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Triunfar en el teatro

Al llegar a Madrid tomó los asientos de varios teatros. Lo que veía le contagiaba y pasaba las noches, como dice en sus memorias, probando suerte en soledad y con cierta ansia de primerizo

Jesús Ruiz Mantilla
Benito Pérez Galdós, retratado por Sorolla en 1894.
Benito Pérez Galdós, retratado por Sorolla en 1894.

La ilusión del joven Galdós fue triunfar en el teatro. Curiosa coincidencia con Cervantes. Una más. Pero en parte dentro de la cuenta de sus sinsabores, más que en el de las satisfacciones. El destino, su talento y un buen consejo de Francisco Giner de los Ríos, en caso de Galdós, le llevaron más al territorio de la novela. Sin embargo, la escena fue esa válvula de escape que el autor se permitió como satisfacción personal: la que le producía ver a sus criaturas encarnadas en actores y la de buscar un mayor impacto social.

Al llegar a Madrid tomó los asientos de varios teatros. Lo que veía le contagiaba y pasaba las noches, como dice en sus memorias, probando suerte en soledad y con cierta ansia de primerizo: “Yo enjaretaba dramas y comedias con vertiginosa rapidez, y lo mismo los hacía en prosa que en verso”.

Cuando voy, cualquier drama estúpido me produce una emoción viva, propiamente infantil

En cinco años, entre 1861 y 1866 rescató como válidas de aquellos impulsos obras como Quien mal hace, bien no espere, La expulsión de los moriscos, El hombre fuerte y Un joven de provecho, apunta en su biografía Francisco Cánovas Sánchez. También recuerda lo que el autor confesó a Leopoldo Alas Clarín: “El teatro sí me gustaba y aún me entusiasmaba. Cuando voy, cualquier drama estúpido me produce una emoción viva, propiamente infantil”.

Como de todo se alimentaba para la literatura, esa propensión al teatro dio excelentes resultados en su manera de dialogar dentro de la narrativa. Para ambas aplicaba su sentido más agudo cara a lo literario, el oído, que reivindica así: “Si alguna cualidad posee el que esto escribe digna de estimación de los amigos es la de vivir con el oído atento al murmullo social, distrayéndose poco de este trabajo de vigía o de escucha, trabajo que subyuga el espíritu, se convierte en pasión y acaba por ser oficio”. Es una cualidad que le atribuye como clave Manuel Gutiérrez Aragón, cineasta y novelista que la aplica y la envidia –sanamente- en quienes como Galdós supieron desarrollarla casi con pericia de otorrino y de espía, al tiempo.

De aquel primer arreón en la década de los sesenta, apenas pudo ver nada. Más tarde logró fusionar dos destrezas. La del novelista adaptada en teatro –gracias en gran parte a sus diálogos- dio para que se llevaran a escena algunas historias como Realidad, La loca de la casa, El abuelo, Doña Perfecta, Casandra o incluso Episodios Nacionales como Gerona o Zaragoza. Con eso empieza a vivir ese éxito en tablas que tanta ilusión infantil le provocaba, con la adrenalina propia de quien es espectador en vivo de su creación. Eso le impulsa –con el ánimo de los empresarios, ya que se convirtió en autor taquillero- a crear otros éxitos ya específicos para la escena como La de San Quintín, que estrenó una de sus actrices de cabecera, María Guerrero. Después llegan Los condenados o Voluntad

Benito Pérez Galdós (sentado) escucha al dramaturgo Serafín Álvarez Quintero durante la inauguración el 12 de enero de 1919 de su monumento en el parque del Retiro, obra del escultor Victorio Macho.
Benito Pérez Galdós (sentado) escucha al dramaturgo Serafín Álvarez Quintero durante la inauguración el 12 de enero de 1919 de su monumento en el parque del Retiro, obra del escultor Victorio Macho.EFE

Pero hay un episodio que coloca a Galdós en el centro de una escaramuza nacional. Uno de esos trances que provocaba queriendo por su urgencia de denuncia social y sin querer por las consecuencias que acarreaba a su timidez. Hablamos de Electra. Galdós no se coloca como autor en la tesitura de evadir al lector. Su ambición consistía en entretenerlo y concienciarlo, como buen seguidor de los principios krausistas. El teatro fue un arma de lucha social para él. Y eso se confirmó en Electra como en ninguna de sus obras anteriores en cualquier género.

Se trata de una obra escrita contra la intolerancia, el poder de la Iglesia y el oscurantismo. Un arma perfecta para medir la polarización de una sociedad que aún hoy continúa en esa clave. Así que el 30 de enero de 1901 en el Teatro Español los ánimos se caldearon con esta recreación galdosiana del mito griego en clave inquisitorial: “En Electra puede decirse que he condensado la obra de toda mi vida”, dijo.

Fue símbolo de la libertad para unos y demonio para otros. Pero las consecuencias hicieron mella en su carrera. Hasta tal punto que cabe preguntarse hoy si la herida que produjo en la caverna Electra representó el inicio de una venganza que levantó en armas a los más obtusos para impedir con una campaña terrible en su contra que consiguiera el Nobel de Literatura. Esa emoción infantil le dio muchas satisfacciones en vida, pero también se le atragantó hasta cortarle unas alas que lo estamparon.

Galdós llega a Madrid

Repasamos en pequeños capítulos la vida de Galdós.


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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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