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La experiencia personal
Columna
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Con la cabeza en el hospital

“Desde que nació el pequeñajo pensé que el último mes de baja estaría lleno de paseos por el parque. No dejo de pensar en el hospital público en el que trabajo”, escribe la autora

Myriam Valdés con su hijo, Eduardo, en el balcón de su casa.
Myriam Valdés con su hijo, Eduardo, en el balcón de su casa.

Mi pareja y yo trabajamos en un Hospital público de la Comunidad de Madrid. Él, intensivista. Yo, geriatra. Ahora, ambas especialidades, tanto las UCI como la Geriatría, soportan un gran volumen de los pacientes afectados por coronavirus.

A finales de 2019 pensamos que nuestra vida había cambiado con la llegada de nuestra “pequeña gran revolución”, pero lo hizo más aún días antes de que comenzara el confinamiento: nuestra forma de percibir el mundo y nuestro trabajo se vieran azotados por el huracán del coronavirus.

¿Cómo conviviríamos ahora con la pandemia? Desde que nació el pequeñajo pensé que el último mes de baja estaría lleno de paseos por el parque, disfrutando del inicio de la primavera, un café con mis amigas, un viaje al pueblo… No me había imaginado que todo fuera a dar un giro de 180 grados.

El bebé y yo aislados en casa.

Yo con la cabeza en el hospital pensando en mis compañeros, en la lucha que libran, en la falta de protección, en cómo están los que se han tenido que dar de baja por positivo y en cómo, a pesar de todo, no les faltan fuerzas para seguir batallando cada día, todos los días.

Con la cabeza en el hospital pensando también en mis pacientes, en el dolor de pensar que han partido solos, a veces sin la oportunidad que en otras ocasiones, en otras circunstancias, sí les podría haber dado la UCI.

Con la cabeza en las residencias, donde nuestras personas mayores se han visto golpeadas de lleno por este virus.

Con la cabeza en mi pareja, mi amigo, mi colega, el padre de mi hijo, intentando lidiar con la falta de respiradores, con la toma de decisiones difíciles, con la incertidumbre al llegar a casa de si ha lavado bien las manos o no por última vez antes de volver, con la duda de si ya está contagiado o si ya nos ha contagiado a nosotros.

Baños separados, habitaciones distintas, otro lavado de manos más, lavadoras a 60 grados, agua y lejía que impregnan los pomos de las puertas y los interruptores de cada habitación. Todo aparentemente controlado, pero, ¿cómo guardas la distancia en casa con un bebé de pocos meses?

Con la cabeza en todo, pero sobre todo en nuestro hijo, que lo ve todo desde los ojos de la inocencia, que no entiende de pandemias ni de confinamientos y que lo único que necesita es amor a mares, en que solo me quedan unas semanas para disfrutar 24 horas del día con él. En que solo me quedan unas semanas para volver al hospital con mis compañeros a intentar ganarle la batalla al virus.

Ojalá que cuando todo esto pase hayamos crecido como sociedad y seamos capaces de valorar más las cosas grandes, enormes de la vida: un abrazo, un beso, un te quiero.

Myriam Valdés (Calzada de Calatrava, 1987) es médica geriatra en el hospital de Getafe. Esta tribuna pertenece a la serie La Experiencia Personal, que EL PAÍS Madrid publica a diario durante la cuarentena por coronavirus. Puedes leer aquí la experiencia personal de Quique Villalobos (El poder de hacer barrio), Carlos González (Anestesia contra el miedo), Tábata Cerezo (La razón por la que estamos encerrados), Celia Blanco (Funeral Malasañero), Nacho Martínez (El cumpleaños de Charo se canta en el patio de luces), Esther Arroyo (“Liberar espacio: a mi abuela de 93 años la sacan de paliativos”), de Miguel del Arco (¿Cómo estar tranquilo cuando sabes que tienes una plantilla?), de Mariah Oliver (“Dos meses sin cobrar el sueldo”), de Victoria Torres (La tribu se pone en marcha), de Juan José Mateo (Ojo, que tiene 38º) o de la doctora María Sainz Martín (Ponerse al día).

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