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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El eje Zaplana-Villarejo-Yonqui del dinero

El expresidente de la Generalitat siempre fue una pastilla de jabón mojada para la justicia. Ahora mueve hilos tenebrosos para zafarse del acorralamiento judicial en el que está prendido

Marcos Benavent, el Yonqui del  Dinero, a la puerta de los juzgados en Valencia el 27 de octubre.
Marcos Benavent, el Yonqui del Dinero, a la puerta de los juzgados en Valencia el 27 de octubre.Mònica Torres
Miquel Alberola

La última transformación protagonizada por Marcos Benavent, el exgerente de Imelsa y recaudador del PP que se colgó el cartel artístico de el Yonqui del Dinero, añade un desesperado ingenio al sórdido espectáculo de la corrupción y devuelve al centro del escenario a uno de los distinguidos referentes del ramo, Eduardo Zaplana, en una jugada que empieza en la banda con el diputado popular Luis Santamaría colgando el balón en el área del rey de las cloacas del Estado (y última farmacia de guardia del lado oscuro), el comisario jubilado José Manuel Villarejo. Un sustancioso reparto artístico (casi una hipóstasis de cuatro) para un guion no menos ambicioso: intentar anular la causa del caso Erial (el de las mordidas en el que está imputado Zaplana) mediante la deslegitimación de la investigación de los documentos que un empresario sirio (Imad Ahmad Al Naddaf Yalouk) entregó a Benavent, hallados luego por la Guardia Civil en un registro en el despacho de su anterior abogado y que sirvieron para desencriptar parte de la urdimbre de sociedades que canalizaban el dinero supuestamente mordido en las adjudicaciones de contratos públicos.

El mismo Zaplana que consiguió milagros como la retirada de denuncias de los pocos que se atrevieron a llevarle a los tribunales obra ahora como hipotético artífice de la contorsión de Benavent. El recaudador trajeado que un día, como deslumbrado por un fogonazo celestial permutó en un comediante cruzado de profeta y hippie agropecuario, pide ahora, con atuendo de chico formal y víctima, la nulidad por manipulación de las grabaciones que él mismo llevó a cabo. Se desdice, despedaza la estrategia de colaboración que había mantenido durante seis años con la Fiscalía Anticorrupción y pone todo el énfasis en el material con el que “se arma todo el montaje contra Zaplana”. ¿Qué pierde Benavent con este giro? Nada. Incluso puede que saque algo. ¿Qué gana Villarejo para decir en sede parlamentaria que cree recordar que “había un interés”, no sabe por qué, “en destruir al señor Zaplana y se utilizó a un informador sirio, un confidente del CNI”? Su tarifa no es barata. ¿Qué puede ganar Zaplana? Todo. ¿Qué pinta Santamaría en este enredo haciendo a Villarejo la pregunta que quería oír sin venir a cuento en la comisión Kitchen del Congreso de los Diputados? La respuesta corresponde al nuevo PP valenciano, al que, al contrario que cuando empezó a aflorar toda esta basura, ya no cae en las encuestas y cuenta con un líder con potentes e inequívocos vínculos con Zaplana.

Antes de que se estuviese muriendo en la cárcel (luego, tras el eco de las desgarradas llamadas humanitarias del partido a la juez que allí lo mantenía mientras cuadraba el círculo de la telaraña delictiva que había tejido, milagrosamente, se levantó y anduvo), Zaplana había sido una pastilla de jabón mojada para la justicia. Siempre se escurría. Era imposible atraparlo. Como si su piel estuviese recubierta de la misma secreción mucosa que envuelve a las anguilas, se había podido mover por el cieno de las turbias aguas de la corrupción asociada a los años de gobierno del PP en la Comunidad Valenciana sin que los investigadores hubiesen podido nunca apresarlo. Siempre se escabullía. Esa capacidad de zigzaguear la ratonera sin pillarse nunca los dedos, mientras la mayoría de sus colaboradores eran imputados, procesados o condenados y encarcelados, ensanchó su leyenda en no pocos establecimientos penitenciarios, donde las apuestas todavía deben bascular a su favor, incluso ahora que la justicia parece tenerlo sitiado sin más posibilidades que la cárcel. Porque Zaplana no ha dejado de secretar la sustancia viscosa que le puede permitir deslizarse por la más mínima fisura, escurrir el bulto y seguir tan campante. Ahora cuenta con la corriente de la cloaca y viento de cola en el partido.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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