Galdós, el joven periodista
El escritor comenzó a colaborar con el periódico 'La Nación' tratando una de sus pasiones: la crónica musical
La distancia entre Madrid y Las Palmas de Gran Canaria en 1865 era larga. Pero no tanto como para que doña Dolores dejara de enterarse de las andanzas de su hijo por la capital. Derecho y sólo Derecho le habían mandado ella y Salvador, su padre, a estudiar a Benitín en la península. Sin embargo, a sus oídos llegó que, más bien, el chaval andaba torcido. Y el colmo no era que se dedicara a hacer novillos o se perdiera entre callejones, teatros y cafés. El colmo fue cuando aquella mujer de carácter se enteró de que pasaba más horas en el periódico La Nación, de cierto tufillo liberal, incluso más de la cuenta para aquella familia tradicional, que en las aulas de la Universidad.
Así que doña Dolores escribió a su sobrino José Manuel para que enderezara a su primo, según relata Carmen Bravo-Villasante en Galdós visto por sí mismo. Fue inútil. Para entonces, ya había contraído el compromiso de colaborar con aquel medio fundado por Pascual Madoz, que buscaba jóvenes talentos para escribir crónicas sobre diversos temas. Galdós comenzó con una de sus pasiones: la crónica musical y firmó su primera pieza sobre el Don Giovanni, de Mozart el 3 de febrero de 1865, con 21 años.
El periodismo es un campo de batalla y entrenamiento donde el joven retraído adquiere destreza y descaro mediante el lenguaje escrito
A través de la música, el joven articulista comprendió que por ese camino podía acercarse al universo disonante de la vida y escribir sobre lo que le viniera en gana. Entre crónicas con el fondo del Rigoletto verdiano o la excusa de cualquier título belcantista de moda en la época, nos va acercando a la política, la cultura y la sociedad de mediados de siglo en Madrid.
Urde así secciones como la Revista musical o Revista de la semana, donde explora hitos escénicos y verbenas, exposiciones de pintura y epidemias de cólera. En todas ellas también va buscando su campo de acción como futuro autor de éxito y tomando el pulso a lo que luego desarrollará en los Episodios nacionales y las novelas.
El periodismo es así un campo de batalla y entrenamiento donde el joven retraído adquiere destreza y descaro mediante el lenguaje escrito: un tono fresco, pegado a las aceras, ecléctico y legible para un amplio público. Su firma adquiere prestigio y pronto le piden colaboraciones para otros medios. No deja La Nación, pero alterna artículos con otras publicaciones como la Revista del Movimiento Intelectual de Europa.
Cuando cierran a la fuerza el periódico que le dio su primera oportunidad regresa a él en cuanto lo reabren en 1868, tras el triunfo de la Revolución Gloriosa, con nuevas secciones. Ahí comienza con su Revista de Madrid o incluso con rarezas que tocan el surrealismo como su Clasificación zoológica, donde habla del hombre-culebra, el hombre-cotorra, el hombre-mono o la mujer-reptil… La década de los setenta la dedica más a la crónica política desde páginas como las de Las Cortes o El Debate, pero lo alterna con sus piezas en La Guirnalda, donde dedica varios artículos a figuras femeninas.
Todo ese periodo casi compulsivo de escritura en los periódicos frena a partir de 1875. El periodismo ha representado su primera gran formación como escritor, el nervio y la proteína que le dio suficiente confianza pare meterse en La fontana de oro, su primera novela de gran éxito, publicada en 1870. Comprende más tarde, a partir de mitad de los setenta, que su dedicación debe centrarse casi exclusivamente en su labor de novelista y se encierra en ella.
A partir de entonces, los periódicos, de gran laboratorio creativo en su caso, pasan a ser una fuente incesante de información para quien queda determinado a formar el gran fresco de su época y su país. Bebe de ellos como quien es consciente de haberlos alimentado sin tregua, como quien sabe que en ese microcosmos cotidiano de papel cabe cada día un resumen del mundo.
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