El festival Primavera Sound inicia con gran éxito en Sao Paulo su expansión por Sudamérica
Las artistas femeninas dominaron un cartel que entronizó a Björk y confirmó el ascenso de Phoebe Bridges
Alberto Guijarro, responsable de la barcelonesa sala Apolo y uno de los socios principales del Primavera Sound no podría sonreír más en la noche del domingo. Él y todo el equipo. El festival que este año abría en Sao Paulo (Brasil) el desembarco de la marca en Sudamérica acababa casi vitoreado por los hechos y por un púbico que feliz y exangüe agotaba las últimas horas. Cerca de 100.000 visitas repartidas en dos jornadas, con buena parte del público repitiendo asistencia en ambas, no dejaban margen al error: era un éxito apabullante, además cimentado en un público muy joven, mucho más que el de Barcelona.
La gestión del espacio, un recinto de 400.000 metros cuadrados, cinco escenarios y ciertas complicaciones dada su relativa estrechez en algunos tramos se había salvado con nota, no dejando margen a las aglomeraciones y permitiendo el fluir del público. Todo lo que podía salir bien salió bien y aparentemente nada mal en un certamen saludado por el público local con un apoyo que manifestaba en la incesante colección de fotos que todo el mundo se hacía ante el cartel móvil con el nombre del festival que ya es marca de la casa. La sensación era la misma que en las primeras ediciones del FIB de Benicàssim: un público huérfano tenía por fin un festival que piensa en él. Ahora tocan las ediciones de Buenos Aires y Santiago de Chile. La marca crece. Quien asegura que Barcelona está en declive deberá buscar argumentos en otros ámbitos.
Brasil es un país donde la música articula la identidad, pero hasta ahora sólo atendía en formato de gran festival al público mainstream principalmente por medio del Rock in Río y el Lollapalooza, festivales generalistas con tirolina. Primavera Sound es sólo música, dirigido a los que no se centran en los artistas más populares, buscando la novedad en un ámbito que genéricamente podría considerarse independiente. Y el público ha respondido. A ello se ha de sumar un gran acierto del certamen, ese eslogan de “nadie es normal” que acoge a todas las personas que entienden el género y la sexualidad como una opción personal no sometida a discusión.
Tras cuatro años de bolsonarismo y una masculinidad que podría haber estudiado la primatóloga Jane Goodall, la sensación de liberación se adueñó del colectivo LGTBI, que amparado por un festival que les ofrece un entorno seguro, mostró sus mejores luces en un ambiente más variado y colorista que las opciones frutales de la caipiriña. Ellas, ellos y los que no caben en lo binario pudieron mostrar públicamente su cariño sin temor a ninguna reacción airada, dando lugar a situaciones enternecedoras acunadas por la música. Sin duda, este ha sido uno de los argumentos claves que han movilizado masivamente al colectivo y ha sintonizado con la apertura de mente y la vitalidad de una ciudad como Sao Paulo, capital económica y cultural del país y ciudad que hace pensar en Madrid y Barcelona en términos muy modestos.
En consonancia con ello, y como enésima prueba de que la mujer está alcanzado una preeminencia innegable en el ámbito musical, el Primavera Sound Sao Paulo ha sido un festival fundamentalmente de ellas. Bjork ofreció un concierto sensacional, travistiendo con una orquesta de cuerda su cacharrería electrónica no para interpretar Fossora su último y exigente disco, del que sólo sonó Ovule, sino para repasar parte de sus clásicos con especial mención a Vulnicultura. Con esa voz, esa forma de proyectarla, esa personalidad y esos fascinantes vestidos no aptos para subir a un taxi, podría cantar con un fondo de gaviotas graznando y el resultado sería el mismo: asombroso y cautivador.
De igual manera, cabe anotar el nombre de la norteamericana Phoebe Bridges, que en la última jornada del festival sugirió que podemos estar ante una futura gran estrella. Una escenografía delicadísima a base de cuentos desplegables que al abrirse mostraban escenas en gradual evolución ambientaron un escenario a oscuras donde brilló ella, dotada de una dulcísima voz que no esconde un carácter capaz de cuadrar a un sargento chusquero interpretando con sentido unas canciones que en su tenue belleza no esconden la dureza de la vida, estructuraron un concierto con alma de cantautora pop que se fundamentó en baladas. Y callar a una multitud mayormente con baladas en un gran festival requiere algo más que la belleza de piezas como Garden Song, Punisher o Moon Song, todas ellas de Punisher, su ´último disco. Telonear a Taylor Swift en algunas ciudades de Estados Unidos sólo puede agrandar su figura.
