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7.153 días en Afganistán

Las dos décadas de despliegue español en el país centroasiático han costado 102 vidas y casi 3.500 millones

El ministro de Defensa, Federico Trillo (en el centro), junto a su homólogo turco, Vecdi Gonul (a la derecha), durante la visita al lugar del accidente del avión Yakovlev 42 ucraniano, en el nordeste de Turquía, el 17 de mayo de 2003.
El ministro de Defensa, Federico Trillo (en el centro), junto a su homólogo turco, Vecdi Gonul (a la derecha), durante la visita al lugar del accidente del avión Yakovlev 42 ucraniano, en el nordeste de Turquía, el 17 de mayo de 2003.Chema Moya (EFE)
Miguel González

El 17 de enero de 2002 el primer avión del Ejército del Aire español aterrizaba en Kabul (Afganistán). Hacía dos meses que la Alianza del Norte, aliada de Washington, había entrado en la capital afgana y el objetivo de aquel viaje era llevar ayuda humanitaria a la población, recién librada del yugo talibán. Aquel vuelo, pilotado por el comandante Lucas Bertomeu y con un puñado de periodistas a bordo, servía también de conejillo de indias para comprobar las facilidades del aeropuerto de Kabul y los obstáculos a los que se enfrentaba un despliegue militar a 6.000 kilómetros de España. El avión tardó tres días en llegar y tuvo que dar un largo rodeo, pues Azerbayán no autorizó la escala en su territorio. Tras sobrevolar durante varias horas Kabul, pues el espacio aéreo de un país sin Estado era el único que no requería autorización previa, el Hércules español aterrizó en el aeropuerto de la capital afgana, donde tuvo que descargar a mano los bultos de ayuda humanitaria ante la falta de toros mecánicos. “La coalición liderada por Estados Unidos, que se ha mostrado sumamente eficaz para derrocar a los talibanes, da muestras de notable incompetencia a la hora de organizar la ayuda humanitaria”, decía aquella primera crónica.

Una semana después, empezaban a llegar a Kabul los 450 soldados (incluida una unidad de ingenieros) con los que el Gobierno de José María Aznar respondía al llamamiento de la OTAN que, por primera vez en su historia, había activado el artículo 5 del Tratado de Washington (defensa mutua), a raíz de los atentados del 11-S. Al año siguiente, la Administración Bush, con el apoyo entusiasta de Aznar, se embarcó en la guerra de Irak y la misión en Afganistán pasó a un segundo plano. Cuando en mayo de 2003 se produjo el accidente del Yak-42, la mayor catástrofe de la historia del Ejército español en tiempo de paz, en la que perdieron la vida 62 militares, el Ministerio de Defensa atendía a la vez a dos teatros de operaciones en Asia y ahorraba costes fletando aviones de antiguas repúblicas soviéticas para transportar a los soldados.

La retirada abrupta de las tropas españolas de Irak, en abril de 2004, marcó un punto de inflexión. El Gobierno de José Luis Rodríguez intentó desairar a Washington reforzando la presencia militar en Afganistán, una operación que contaba con el aval de la ONU, al contrario que la invasión de Irak. En septiembre de ese año, España desplegaba un millar de militares en Mazar-i-Sharif, al norte del país, para garantizar la seguridad de las elecciones con las que se quería apuntalar al nuevo Estado afgano.

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Pero el gran compromiso fue el Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT) de Bagdhis, una de las provincias más pobres y aisladas del país, que España asumió en 2005. Durante ocho años, la cooperación española, con la seguridad que brindaba el contingente militar, intentó sacar del atraso a este territorio de una extensión algo menor a Galicia y 400.000 habitantes, donde no había un kilómetro de carretera asfaltada ni conducciones de agua potable. Se rehabilitó un hospital con más de 100 camas y se construyeron cinco ambulatorios rurales, además de escuelas e institutos, y se formó a matronas y profesoras, para asegurar el acceso de las mujeres afganas a la sanidad y la educación de las que les privaban los talibanes. En 2013, cuando se retiró el contingente español, que llegó a contar con 1.500 soldados, todas las instalaciones se traspasaron a las autoridades locales.

España pagó un alto tributo por su presencia en Afganistán; el mayor de todos, la vida de 102 uniformados: 96 militares, dos policías, dos guardias civiles y dos intérpretes. Tras el Yak-42, la caída de un helicóptero Cougar, el 16 de agosto de 2005, con 17 muertos, fue el hecho más luctuoso, pero también hubo bajas por disparos o artefactos explosivos improvisados (IED). Económicamente, también fue la misión más cara: el despliegue militar costó casi 3.500 millones de euros, a los que hay que sumar 525 en ayuda humanitaria.

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El 13 de mayo llegaron a la base de Torrejón de Ardoz (Madrid) los que en entonces se llamaron “los últimos de Afganistán”, el último contingente español de la misión de la OTAN, integrado por 24 militares, bajo el mando del coronel Alfonso Álvarez Planelles, y dos intérpretes. Cuando los talibán entraron en Kabul, el 15 de agosto, se descubrió que, en realidad, solo eran los penúltimos. Les han seguido, en el puente aéreo improvisado por España, más de 1.600 afganos que trabajaron para el Ejército o la cooperación española y sus familias. Y otros muchos, reconocen fuentes militares, se han quedado atrás. La huella de 7.153 días de presencia española en Afganistán, desde enero de 2002, no es tan fácil de borrar.

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Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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