Samantha Hudson: “Puedes estar triste en Navidad y no sufrir: sentir la nostalgia no es padecerla”
La cantante ha descubierto, a sus 25 años, que un componente esencial de las Navidades es la tristeza. Y que admitirlo es reconocer la huella que deja el tiempo en nosotros
—Estas fiestas las he pasado siempre en León. La Navidad es una cosa que me pone un poco triste a veces. Vas perdiendo familiares queridos, todo se dispersa y ya no se junta toda la familia durante tanto tiempo.
—¿Lo dice por su abuela?
Cuando la abuela de Samantha Hudson (León, 25 años) murió, hace ahora unos 10 años, ella todavía no era el icono pop y referente popular que es hoy, ni sospechaba que lo sería, que iba a publicar tres álbumes, protagonizar varias giras con ellos, participar en MasterChef Celebrity (2021), ganar el premio MTV EMA a la mejor artista española (2023) y que acabaría siendo, con todo esto, uno de los personajes LGTBIQ+ más queridos de su país, una chica trans capaz de mantenerse bajo la mirada del público y, a la vez, crecer, aprender y encontrarse a sí misma. Cuando la abuela de Samantha Hudson falleció, ella, que entonces era un estudiante genial e irreverente en un instituto mallorquín que respondía por Iván, se travistió por primera vez. Se puso la ropa de la abuela e interpretó a una señora mayor. “Inconscientemente, estaba interpretándola a ella”, confesó en una entrevista a este diario en 2021. Ahora, cuando Hudson ya es todo eso que entonces no era, se encuentra en una cafetería madrileña, hablando de la Navidad y su melancólica belleza.
—Lo digo por mi abuela y lo digo por mi abuelo. Y porque algunas personas de mi familia se han enfrentado a enfermedades estos años, blablablá. Todo adquiere un punto nostálgico y ya no es esa ilusión de una niña abriendo regalos: lo ves desde un prisma adulto y, por lo tanto, tienes una visión más profunda. No es una cosa superficial de guirnaldas y Papá Noel, sino de sentimientos complejos. Hay tristeza aunque no lo sufro. Es una cosa que he aprendido, que puedes estar triste pero no sufrir, que puedes sentir nostalgia de un tiempo que no vas a recuperar pero no padecerla. Me reconforta navegar esas emociones de una manera amable, no estar a la búsqueda de una felicidad constante, o de una enajenación de “venga polvorones y champán, viva la Pepa, todo el mundo alegre y cantando villancicos”. A lo mejor es Nochevieja y me he acostado a las doce de la noche, y no hemos alargado esa sobremesa después de la cena, y a lo mejor no ha habido tantas risas y tantas carantoñas… Pero lo disfruto. Es natural aprender que las cosas cambian para no perseguir fantasmas del pasado.
Desde que ya no va a casa de su abuela cada Navidad, Samantha va a la de su padre, en un pueblo en León, Chozas de Abajo (población de 20.000 habitantes, aunque ella cuenta cuatro). Su padre se compró una bodega allí (“es muy gracioso, parecen las viviendas de los hobbits de El señor de los anillos”) y una vivienda que ha empezado a reformar con sus propias manos. La nueva Navidad se pasa ahí.
—Me hace ilusión seguir juntándonos todas. De la manera que sea, aunque ya no esté mi abuela y aunque a lo mejor un año no podamos contar con toda la familia, yo me siento afortunada. Cuando eres una persona disidente de género, tener un espacio donde te sientes cómoda entre gente con la que tienes lazos de sangre es un privilegio.
