El año antifranquista arranca en medio de una ola global de revisionismo derechista
El aniversario coincide con un creciente instrumentalización nacionalista de la historia, fenómeno generalizado que también vive España
Cualquier historia es historia contemporánea, decía Benedetto Croce. Ahora que, con motivo del 50º aniversario de la muerte de Franco, todo apunta a que 2025 será un año con la historia en el meollo de la política española, la reflexión del filósofo italiano recuerda que cualquier batalla por la historia es una batalla por el presente. Y esa es una batalla en la que no ha sido el Gobierno el que ha abierto hostilidades. De hecho, su iniciativa no es, vista en perspectiva, más que un movimiento reactivo frente a un fenómeno de mayor escala: una ola revisionista internacional —que alcanza a España— de dulcificación de dictaduras, relativización de horrores históricos y descrédito de acontecimientos que nutren la memoria antifascista.
Hasta mediados de los 90, imperó en España un cierto consenso oficial sobre la necesidad de silencio sobre la historia de su brutal siglo XX. Era el peaje que exigía la reconciliación. Poco a poco, con lo que más tarde sería el movimiento por la memoria histórica aún sin protagonismo, con la historiografía seria sin la competencia de charlatanes ni influencers, el PP pareció hacer movimientos para desgajarse totalmente de su matriz franquista. Ahora parece lejano, pero en 2001 el partido respaldó en el Congreso el resarcimiento moral de los maquis y en 2002 una condena del golpe de Franco.
Es difícil precisar cuándo empezó a virar el barco. En paralelo a la incipiente actividad de entidades como Archivo, Guerra y Exilio y la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, un sector de la derecha empezó a mirar con simpatía la obra de un puñado de autores, con nombres como César Vidal y Pío Moa, sin prestigio académico pero que supieron leer el momento. Los buenos resultados editoriales, favorecidos por la cálida acogida mediática, precipitaron el avance político de sus ideas. En 2003, José María Aznar ya citaba entre sus lecturas de verano Los mitos de la Guerra Civil, de Moa. Cuatro años después el PP rechazaba en bloque la ley de memoria.
A menudo se atribuye el auge revisionista español a la irrupción de Vox. Pero las ideas ya circulaban antes. El historiador Francisco Espinosa las sintetizó en 2017: la República fue proclamada ilegalmente, la izquierda no admitió su derrota en 1933, la guerra empezó en 1934, las elecciones del 36 fueron un fraude... Es verdad que Vox ha sublimado la apología del franquismo, pero sectores del PP habían empezado antes a seguir este manual. Si Mariano Rajoy se jactaba en 2015 de dejar a cero el presupuesto de memoria, una nueva generación de dirigentes del PP, ajena a la llamada “cultura de la transición”, interiorizaba las tesis de lo que Reig Tapia, autor de Pío Moa revisado, bautizó despectivamente como “historietografía”.
Aunque Pablo Casado presumía de desinterés por “la guerra del abuelo” y “las fosas de no sé quién”, en 2021 demostró que sí tenía sus propias ideas al respecto. “La Guerra Civil fue el enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia”, dijo en en el Congreso. Eso no es adoptar una equidistancia entre República y dictadura con la justificación de no reabrir heridas, es asignarles directamente una equivalencia.
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— Cadena SER (@La_SER) June 30, 2021
Sobre esa base teórica, que nadie en el PP ha discutido, no es extraño que el PP y Vox fueran capaces de pactar en 2023 sus “leyes de concordia”, salidas de la factoría de un partido cuyo líder, Santiago Abascal, acusa al PSOE de provocar la Guerra Civil y prefiere los gobiernos de la dictadura al de Pedro Sánchez. La negociación de estas leyes vive un impasse tras la salida de Vox de los gobiernos autonómicos, pero la deriva general hacia el revisionismo que impulsó los acuerdos no se ha interrumpido.
Fechas, episodios, perdones
Este cambio de mirada, que se amplía a una relectura nostálgica del pasado imperial en Latinoamérica, está lejos de ser una rareza española. Derechas en todo el mundo, especialmente las más radicales, se han embarcado en empeños similares. Tiene sentido. “Al borrar el auténtico pasado”, se legitima la idea de que “existió una nación anterior pura” que es urgente recuperar, razona Jason Stanley en Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida. Como no hay dos historias nacionales iguales, no hay dos reescrituras iguales. Pero sí hay patrones: blanqueo, nostalgia, victimismo. Otra vez, tiene sentido. “Cuanto más víctima [...] se sienta el pueblo, más se unirá para [...] buscar un jefe fuerte”, escribió la intelectual italiana Michela Murgia, azote de Giorgia Meloni hasta su muerte en 2023.
