El arquitecto que devolvió un premio porque la Xunta bendijo la “atrocidad” de una línea de alta tensión junto a un castro mítico
Pedro de Llano, gurú de la arquitectura tradicional, alerta de que la infraestructura afecta a varios BIC, incluido el lugar en el que la leyenda sitúa la decisión fundacional del fenómeno jacobeo
Hay en Europa muchos cuadros e ilustraciones antiguas que representan, con pequeñas variaciones, la misma escena: un carro tirado por bueyes que transporta un cadáver hace un alto en el camino y se para ante un palacio adornado con arcos. Junto al vehículo, hay varios hombres; de la mansión, asoman varias mujeres. La imagen representa un pasaje fundamental de la Translatio, el fantástico supuesto viaje de los restos del apóstol Santiago el Mayor desde Jaffa (Palestina) hasta Compostela. Es el momento en que los discípulos del santo, después de arribar a Galicia (según la leyenda, en una barca de piedra) acuden a la noble morada de la Reina Lupa, de creencias paganas, en busca de ayuda y autorización para dar sepultura al cuerpo. No es la primera vez que la visitan: al menos por dos ocasiones ella les ha tendido mortíferas trampas, incluso los ha enviado de cabeza a la guarida de un dragón, pero ellos se han salvado siempre de milagro, haciendo la señal de la cruz. Así que esta vez, la Reina Lupa, la poderosa mujer loba, atiende sus ruegos y les permite enterrar a Santiago en el monte Libredón, a unos 10 kilómetros de su palacio: el lugar donde varios siglos después empezó a levantarse lo que hoy es la catedral de Santiago, meta de peregrinación.
Entre el mito y la realidad geográfica, esta leyenda fundacional de la tradición jacobea, descrita en manuscritos medievales como el Códice Calixtino, tiene su localización física en un gran poblado antiguo sin excavar, el Castro Lupario, cuyo paraje se encuentra ahora amenazado por la maquinaria pesada que tala el monte para construir una línea de alta tensión promovida por Red Eléctrica de España. El arquitecto Pedro de Llano (A Coruña, 77 años), premiado en octubre por la Xunta por su carrera en defensa del patrimonio etnográfico, decidió devolver dos meses más tarde el galardón después de denunciar públicamente el “ultraje patrimonial”, la “atrocidad” consentida por la Xunta en virtud de una declaración de impacto que no considera que esta obra pueda romper un conjunto amparado sobre el papel por la presencia de varios BIC (Bienes de Interés Cultural).
Se trata de un territorio a caballo entre los municipios coruñeses de Rois, Brión y Teo en el que, salvo por la invasión de eucaliptos y acacias, casi todo se conservó hasta ahora inmutable. En la cima se adivina la forma del poblado castreño en el que fueron hallados restos cerámicos, esculturas y un pequeño tesoro enterrado, con monedas romanas infrecuentes en Gallaecia; entre la maleza, perduran los petroglifos; a los pies, el pueblo pétreo de Angueira de Castro, con casas del siglo XVIII y XIX restauradas y una torre de control de paso de caminantes todavía más antigua; un paseo al borde del río Tinto que lleva a los jardines de un pazo con una antigua fábrica de papel que funcionaba con la fuerza del agua; un palomar, un cruceiro y 18 hórreos tan viejos como las casas. Todo esto, vertebrado por un desvío del Camino Portugués a Santiago, que en este tramo atraviesa un puente medieval y es hoy la segunda ruta jacobea más transitada por peregrinos de todo el mundo. En el acto de entrega del premio, De Llano aprovechó para pedir públicamente al presidente gallego, Alfonso Rueda (PP), que frenase la autorización y reconsiderase una alternativa soterrada al tendido entre postes que va a abrir una herida en el paisaje y tronzará el camino que vincula la aldea de Angueira con el castro.
