El abuelo de los huertos urbanos de Barcelona: “Los árboles frutales deberían llenar las calles de nuestras ciudades”
El campesino y ecologista Joan Carulla publica sus memorias a punto de cumplir los 100 años
Mucho antes de que Isabel Díaz Ayuso propusiera instalar una planta en cada balcón de Madrid para combatir el cambio climático, un campesino comenzó a cultivar hace medio siglo el primer huerto urbano de Barcelona. Joan Carulla ha plantado un árbol -más de 40 frutales en su parcela del barrio del Guinardó-, ha tenido un hijo y ahora acaba de publicar un libro. Mi siglo verde, 100 lecciones de vida de Joan Carulla (Icaria) compila las memorias que este payés de Juneda (Lleida) ha escrito en su máquina Olivetti a punto de cumplir los 100 años la semana que viene.
El periodista Carlos Fresneda firma este título donde resume sus anotaciones y conversaciones con él desde que lo conoció hace un par de años. Presume de que encontró al “abuelo de los tejados verdes de Barcelona, ¡y de Europa!”. Admite que no podía imaginarse “a un campesino en los años setenta trasplantando al Guinardó una parcela de 150 metros cuadrados”. Su historia se remonta a la posguerra: “Fui uno más de los miles de emigrantes de los años cincuenta con una maleta sujetada con cuerdas”, recuerda Carulla desde su azotea. “Con una hectárea en el pueblo no nos daba para vivir una familia de cuatro”. A base de vender aceite, huevos y otros productos de su pueblo en la capital catalana, consiguió ahorrar para fundar uno de los primeros supermercados en la ciudad. Amplió ese mismo solar, donde ahora hay un supermercado Caprabo a pie de calle, hasta el edificio de viviendas que hay actualmente en la calle Navas de Tolosa con cinco plantas.
Con vaqueros, camisa, chaleco y sandalias, Carulla posa este viernes ante la prensa como si estuviera labrando en su pueblo natal a 150 kilómetros de Barcelona. Se define como el hijo de “un señor de pueblo”, aunque podría parecer una estrella de rock como George Harrison -otro amante de la jardinería- en la portada de su icónico álbum All things must pass.
Después de calcular la resistencia de su tejado con una doble capa de cerámica, para evitar filtraciones, a Carulla se le presentó otro obstáculo: el de la fertilidad. “Era una tierra tan estéril como una tapia caída”, pero a base de todo tipo de basura orgánica como cajas de frutas, maderas de contrachapado y hasta “persianas”, logró revitalizar ese terreno distribuido en sus tres terrazas. Además de que consigue regarlo 10 meses al año únicamente con su sistema de captación de agua de lluvia. Sus bidones de aspecto amarillento rodean la mayor parte del huerto pero pueden acumular hasta 9.500 litros.
Aparte de sus ajos, patatas o pimientos, Carulla muestra con orgullo una de sus joyas de la corona: la inmensa parra que da hasta 100 kilos de uvas, cuyas raíces conviven con otros frutales como nísperos, limoneros y melocotoneros. Para él, estos árboles “son una bendición y deberían llenar las calles de nuestras ciudades”. Sin embargo, advierte de que este pequeño oasis urbano tampoco se libra del cambio climático: “El año pasado se me murieron ocho frutales”, lamenta Carulla, a lo que añade que “apenas hay lombrices”, insectos clave para aportar más vigor y tamaño a sus plantaciones.
Fresneda presume de que su colega es un pionero del ecologismo en España, “mucho antes de que se acuñara la palabra”, no solo por este huerto del que obtiene casi toda su dieta, sino por su vegetarianismo “por convicción y necesidad tras la guerra”. El propio Carulla señala que uno de los secretos de su longevidad -donde ha pasado una guerra, un cáncer de colon y el coronavirus- se encuentra en esta nutrición. “Animaría a cualquiera que tenga un mínimo espacio en la ciudad a que inicie esta relación de amor con la tierra: lo agradecerá su estómago, sus pulmones y su estado de ánimo”, concluye el agricultor en sus memorias.
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