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Más de 600 residencias ya prohíben visitas para evitar que entre el virus

El umbral de riesgo de rebrote en un territorio será el indicador para decidir si se levantan o no las restricciones de entrada a los centros

Jessica Mouzo
Una cuidadora atiende a varios ancianos de la residencia Gravi en Polinyà (Barcelona).
Una cuidadora atiende a varios ancianos de la residencia Gravi en Polinyà (Barcelona).MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

El temor a que la covid-19 vuelva a arrasar las residencias mantiene al sector en alerta. Las patronales y el Govern, de hecho, ya han instaurado restricciones en los centros catalanes para sortear el envite del virus. Las salidas de menos de tres semanas están prohibidas en toda la comunidad y, en municipios como Barcelona o Lleida, donde hay más transmisión, también se han restringido las visitas y los ingresos. En total, 631 residencias en Cataluña están con estas restricciones. Según los últimos datos del Departamento de Salud, de la primera semana de agosto, hay 70 brotes activos en residencias y 362 ancianos infectados.

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En la primera semana de agosto, Cataluña registró 169 infectados entre la población de residencias, 36 personas hospitalizadas (uno de ellos en cuidados intensivos) y 22 defunciones. En los hospitales catalanes hay actualmente 44 residentes ingresados —uno en la UCI—. “Hay casos, pero no una avalancha como antes. La mayoría acostumbran a ser asintomáticos”, explica Vicente Botella, presidente de la patronal Upimir.

El sector ha pactado con el Govern un plan de contingencia y un paquete de medidas para blindar las residencias ante posibles rebrotes. Para empezar, desde el 16 de julio, están prohibidas las salidas de corta duración de los residentes fuera de los centros: solo se permiten aquellas de más de tres semanas y, a la vuelta, los ancianos tendrán que someterse a una PCR y 10 días de aislamiento.

Además, en la región sanitaria de Lleida, en Barcelona y una veintena de municipios metropolitanos, en las localidades gerundenses de Figueres y Vilafant, en las comarcas de Baix Ebre, Montsià y Ribera d’Ebre, y en las ciudades de Sabadell, Terrassa y Ripollet, hay más restricciones: no están permitidas las visitas ni los nuevos ingresos. “Es algo que pedía el sector. Así se reducen los riesgos”, valora Botella.

El impacto de estas medidas en los ancianos es duro, admiten los expertos, pero es necesario. “Algunos de los mayores que están cognitivamente bien, no lo entienden o consideran que es como un castigo y por eso no van a verlos. Pero en la mayoría de los casos no les afecta mucho”, señala el presidente de Upimir. Coincide Iñaki Antón, de la Asociación catalana de directores de centros de atención a la dependencia: “El 60% de los ancianos tienen deterioro cognitivo y no les afecta tanto. Además, la frecuentación de visitas siempre ha sido mínima. Puede que tengas una familia que solía venir tres veces a la semana, pero la mayoría, como mucho, vienen una vez al mes”. Para sortear la falta de visitas, las residencias hacen ahora videollamadas con las familias cada semana.

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“Lo de las residencias es como la pólvora y puede estallar en cualquier momento. Ahora mismo, pese al coste social, las medidas restrictivas están justificadas. Es más prudente que los residentes no salgan”, valora Toni Trilla, jefe de Medicina Preventiva del Hospital Clínic de Barcelona.

A partir de ahora, el umbral de riesgo de rebrote en el entorno de la residencias será el indicador que se use para levantar o imponer las medidas restrictivas. Según el cálculo de Salud, que compara la tasa de contagios por 100.000 habitantes y el nivel de reproducción del virus, un resultado de 100 sería riesgo alto y 20, riesgo bajo. En zonas con un nivel superior a 75 (moderado), se tendrán que prohibir las visitas.

“Blindar los centros de mayores al 100% es imposible”

No hay una receta perfecta para proteger las residencias. Las restricciones ayudan, pero el virus es impredecible. “Blindar los centros de mayores al 100% es imposible”, zanja Iñaki Antón, responsable de una residencia en Polinyà (Vallès Occidental). Él lo sabe de buena tinta. Su centro fue uno de los que se apresuró a tomar medidas al principio de la pandemia y logró mantener a salvo, sin ningún infectado, a los 33 ancianos y 18 trabajadores de su centro en los peores días de la crisis. Pero cuando la situación empezó a mejorar, un falso negativo en una PCR de una de sus residentes tras un ingreso hospitalario, arrasó su centro. Se infectaron los 33 ancianos y murieron cuatro. Del personal solo se libraron tres. Incluso Antón acabó ingresado. “Nos estamos blindando para que no vuelva a pasar. Con los protocolos que hay ahora tienes una barrera significativa, pero el equipo entra y sale. Hay que controlar el estado del personal”, avisa.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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