Italia es un mirador perfecto. Aunque Meloni evita ahora su juvenil defensa de Mussolini, su partido desdeña la resistencia partisana que culminó con la represalia nazi de la matanza de las Fosas Ardeatinas en 1944 y reivindica como gran fecha de orgullo italiano el 4 de noviembre, por la derrota austrohúngara contra Italia en 1918, quitando así foco al 25 de abril, liberación del nazifascismo en 1945, que no convence a los Fratelli porque además de día de celebración nacional lo es también de puños en alto. Y eso no le gusta nada a Meloni. También la ultraderecha portuguesa pelea por las fechas. Más que el 25 de abril, por la Revolución de los Claveles de 1974, Chega exalta el 25 de noviembre por una operación militar que, dicen, libró al país del socialismo un año después.
Es usual, más que el crudo negacionismo, la negativa a asumir culpas, no digamos a pedir perdón, por los crímenes del pasado. Chega ve una “traición” hacerlo por la masacre de Wiriyamu, de 1972, en el Mozambique colonial. En Francia, donde la desdiabolización de Marine Le Pen abarca las posiciones sobre la historia, han quedado atrás el antisemitismo y la reivindicación del colaboracionismo de Le Pen padre. Ahora bien, su hija sigue marcando terreno con su oposición frontal a que la colonización de Argelia se considere un crimen contra la humanidad, también a que Francia acepte responsabilidad en las redadas contra judíos del régimen de Vichy.
La historia está por todas partes. Cuando aún estaban en el poder —lo perdieron el año pasado—, los ultranacionalistas de Ley y Justicia aprobaron una ley que castigaba a quienes implicaran a los polacos en el Holocausto. En un territorio peligroso para las florituras históricas, Alternativa para Alemania, al alza en las encuestas y tratando de estrechar el margen para las acusaciones de filonazismo, va reduciendo su caudal de declaraciones incendiarias. Pero para la hemeroteca queda la de Alex Gauland en 2018: “Hitler y los nazis suponen tan solo una caca de pájaro en comparación con 1.000 años de exitosa historia alemana”. También dijo Gauland que “ningún pueblo” había sufrido tanto por asignársele un “pasado falso” como el alemán. El subtexto del discurso de AfD es evidente: basta de contrición, vuelve el orgullo nacionalista.
Desde la óptica de las fuerzas citadas, ninguna discusión sobre el pasado puede cuestionar el hecho central: la grandeza de la nación. Viktor Orbán, que se presenta como heredero de la lucha de Hungría contra el Imperio Otomano, publicó en 2022 un polémico vídeo luciendo una bufanda de la “Gran Hungría”, fantasía nacionalista que incluye los territorios perdidos tras el colapso del Imperio Austrohúngaro en suelo de Rumanía, Ucrania y otros países. Además, ha sacado de la historia negra a Miklós Horthy, quien para Orbán fue una “estadista excepcional”, orillando su condición de militar antisemita que instauró un régimen proto-fascista y acabó aliándose con Hitler. Vladimir Putin también encuentra en la historia las excusas para reivindicar una aproximación a las fronteras de la “Gran Rusia histórica”. Y en Israel el sionismo más expansionista predica un regreso al “Gran Israel”, delimitado por unas supuestas fronteras bíblicas mucho más allá de las actuales.
Si en Europa no suele traspasarse el límite de la dulcificación de las dictaduras, en Latinoamérica es más usual su reivindicación. Así ocurre en Chile o en Brasil. Al norte, y a pesar de la juventud como país de Estados Unidos, la derecha trumpista tiene también en la historia uno de los frentes de su batalla cultural, que se concreta con el rechazo a la retirada de estatuas a los generales esclavistas de la Guerra de Secesión.
Ese es el contexto general en el que se celebra el aniversario de la muerte de Franco. Cuando PP y Vox renuncian a participar, no solo hay que considerar sus argumentos domésticos, principalmente dos: que es una cortina de humo para tapar la corrupción y que es un nuevo intento de Pedro Sánchez de avergonzar a la derecha. El tiempo dirá si la conmemoración se traduce en un programa de pedagogía democrática útil o acaba convertida en artillería polarizadora. Lo seguro es que el rechazo de la derecha española se integra en el marco de una deriva revisionista internacional capitaneada por nostálgicos del autoritarismo.
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