Viaje visual por la Barcelona vacía

El estruendo de una motocicleta llama hoy la atención en cualquier calle de Barcelona. Lo que antes era la banda sonora de la ciudad –el ruido de los coches, las risas en la terraza de un bar, los gritos de los niños que salen del colegio– ahora es algo extraño. El confinamiento para hacer frente al coronavirus ha comportado una transformación inaudita de cada municipio. El tráfico rodado del pasado Viernes Santo en el área metropolitana de Barcelona era un 77% inferior al de 2019, según el Servei Català de Trànsit. La compañía Citymapper calcula que la movilidad interna de la ciudad en esta Semana Santa representa solo un 3% de lo que era habitual antes de la pandemia. El número de pasajeros de la red de metro fue el viernes un 87% inferior al del año pasado, y un 94% en los trenes de cercanías de Renfe. El uso de las líneas de Ferrocarrils de la Generalitat disminuyó la segunda semana de abril un 95% frente a la de 2019.

La alteración de la normalidad ha llegado por tierra, mar y aire. El aeropuerto de El Prat redujo un 64% en marzo su número de pasajeros, mientras que los cruceros tienen prohibido atracar en los puertos de España. El turismo es inexistente y la crisis ha dejado postales de la Pedrera o la Sagrada Familia abandonadas por los visitantes extranjeros. Todo ello ha permitido que se registre en la ciudad Condal un récord en la calidad del aire. Según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente, las emisiones de dióxido de nitrógeno en la capital catalana se redujeron un 60% durante las tres primeras semanas de cuarentena. La página de activismo medioambiental Contaminació Barcelona publicó el 30 de marzo los resultados de un monitoreo propio en el que estimaban que la contaminación acústica se ha desplomado a la mitad.

Esto ha ayudado, como señalan los biólogos de la asociación Ecourbe, a que “la gente sea más consciente de que en la ciudad viven animales”. Ecourbe, con sede en Sevilla, está llevando a cabo un estudio colaborativo en toda España para determinar, entre otros análisis, si la intensidad del canto de los pájaros que han detectado durante la cuarentena se debe a que las aves se sientan más confiadas sin tanto ajetreo humano.

En la esquina del paseo de Gracia con la Gran Via, frente al restaurante El Nacional, en un encina ha anidado una pareja de tórtolas turcas –la identificación de la especie, a partir de un vídeo del nido, la ha realizado Elena Moreno, de Ecourbe. El piar de los pájaros es frenético. Su trinar se oye nítidamente, en una avenida con un tráfico mínimo y únicamente con una patrulla de la Guardia Urbana allí apostada como único testimonio de su alegría primaveral. Ante este escenario casi de película apocalíptica, los aplausos de las ocho son el recordatorio diario de que los barceloneses siguen ahí, luchando para recuperar su vida.

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