La campaña de fichajes bomba en Madrid
Gabilondo intenta un golpe de efecto con la ministra Reyes Maroto, tras el fiasco del PP con Cantó
La política hace mucho que imita al fútbol, y la pasión por los fichajes es una prueba más. No hay nada mejor para levantar el ánimo de una hinchada alicaída que anunciar una rutilante incorporación. El PP ya lo hizo con Toni Cantó y bien que lo ha exprimido, por mucho que el asunto acabase en fiasco: a veces no importa tanto que el fichaje salga a jugar como el efecto euforizante que su llegada produce en la afición. Ángel Gabilondo también lo intenta, aunque en su caso la última incorporación es de momento hipotética. Si el candidato socialista lograse formar Gobierno en Madrid, la ministra de Industria, Reyes Maroto, dejaría su puesto para asumir el de vicepresidenta económica regional. Muchas cosas tendrán que pasar aún para eso, pero el anuncio de este jueves también tiene su mensaje: mostrar cómo el Ejecutivo de Pedro Sánchez arropa a su candidato en Madrid.
Resulta difícil encontrar un analista político que crea que Cantó era un activo electoral para el PP. Es más, Isabel Díaz Ayuso se resistió a incorporarlo. Las redes sociales estallaron en un festival de chanzas sobre la sinuosa trayectoria política del actor, también con abundancia de símiles futbolísticos: se decía que es como Diego Simeone, que siempre va “partido a partido”. Pero en la política, como en el fútbol, a veces se ficha solo para debilitar al contrario. Y la dirección nacional del PP solo buscaba lanzar un nuevo golpe al hígado de Ciudadanos arrebatándole a su portavoz en la Comunidad Valenciana.
Los fichajes forman parte del espectáculo de la política y siempre llevan implícito un mensaje, aunque estos puedan ser de índoles muy diferentes. Con el de Maroto, el candidato del PSOE madrileño intenta reforzar su imagen de hombre que gobernaría con seriedad y rodeándose de gestores experimentados. Una incorporación actúa como un símbolo, aunque se trate de personas desconocidas para el público. La gran novedad en las listas de Ángel Gabilondo ha sido Hana Jalloul, secretaria de Estado de Inmigración y perfectamente anónima para el votante medio. Pero en cuanto el PSOE situó a esta mujer con raíces libanesas en el número dos de su lista, ya se pusieron en circulación las comparaciones con Kamala Harris. Como iconos también han pretendido funcionar las incorporaciones a Unidas Podemos de dos personas que, por lo demás, resultaban desconocidas fuera de su ámbito: la activista antidesahucios Alejandra Jacinto y el presidente del sindicato de manteros, Serigne Mbayé.
No es la primera vez que un fichaje se queda en puro efectismo de campaña. Una antigua compañera de Cantó en la extinta UPyD, Irene Lozano, fue la novedad estrella de Pedro Sánchez en sus primeras elecciones como candidato del PSOE, en 2015. Casi seis años más tarde, ha acabado en un discreto quinto puesto en la lista regional de Gabilondo. Pocas fiebres de fichajes como la que acometió a Pablo Casado en 2019 . Lo suyo fue un salto cualitativo, porque los reclutados no tenían más trayectoria que una cierta celebridad social, de toreros y tertulianos a Juan José Cortés, el padre de Mari Luz, una niña salvajemente asesinada en Huelva. Con ellos llegó también Adolfo Suárez Illana, hijo del presidente de la Transición, sobre el que ya pesaba un antecedente nefasto: José María Aznar le colocó como candidato en Castilla-La Mancha en 2002 y el resultado fue un desastre. Ahora languidece relegado en la Mesa del Congreso. Mejor, en todo caso, que Cortés, que ya ni está.
Tampoco es que estas operaciones acaben siempre así. Lo prueba Edmundo Bal, el candidato madrileño de Ciudadanos. Él mismo fue uno de los fichajes de Albert Rivera para las generales de 2019, con el aval de su prestigio como abogado del Estado. Bal no solo se ha consolidado en el Congreso como un sólido parlamentario, sino que es ahora el recurso de emergencia para intentar que Ciudadanos no entre en coma tras el 4-M.
En la historia reciente de España, ningún fichaje revolucionó tanto una campaña como el de Baltasar Garzón por el PSOE en 1993. Asediado por los casos de corrupción, Felipe González dio el golpe captando a un juez con fama de implacable. Con su ayuda, cambió el rumbo de las elecciones, pero en el nuevo Gobierno le relegó a un puesto en el segundo escalafón. No tardó mucho en irse. Y de nuevo en la Audiencia Nacional, reactivó la investigación sobre la complicidad del Ejecutivo en la guerra sucia contra ETA.
Suscríbase aquí a nuestra nueva newsletter sobre Madrid
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.