“Al igual que Camelot”, compara el profesor de la Universidad de Santiago, escritor y comisario de arte Manuel Gago, “la sede de la Reina Lupa fue uno de los palacios míticos de la Edad Media, ampliamente representado en el arte de toda Europa, mostrando cómo se integraban el viejo mundo pagano y el nuevo cristiano” a principios del primer milenio de esta era. Pedro de Llano, autor del libro Arquitectura popular en Galicia, toda una biblia de la edificación tradicional, recogía el premio Galicia de Arquitectura, Urbanismo y Rehabilitación en un acto presidido por Alfonso Rueda y las conselleiras de Medio Ambiente e Infraestruturas, Ángeles Vázquez y Ethel Vázquez. Cuando aprovechó su turno de palabra para pedir a los mandatarios que reconsiderasen otra alternativa a la obra, Rueda respondió “intentaremos atender”. Al concluir el acto, el arquitecto se comprometió a enviar un informe “objetivo” sobre los estragos que causaría el tendido eléctrico. Cuando concluyó su dosier, que incluye la valoración negativa de la obra de una institución como el Consello da Cultura Galega, lo entregó y llegó a tener una larga reunión con la titular de Medio Ambiente. Pero en diciembre, los vecinos de Angueira se despertaron un día con “el ruido de las motosierras y los bulldozers [excavadoras]” abriéndose paso por el monte.
Al devolver el galardón, el arquitecto —vecino de Angueira desde hace cuatro décadas— escribió una carta. Pensaba mandarla a los medios de comunicación para explicar su postura, pero al final no lo hizo. El contaba que había recibido el Premio Galicia de Arquitectura no por una gran obra singular, sino, precisamente, por su actividad “a lo largo de 50 años” en defensa de la cultura y la arquitectura tradicional de Galicia. De Llano recordaba que su mérito profesional radica, “sobre todo”, en evitar la desaparición o ruina de lugares únicos, eslabones vivos con los desaparecidos castros, como son el pueblo de pallozas de Piornedo (Cervantes, Lugo) o la mágica puerta del Camino Francés a Galicia en O Cebreiro (Pedrafita, Lugo). “Mi premio fue, sobre todo, entiendo yo, un premio a mi incondicional amor por nuestra cultura. A una vida dedicada a la defensa de una arquitectura que —tal como afirmó William Morris hace siglo y medio— abarca la consideración de todo el ambiente físico que rodea la vida humana a través del conjunto de alteraciones introducidas por el hombre en la superficie terrestre para satisfacer sus necesidades”.
La Xunta de Galicia dio luz verde en 2022 a la línea de alta tensión de 40 kilómetros que atraviesa una decena de municipios de las provincias de A Coruña y Pontevedra, con inicio en un parque eólico del Ayuntamiento de Lousame y final en la subestación eléctrica de Tivo, en Caldas de Reis. En su intervención durante la recogida del galardón en octubre en la Cidade da Cultura de Santiago, De Llano recordó que el célebre arqueólogo Fernando Acuña Castroviejo fue el primero que le enseñó en su día el Castro Lupario, junto con la aldea de Angueira de Castro, “uno de los más importantes paisajes gallegos”.
Desde mediados del siglo XX, lamenta el arquitecto coruñés, “nuestro paisaje ha vivido un siempre creciente menoscabo, con una política de conservación, a veces sostenida por estudios de impacto ambiental de objetividad más que cuestionable”. Castro Lupario, Angueira, el campo de petroglifos y el camino que atraviesa el pueblo y lleva al poblado fortificado de la Edad del Hierro conforman un lugar “prodigioso”, y “no hay desarrollo posible al margen de la cultura”, sostiene De Llano en su misiva. “Debemos buscar posibilidades de intervención sobre la base de tres sencillas actitudes: sensatez, austeridad y sensibilidad. Siempre desde el profundo conocimiento de cada caso, para evitar irreversibles intervenciones no deseadas como la que estamos viviendo”, defiende, “si no queremos que, dentro de un tiempo, todo (menos los responsables de esa atrocidad) haya desaparecido”.
Un cambio en el proyecto, con el paso de la línea bajo tierra a lo largo de “solo un kilómetro”, “sería la más hermosa noticia que yo podría desear como premio al trabajo absolutamente desinteresado de mi vida”, confiesa De Llano. El arquitecto reconoce que ahora se siente “muy lejos” del premio que le concedió la Xunta, porque entiende que el Ejecutivo de Rueda se ha “burlado” de él: “No tenía, ni tiene, interés alguno por solucionar el tema racionalmente”, sino “por la vía más cerril que nadie hubiera podido encontrar”. “Mientras”, relata en su escrito, “el contacto [de los vecinos] con el Gobierno gallego fue definitivamente interrumpido, y nuestro bosque ha comenzado a desaparecer de un día para otro”. Después de un parón entre Navidad y enero, en el que los habitantes de Angueira creyeron ver una tregua y una esperanza, las máquinas han vuelto a rugir en el monte el primer día de febrero.
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