por desgracia, a causa de una estúpida costumbre en nuestra sociedad el hombre debe ser mayor que la mujer, aunque tenga veinte, treinta años más, mientras que lo contrario no se admite.

Ha pasado más de media hora y del local, que está cerrando, salen Johann y la joven camarera.

–Muchas gracias por lo que hiciste por mí. Cuando surgen esta clase de situaciones normalmente mis colegas hacen como si nada y tengo que soportar los insultos yo sola.

–Muy bien, pues dime cuál es tu horario y me pasaré por aquí para cubrir el turno contigo.

–Vamos… Cuando volví al zaguán para cambiarme dos de mis colegas me han dicho que eres un boxeador muy famoso.

–Sí, no puedo negarlo. ¿Y sabes por qué te he defendido de ese maníaco? No lo veía a él, te veía a ti. Eres clavadita a una amiga mía que ahora ya no vive aquí. El mismo peinado, el color de sus ojos, su encanto…, vaya, que eres su vivo reflejo, solo que más joven. No llegamos a estar juntos porque ella era diez años mayor que yo, pero estábamos enamorados, y la echo mucho de menos. Por desgracia, a causa de una estúpida costumbre en nuestra sociedad el hombre debe ser mayor que la mujer, aunque tenga veinte, treinta años más, mientras que lo contrario no se admite.

–Sí, aunque eso no sucede con la gente de mi país. La única condición para casarse es estar enamorados el uno del otro, la edad no importa.

–¿Por qué, de dónde vienes?

–Soy cosaca.

–¿Cosaca? O sea, ¿eres de esas personas que bailan casi sentadas y estirando las piernas aquí y allá, y luego monta a caballo y mete un trozo de carne cruda en la silla para cocinarlo?

–Sí, soy de esas personas, ¿te he decepcionado?

–No, fíjate que resulta que yo soy sinti.

–¿Sinti? ¿Algo así como un gitano?

–¡Eso es! ¿Y sabes lo que te digo? ¡Tú me enseñarás tu forma de bailar y yo la mía, y puesto que a mí me vuelven loco los caballos, visitaremos la estepa juntos, y nos lo pasaremos en grande!

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