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Barrionalismos
Columna
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Arrimar el hombro

Ahora es cuando toca hacer memoria y apoyar al comercio pequeño que se ha desdoblado para no dejarnos tirados

Un puesto del Mercado Maravillas, en Madrid, durante el estado de alarma.
Un puesto del Mercado Maravillas, en Madrid, durante el estado de alarma.© Luis Sevillano

Parece que la pesadilla sanitaria está perdiéndole el pulso a la vida, aunque para llegar hasta aquí, miles de personas se hayan quedado sin ella. Es difícilmente asumible lo que ha sucedido por la cantidad de gente que ha fallecido y porque no ha habido adioses. Así es muy difícil entender que la escritura vital cesa y que hay que ponerle punto final.

Entre tanto, el personal sanitario, el de limpieza y cuidados o quienes trabajan en los supermercados vuelven a respirar tras contener el hálito meses. Al parar para llenarse los pulmones, tal y como narraban en el reportaje de este mismo medio, “Los que se enfrentaron a la curva”, les da tiempo a pensar en todo lo que han pasado y solo ahora pueden llorar. Resolvieron corriendo, apagaron mil fuegos y en la actualidad tienen que intentar extinguir los que llevan dentro, los de sus recuerdos. Les toca el turno a los psicólogos hacer su trabajo, aunque siempre quedarán brasas. Para el trance que hemos atravesado nadie está preparado.

Muchas personas, aún caminando entre las sombras, se preguntaron qué podían hacer en lugar de esperar a que hicieran por ellas

Sin embargo, cuando no veíamos luz al final del túnel, muchas personas, aún caminando entre las sombras, se preguntaron qué podían hacer en lugar de esperar a que hicieran por ellas. Desde los barrios se han creado un montón de iniciativas hermosas, cuidados paliativos en épocas complicadas que readaptados podrían seguir y que quizá, tengan que continuar con el fin de asistir a las víctimas de la crisis económica que sucederá a la de la covid-19.

Tal es el caso de la Cocina Solidaria 2020, una asociación nueva que tiene su base de operaciones en las cocinas del polideportivo Parque Lisboa de Alcorcón desde donde, diariamente, un equipo de voluntarios distribuye más de medio millar de comidas por la capital.

Sin duda, es momento de seguir arrimando el hombro, de volver a despertar la creatividad de los lugares pequeños, de las periferias, de los pueblos e, incluso, de los portales para que la que nos viene, o más bien, ya está aquí, se vea un poco amortiguada gracias a la coordinación y actuación vecinal colectiva.

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Ahora es cuando toca hacer memoria y apoyar al comercio pequeño que se ha desdoblado para no dejarnos tirados, cuando íbamos con el abrigo, la capucha subida, mascarilla, guantes y gel hidroalcohólico en el bolsillo, hasta a tirar la basura por si nos contagiábamos. A esa gente que de día abría sus locales y nos atendía con ojeras y con sonrisas. Las sonrisas afloraban debido a que veían a su clientela de siempre y comprobaban que estaban bien y también, obvio, a que sentían que algo bueno habrían hecho si toda esa gente les estaba siendo fiel. Lo de las ojeras tenía sentido porque han perdido horas de sueño. Decía María José Díaz de la frutería alcorconera “La perita en dulce” que había días en los que su jornada laboral comenzaba a las 9 de la mañana y concluía a las 11 de la noche por tener que preparar los envíos para un reparto que, en demasiadas ocasiones, se alargaba hasta las tantas. Hay viviendas sin ascensor y otras que están en zona peatonal, no era fácil llegar a todos lados, pero lo han intentado y, casi siempre, lo han logrado.

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