Alerta en los huertos urbanos de Barcelona ante la prohibición de regar: “Necesitamos un mínimo de agua”
Las restricciones de la declaración de emergencia por sequía vetan la hidratación de los 190 espacios comunitarios que hay solo en la capital catalana
“Los huertos urbanos no se pueden regar con ningún tipo de agua: ni la potable de la red, ni del subsuelo, ni regenerada. Los huertos no tienen la categoría de las zonas verdes, donde se permite el riego de supervivencia del arbolado con freático”. Lo dice la Agencia Catalana del Agua (ACA) de la Generalitat, máxima autoridad durante la sequía que castiga Cataluña, refiriéndose a la fase de emergencia, declarada en buena parte del territorio, la más poblada, seis millones de personas y con Barcelona en el centro. La afectación puede parecer menor, pero, solo en la capital catalana, hay 190 huertos comunitarios.
Con cosechas envidiables, sus usuarios, en general gente concienciada sobre la crisis climática, lo afrontan con preocupación, agudizando el ingenio, cambiando las variedades que plantan, y recurriendo a sistemas tradicionales para mantener la humedad de la tierra. Los que tienen acceso a agua del subsuelo se desesperan de no poderla utilizar. Y hay quien lo vio venir y ha construido infraestructura para aprovechar el agua de la lluvia. Desconocen si esta última entra en la prohibición de regar “con ningún tipo de agua”, pero la utilizarán. Pero, sobre todo, y más allá de lo que pase con las lechugas o si podrán plantar tomates, temen perder un espacio comunitario vital, de cohesión, donde muchos usuarios son jubilados, y que tiene beneficios para la salud física y mental. Por no hablar de los que están vinculados a proyectos sociales, terapéuticos o de formación. “Un huerto es mucho más que un huerto: es un espacio de cohesión, bienestar y salud”, sintetiza Josep Maria Vallès, de la cooperativa Tarpuna, que gestiona 16 huertos en una docena de municipios de Barcelona.
En el Ayuntamiento de Barcelona, fuentes del área de Ecología Urbana admiten que han descartado hacer llegar agua freática a los huertos. El Consistorio hizo una consulta al ACA “para asimilar el riego de huertos urbanos al agrícola, con una reducción el 80% del uso de agua potable”. Pero no tienen respuesta formal. El día 21 varios huertos de solares municipales cedidos están convocados a una reunión para tratar la cuestión.
En los huertos del parque de Pla i Armengol, en el Guinardó, que hasta ahora se han abastecido con agua potable, todavía no les han cortado el suministro, pero han inutilizado los temporizadores del sistema de riego gota a gota. Guardan bidones con agua de lluvia, pero no serán suficientes. Lo cuentan dos de sus 140 socios, José María y Pepa. “Es un desastre, por lo menos que podamos salvar lo plantado. Ya regamos mucho menos, pero necesitamos un mínimo”, dicen rodeados de lechugas de unas cuantas variedades, habas, rábanos, remolacha, calçots, crucíferas (coles, coliflor de varios tipos), acelgas, plantas aromáticas. Acostumbrados desde hace años a métodos de agricultura regenerativa, enseñan parcelas donde utilizan el mulching (acolchado), un sistema que cubre la tierra con paja, serrín, restos vegetales o lana para mantener la humedad. El serrín lo facilita un carpintero del barrio, la lana se la recogen a un pastor de Sant Boi (Barcelona), la ceniza para abonar o para el compost la sacan del horno de leña de una pizzería próxima. Para José María, arquitecto jubilado, el huerto es un puntal: “Es un espacio de relación, de aprendizaje, de investigación [han creado un banco de semillas], de convivencia”, dice.
En el barrio de la Font d’en Fargas, en un solar municipal cedido que tiene una fuerte pendiente, una veintena de socios crearon terrazas para cultivar hace dos años. El espacio tenía solo abastecimiento de agua de boca y se preocuparon por buscar una alternativa. Han comprado seis bidones de mil litros de segunda mano, han habilitado sistemas para recoger agua de lluvia (como un toldo) y se han conectado al canalón de la cubierta de un vecino. Incluso recogen el agua del camino que cruza las parcelas con un ingenioso sistema que filtra las hojas. “El tema es que no llueve. Tenemos un 40% de la capacidad y podemos parar el golpe, pero no suplir el riego”, lamenta Xavi, socio del huerto. “No tiene ningún sentido que no permitan utilizar ninguna agua para regar”, lamenta ante grifos que ahora tienen doble entrada: el agua de lluvia o la de la red. El agua que ahora almacenan antes se perdía calle abajo, sacan pecho Xavi y Enrique, los dos jubilados. “Vengo casi cada día, el huerto me da tranquilidad mental”, dice el segundo.
Hay otros huertos en la ciudad que son de gestión profesional, a cargo de cooperativas o entidades sociales. La entidad Atra gestiona Horta amb Gràcia, un huerto de 6.000 metros cuadrados al que tres días a la semana acuden 25 personas de entre 18 y 65 años con problemas de salud mental o adicciones. En el espacio también hacen formación. Uno de sus responsables, Marc Tort, reivindica la función “social y comunitaria” del huerto, que para sus usuarios “es su espacio de seguridad, fundamental para su día a día y su salud”. Por el subsuelo del espacio pasa una mina con agua, cuenta Tort, que ha solicitado al Ayuntamiento poderla utilizar.
En la azotea del mercado la Vall d’Hebron, hay otro huerto comunitario y vinculado a proyecto de inclusión que gestiona la cooperativa Tarpuna. Tiene 100 hortelanos y durante el año pasan 700 alumnos de escuelas. “Los huertos son un círculo virtuoso: son alimentación, vínculo social, con la agricultura, puede suponer aprender un idioma, ayudan a problemas como la ansiedad… son una herramienta clave en la dinamización de personas vulnerables, en riesgo de exclusión o enfermas”, explica desde la cooperativa Josep Maria Vallès, que señala que la horticultura social y terapéutica es una metodología reconocida en países como Gran Bretaña. Vallès, ingeniero agrónomo, recuerda que “la producción no es el objetivo de este huerto” y lanza un mensaje: “El huerto no se cierra, se pueden hacer muchas cosas sin agua (mulching, adaptar el calendario de siembras, optar por variedades de secano, crear sombras…), nos podemos adaptar y sacaremos menos kilos”. “Aunque estaría bien un poco de tolerancia”, añade.
De hecho, ante el escenario de sequía, las reuniones de alcaldes o técnicos municipales se suceden en los últimos meses las instituciones. Y se constata que hay Ayuntamientos con distintos puntos de vista ante las restricciones que dicta el ACA en materia de huertos urbanos: desde el no rotundo a negar, hasta partidarios de que tengan el mismo tratamiento que la agricultura, o una vía más informal, tener cierta permisividad, explica una persona presente en estas reuniones.
Desde Ruralitzem-Veus per la Sobirania Alimentària (plataforma formada por entidades ecologistas, de mercados de payés, alimentación sostenible o proyectos de agroecología) reivindican que “no se deje morir el agroverde urbano y comunitario”. Una actividad que reivindican por su “alto valor” y que recuerdan que “en realidad no necesita mucha agua para sostenerse”. “Al no estar sometidos a la presión productiva comercial podemos ser más flexibles ante las restricciones. Pero necesitamos un mínimo”, repiten y reivindican el derecho a utilizar el 20% de la agricultura.
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