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ELECCIONES ANDALUCÍA
Tribuna
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Andalucía, el discreto paisaje del cambio

Las reformas del Gobierno de Moreno Bonilla no se han hecho de forma rupturista, una transformación —si es que ha sido— que se caracteriza por ser sigilosa y discreta. Da la sensación de que sigue ocurriendo lo mismo, aunque con distintos personajes

Andalucía, el discreto paisaje del cambio. Eva Díaz Pérez
MARTÍN ELFMAN
Eva Díaz Pérez

El relato que comenzó a escribirse en diciembre de 2018 prometía. Por primera vez llegaba el PP al Gobierno de Andalucía, uno de los bastiones del PSOE mantenido durante casi 40 años en el poder. Un insólito lugar en el que la historia de la democracia se había construido a partir de las políticas socialistas sin que existiera apenas la sombra de otra ideología. Sólo el PSOE había pisado los salones de San Telmo, sede del Gobierno de la Junta. Andalucía era decididamente un lugar encapsulado, un coto vedado, el refugio del socialismo, hasta que el argumento cambió ese mes de diciembre de 2018.

Arrancó el relato y pasaron casi cuatro años. Pero, ¿han cambiado las cosas en esta legislatura del PP? En el argumento del relato se colaron inesperados elementos casi de novela distópica, como la crisis sanitaria por un brote de listeriosis en alimentos contaminados y una plaga de mosquitos del Nilo en el Guadalquivir, hechos que parecían anunciar las catástrofes que estaban por llegar. Fue la prueba de fuego con la que el Gobierno de Moreno Bonilla se estrenaba ya en el temprano verano de 2019. Pero luego llegó el verdadero apocalipsis: la gran pandemia, un tsunami que destrozó todos los litorales de España, naturalmente también los de Andalucía. El diario del año de la peste sacudió al nuevo Gobierno, pero las estadísticas no fueron ni mejores ni peores que en el resto de España. El resultado fue un discreto éxito en la gestión de la pandemia y la posterior campaña de vacunación.

Pero tomemos perspectiva sobre esta legislatura del PP después de la era socialista. Podríamos resumir que el cambio ha sido tranquilo. O, por seguir con los guiños literarios del inicio, todo ha cambiado para seguir igual, que no es un mal lema para la resistencia en estos tiempos inciertos. Puede que el síndrome de Lampedusa vague por Andalucía, un gatopardismo que ha permitido acaso cambiar el color de las cortinas, tapizar los sillones y hacer algún remiendo a los costurones de este fondo de paisaje llamado Andalucía. Se han hecho auditorías que han revelado macroestructuras superfluas dentro de la Administración y se ha reforzado la fiscalización en busca de la transparencia para olvidar los episodios de corrupción, aunque algunos hablan de una simple operación de maquillaje.

Llegaron aires nuevos a San Telmo, pero aquí nada se estrena. Todo es antiguo. Muy antiguo. No solo las piedras milenarias azotadas por el viento de Levante o los bosques de Sierra Morena, cuyas maderas servían para los barcos de la Carrera de Indias con la que se gestó un imperio. Sin embargo, la lección histórica es que Andalucía fue cabecera económica de ese imperio y ahora esa historia yace en los pecios de naufragios ultramarinos y en los legajos de los archivos que con un soplo se convierten en polvo. Aquí todo se vuelve pronto viejo. Debe de ser el sol hiriente que gasta el color nuevo de las cosas.

El PSOE estuvo cerca de 40 años en el poder y parecía gozar de la inmortalidad de los imperios de siglos. Pero el PP lleva menos de cuatro años y parece llevar décadas habitando en los despachos. Hay una naturalidad como de haber estado toda la vida. Una costumbre de perennidad. Una aspiración de permanencia, que es a lo que apuntan las encuestas. Pero no hay que fiarse, porque hay nuevos personajes en el dramatis personae de esta obra.

El apoyo de Vox al PP se ha traducido en estos años en un relativo acoso a la gestión del PP. Y ahora, con su galería de tópicos como si aquí anduviera la gente disfrazada de fiesta en fiesta, llega Macarena Olona para amenazar el Gobierno tranquilo de Moreno Bonilla.

En estos casi cuatro años, desde la plataforma Adelante Andalucía, Teresa Rodríguez ha madurado un andalucismo desencantado y duro para batallar desde el Sur contra lo que se decide en los despachos de Madrid. Mientras, el resto de las izquierdas, comandadas por Inmaculada Nieto, andan diluidas en ese gazpachuelo llamado Por Andalucía, que tiene el morbo de ser un ensayo del frente amplio de Yolanda Díaz.

Ciudadanos, con Juan Marín, se ha diluido en ese Gobierno tranquilo del cambio, pero guarda dentro la intuición de un epílogo honorable. Frente al ruido que ha incendiado otros lugares, la alianza entre Ciudadanos y PP ha funcionado bien, y eso ya es un signo de extraña distinción política.

Y, mientras, el PSOE de Juan Espadas aún permanece sorprendido por lo que fue y ya no es, como un Boabdil que sigue llorando por el reino perdido, intentando reconquistar lo que alguna vez fue suyo. El desgaste por las décadas de Gobierno y los casos de corrupción unido a una etapa de falta de liderazgo han ayudado también a la consolidación de Moreno Bonilla.

Y es que el líder del PP andaluz ha ido adquiriendo una inesperada aura de prócer, una compostura de hombre tranquilo al que le ha sentado bien el traje que le tenían destinado los caprichosos azares de los vientos políticos. Con ese papel de hombre moderado ha dibujado a su personaje con un perfil de cierta independencia andaluza, algo que se vende bien en las actuales coordenadas políticas.

Sin embargo, los problemas siguen siendo los mismos: las malas cifras estructurales, más que coyunturales, porque son males endémicos de Andalucía que podrían remontarse a los tiempos de la Reconquista, cuando se hizo el Repartimiento entre los nobles que eran adelantados en la frontera y se dividieron los nuevos territorios en latifundios. Luego hubo otros repartimientos en el siglo XIX para que Andalucía fuera el silo de España, mientras otros lugares se industrializaban. Eso ha determinado el destino histórico del Sur, aunque es cierto que hay cifras actuales que demuestran cierto balance positivo en términos económicos y de empleo. El turismo —por culpa de tanta belleza— sigue siendo la salvación. Pero no hay que olvidar que el sistema de servicios públicos esenciales está tocado, sobre todo la Sanidad, aunque la situación es similar en el resto de España.

Se ha llamado Gobierno del cambio, pero las reformas realizadas no se han hecho de forma rupturista ni radical; quizás solo al modo de Moreno Bonilla, el hombre tranquilo. Una transformación —si es que ha sido— que se ha caracterizado por ser sigilosa y discreta. Los ajustes de cuentas no han sido demasiado llamativos ni se ha practicado la damnatio memoriae que hacían los romanos para borrar todo rastro del poderoso derrocado. En general, da la sensación de que sigue ocurriendo lo mismo, aunque con distintos personajes.

Como en una novela de suspense, habrá que seguir leyendo para ver cómo continúa este relato que empezó en diciembre de 2018. En el tablero están todas las posibilidades narrativas. La historia es apasionante, aunque desgraciadamente exista un inevitable —y, por otro lado, hechizante— elemento distorsionador: Andalucía va a servir como campo de pruebas de la política nacional. El Parlamento de Andalucía se analizará para ver cómo funciona el éxito o el desgaste de las fuerzas políticas en su camino al Congreso de los Diputados. Y resulta algo frustrante esto de ser actores secundarios, cuando no simples extras sin frase, en nuestro propio biopic autonómico.

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