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Columna
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Uno de los nuestros

En los años de la degradación del felipismo, el comisario Villarejo aprendió a moverse en un territorio ambiguo y mafioso

El comisario jubilado José Manuel Villarejo comparece en el Congreso este miércoles.
El comisario jubilado José Manuel Villarejo comparece en el Congreso este miércoles.Eduardo Parra - Europa Press (Europa Press)
Jordi Amat

El pasado miércoles, José Manuel Villarejo compareció en la comisión de investigación sobre la Operación Kitchen. Así la bautizó él mismo y con esa etiqueta ha sido popularizada. El comisario jubilado entró en la sala vistiendo traje con el botón abrochado, una corbata elegante y bien anudada, en la mano izquierda una carpeta y mascarilla negra con la bandera de España. Durante tres horas la boca tapada, pero habló sin parar. A veces comentaba la actualidad política como el gato viejo de una sobremesa cortesana, en otras denunciaba su propio caso y de vez en cuando ampliaba un relato construido durante años, con escenas que él ha protagonizado —”ponte a trabajar”, dice que le dijo Rajoy— o conspiraciones en las que habría estado implicado —armas en Irak—. Si todo fuese verdad, España sería una cloaca.

¿Es posible deslindar cuánto hay de cierto en lo que cuenta de lo que es una estrategia de defensa más megalómana que atemorizante? Ya no, probablemente. Con el paso del tiempo el hombre que salió del alcantarillado parece haber quedado atascado en su propia trampa. Porque para amenazar debe redoblar su fábula desestabilizadora y así, paradójicamente, cada vez resulta menos creíble. ¿Qué hay de verdad en su historia? Una respuesta tal vez pueda buscarse en su arranque profesional, explicado en su biografía La España inventada. Villarejo es un producto del tardofranquismo y su posición se explica por la naturalización de parte de ese mundo en la nueva democracia.

En 1972, con 20 y muy pocos, oposita para entrar en el Cuerpo de Policía, obtiene plaza y pide formar parte de la secreta. Su primer destino es el País Vasco de la lucha contra ETA y, antes de la Transición, ya está en Madrid bajo las órdenes del torturador Billy El Niño. Durante el proceso de cambio institucional se convierte en líder de un sindicato al que se afilian veteranos de la Brigada Social. Y aunque ya entonces se le abren diversos expedientes por conductas profesionales dudosas (incluidos algunos por filtrar información confidencial a la prensa, un clásico), el Ministerio del Interior lo condecora premiándolo al haberse infiltrado en una banda de atracadores de peleterías. Así pudieron detenerlos. El 24 de febrero de 1981 llama al periodista Mariano Guindal para contarle un bulo desde el búnker: el rey, implicado en el golpe, ha salido del país. La información llega a Zarzuela y pocas horas después Villarejo lo sabe y se lo hace saber al periodista. En 1984 crea su empresa: RyV Consultores de Investigación. Siempre tendrá claro que necesita la mejor tecnología para descubrir la información más comprometedora y para amenazar. A finales de los ochenta él estará allí con sus dosieres y en las guerras de poder con Conde y De la Rosa demostrará su capacidad para el doble juego. Cobrar de unos y de otros, y conservar fichas sobre todos.

Pero lo de veras anómalo es cómo alguien con ese pasado turbio se reenganchó al Estado con la democracia consolidada. Y ocurrió en unas coordenadas muy determinadas, las de la degradación del felipismo. Cuando el poder ejecutivo se corroía y la corrupción institucionalizaba la opacidad, o él se ofreció o lo llamaron. Aprendió a moverse en un territorio ambiguo y mafioso, con una pata en el sector privado como detective y otra en el público como agente encubierto. Su entramado empresarial se ramificaría al tiempo que él trabajaba para el Ministerio del Interior. Ese ha sido durante años su espacio natural y radiactivo, tramando una red de favores donde poderes económicos y mediáticos se solapaban con demandas del Director Adjunto Operativo de la Policía para dar la guerra sucia contra Podemos o contra el independentismo o contra Bárcenas. Quizá el comisario creyó que era uno de los nuestros porque los hilos de la red eran sus grabaciones. Olvidó que él era un hilo de la trama. Ahora, hablando y hablando sobre ella, su propio hilo lo está ahogando.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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