Como lo hizo acompañar a Lorde en el concierto de la neozelandesa, otra de las grandes del festival. Apenas iniciado salió para que juntas entonasen Stoned At The Nail Salon, ambas sentadas en el precioso escenario de Lorde, ambas demostrando que para someter a una multitud no hace falta elevar el tono de voz. El concierto de Lorde continuó después, y sólo una incontenible afición a presentar las canciones con largos parlamentos trufados con lugares comunes pudo lastrar la actuación, mucho mejor que la ofrecida en Barcelona el pasado verano. Tiene voz, tiene canciones, una fragilidad que se detiene justo antes de la candidez fofa, sabe dosificar la intimidad y los apuntes bailables, siempre comedidos, lo justo para poner a botar a la multitud. Por añadidura estaba ante el público brasileño, tan conocedor y musicalmente tan docto que todo el mundo se sabía las letras de todas las canciones. De ella y de todos los demás artistas del cartel. No es una exageración. Lo puso en palabras Miquel Sospedra, bajista de Amaia, que mientras veía el concierto de Los Planetas —impagable J hablando al público en su puré fonético— decía que “son cultos y respetuosos hasta con artistas que no conocen como Amaia. Nos han mirado con interés y nos han aplaudido. Algunos hasta se sabían las letras. Son tan curiosos como el público francés”. Mientras Segundo Premio abría el concierto con un acople ciclópeo que amenazó desmoronar el sambódromo donde tuvo lugar.
Entre la presencia local, completada con Carolina Durante y JohnTalabot, sólo Bad Gyal levantó la cabeza en el cartel, especialmente en un concierto celebrado en sala ante cerca de 3.000 personas dentro del Primavera A Cidade, donde la comunidad LGTBI la encumbró como nueva diosa del perreo en el que fue su primer concierto en Brasil. Las mujeres que muestran poder gustan, y en Brasil no a adolescentes como en España, grueso de su público, sino a personas no normativas.
Y la presencia de artistas españoles en el cartel, que podría llevar a pensar en términos de festival franquicia, demuestra justamente lo contrario. El Primavera cuenta con el apoyo local de Live Nation Brasil, pero no es una franquicia en sentido estricto, ya que sus responsables han montado el cartel y supervisado hasta los más nimios detalles de producción, incluida, textualmente, la tensión de las lonas de los establecimientos de comida, donde por cierto no ha llegado la quinoa. A esto se ha sumado un intercambio de experiencias de los que se beneficiarán los Primavera en España, como por ejemplo un hipotético y futurible envío de las pulseras a domicilio una vez compradas las entradas, cosa que se hizo en Sao Paulo. Y lo más importante es que el festival no es el mismo que en Barcelona, pues en su cartel incluyó una nutrida presencia brasileña entre la que destacó el extraordinario concierto del cantautor Tim Bernardes, que llenó el auditorio cubierto con casi 3.000 personas desatando la locura del público, o el mítico Hermeto Pascoal, que también en el auditorio realizó un concierto de jazz con una riqueza amazónica y una capacidad de improvisación que justificó las curiosas butacas del recinto, con el asiento y respaldo móviles de forma que se puede bailar sentado. El octogenario multiisntrumentista de Arapiraca evidenció una vez más la altura de su leyenda, que alcanza hasta al público más joven de un festival pop. Por cierto, en Brasil sólo por el hecho de estudiar, de estar formándose, en lo que sea, hay un descuento del 50% en espectáculos, Primavera incluido.
Tampoco cabe olvidar el éxito de propuestas musculosas como las de Arctic Monkeys, que realizaron un concierto más fibroso que lo que muestra su último disco, escorado hacia las virtudes como crooner de Alex Turner y de Travis Scott, en el mismo escenario el día después. Lo de Travis fue curioso, ya que su escenografía, con dos especies de torres intimidatorias, humo para cubrir Sao Paulo con bruma, fuego para asar la cabaña ganadera de Argentina y más láseres que en el ataque a la Estrella de la Muerte, recordó por rústico a las de AC/DC. Masculinidades que se tocan, aunque se formulan en sonidos distintos, que en el caso de Travis sólo se remansó en la delicada Love Galore, la pieza que canta con SZA, para acabar explotando en truenos como Sicko Mode o la final goosebumps en la que invitó a subir a su plataforma elevada —sí, los raperos están por encima de todo el mundo y cerca de Dios, parecen pensar— a un seguidor que rapeó con él. Se cumplía justo un año de la avalancha mortal de su concierto en Texas y el aniversario no pudo ser más plácido.
Ahora el Primavera marcha a Buenos Aires y Santiago de Chile. Que todo salga tan bien como en Sao Paulo parece un sueño.
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