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Barrionalismos
Columna
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Esto no ha terminado, no fue una broma

No olvidemos que pese a ser cifras menores, continúan siendo altas, porque cualquiera por encima de cero lo es

Un grupo de sanitarios aplaude, el pasado 1 de mayo, en el cierre del hospital temporal instalado en Ifema.
Un grupo de sanitarios aplaude, el pasado 1 de mayo, en el cierre del hospital temporal instalado en Ifema.Sergio Pérez

Tras una gripe que pillé a principios de año, de estar tosiendo y estornudando, con cierto temor, porque ya nos llegaban noticias ligadas a la covid-19 desde China e Italia, volví a la normalidad. Estaba deseando poder respirar por las dos fosas nasales e ir tranquila en el metro sin que me tuvieran miedo o se alejaran. Por aquel entonces, no obstante, todavía pensábamos que aquí no nos pasaría nada y que, en cualquier caso, de llegar el virus, no sería demasiado grave. Sin embargo, tres meses más tarde, a pesar de haberme encerrado, comencé a tener una carraspera pertinaz. No le di mucha importancia, debido a que en los informativos recordaban que los síntomas de la enfermedad estaban claros: tos seca y fiebre. Nada de eso me pasaba.

Poco a poco, el personal sanitario fue recabando más datos y ampliando su conocimiento acerca de una enfermedad desconocida. En lo que a mí respecta, a la carraspera se le unió un dolor en el pecho que jamás había experimentado. Era como si me ardiera la zona del esternón y esa sensación parecía estar en conexión con la garganta que, cada día, raspaba más. Enseguida llegaron la falta de apetito, la tripa revuelta y el dolor muscular, de modo que llamé al número de la Comunidad de Madrid y me derivaron al centro de salud que me corresponde. La atención que he recibido en todo este tiempo ha sido telefónica… y maravillosa. Cada tarde me daban un toque y se interesaban por mi evolución, resolvían con paciencia todas mis dudas, me tranquilizaban y se despedían con un "mejórate” o con un “ya queda menos”. No me cansaré de darles las gracias.

Lo idóneo, por salud, es que si no se van a respetar las medidas adecuadas, se proteste desde la ventana

Tengo treinta y ocho años, ninguna dolencia previa grave, un sistema inmunitario acorde a mi edad, creo, y llevo cuatro semanas sin poder moverme de casa. Hacerlo sería una absoluta temeridad. Así las cosas, cuando veo las imágenes de personas en paseos marítimos tipo Venice Beach, manifestándose sin guardar la distancia de seguridad, como si estuvieran en el sambódromo del Carnaval de Río, o participando en caceroladas callejeras cual batucada y sin mascarilla, no me hace ni pizca de gracia.

Me parecería fantástico que quien lo deseara expresara su desacuerdo con el gobierno o su desesperación por no cobrar el ERTE y, en consecuencia, se manifestara, siempre y cuando contara con las autorizaciones pertinentes. Con todo, es evidente que se ha generado un clima de discordia, con banderas preconstitucionales, insultos o “saluditos romanos” incluidos, que, por desgracia, está alejadísimo de las iniciativas vecinales que unieron a quienes habitamos en el extrarradio durante los peores momentos, independientemente de nuestra ideología. Lo idóneo, por salud, es que si no se van a respetar las medidas adecuadas, se proteste desde la ventana. Más que nada por responsabilidad ciudadana y respeto hacia los sanitarios que, desde que esta crisis comenzó, no han parado.

En la actualidad, el número de personas que fallecen, están ingresadas o enferman está descendiendo, ahora bien, no olvidemos que pese a ser cifras menores continúan siendo altas, cualquiera por encima de cero lo es. Retroceder no es una opción que queramos y para evitarlo, resulta fundamental que tengamos presente que lo que hemos vivido no fue una broma.

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