Hay personas que encajan en la Navidad, por el motivo que sea, sin estar necesariamente asociadas a ella, y Samantha Hudson es una de ellas. Algo en su personalidad se presta a ello. Desde que saltó a la fama a los 16 años, en 2015, cuando ‘Maricón’, el vídeo musical que realizó como trabajo para la asignatura de Cultura Audiovisual, se volvió viral y ella adoptó su nombre artístico, ha estado explicándose. Quién es (cantante, compositora, actriz, guionista), por qué es (una persona disidente de género cuya identidad ha fluido hacia chica trans no binaria en los últimos años) y adónde va (ningún sitio que hayamos visto antes). Y cuando se explica no huye de los aspectos más ásperos de su discurso, sino que los rodea de un enorme corazón. Su sensibilidad resulta contagiosa y por eso es fácil identificarse con ella. ¿Y hay algo más navideño, más de mesa de Nochebuena, que despertar cariño hacia la otredad?
“La gente que me sigue desprende esa energía: si estuviéramos en un campamento seríamos mejores amigos”, admite. “En cierta manera es porque no hay una posición jerárquica. No es que yo sea una chica muy famosa, inalcanzable, y tú estás ahí abajo mirando. Es que después de los conciertos llegan y me cuentan un problema o me hablan de algún proyecto. De pronto viene una abuela con su nieto que es mariquita. O una pareja heterosexual que ha venido ahí a ver de qué va la movida. Es un público tan ecléctico y, sobre todo, tan honesto que merece la pena”.
En 2021, protagonizó su propio especial televisivo, Una Navidad con Samantha Hudson, producido por Los Javis y emitido por Atresmedia. No hizo falta alterar significativamente su personalidad. Con su personalidad irreverente pero razonable, la voz de la sensatez desde los márgenes, ya resultaba navideña. Samantha reivindicativa y empática, tal cual se exponía en redes sociales, incluso en los vídeos grabados en su diminuta cocina a las tres de la madrugada durante la pandemia. Lo mismo ahora, cuando está mostrándonos su propia rutina navideña: cómo compra regalos, los deseos que vuelca por escrito, cómo se viste para salir.
Pero el tiempo cambia las cosas, de esa aspereza tampoco vamos a huir. Le da un punto triste a la Navidad. Te obliga a pensar qué haces. Qué cambios abrazas, cuáles aceptas sin más y si hay alguno que rechazas. Samantha Hudson está en eso. Es conocida desde hace 10 años, ha publicado tres álbumes (Los grandes éxitos de Samantha Hudson en 2019, Liquidación total en 2021 y AOVE en 2023) y ahora está trabajando en el cuarto, Música para muñecas, que presentará en el Sónar el próximo 14 de junio (su tercera vez en el festival).
Le toca pensar cómo le ha afectado a ella el paso del tiempo. Quién es hoy, esa idea que la gente tiene al pensar en ella, ese personaje, esa chica que se exponía en redes, bebía del trash y kitsch, y en su música homenajeaba a Las Bistecs y el electroclash de los dos mil. “Creo que yo ya le di a la gente eso y ni siquiera era una cosa que pedía”, dice. “Darle al público lo que quiere nunca ha sido mi rollo. En la pandemia nadie quería ver a una travesti, con peluca, desquiciada, a las tres de la madrugada en su cocina. Nadie pedía ese contenido y yo lo di y funcionó. Y ahora quizá la gente, no todo el mundo, pero algunos, esperan que siga un poco en esa línea. Pero yo estoy en otra”.
En septiembre, publicó ‘Liturgia’, un adelanto de las nueve canciones que tendrá Música para muñecas: su sonido, como su discurso, ha madurado. Lo que le irritaría sería que se viera en su madurez una concesión a la vergüenza, a las críticas que lleva soportando desde que empezó a cantar, y no como una forma de expresar mejor lo que lleva dentro. “Siento que una, cuando empieza a hacer algo, cualquier propuesta artística, lo aborda todo con más ilusión. Porque parte de un punto más ingenuo, más cándido, porque estás tú sola y ya está, con tus ideas, tu visión creativa, tu narrativa, haciendo algo sin ninguna expectativa o con una expectativa que todavía se siente muy inalcanzable, con lo cual es más una fantasía”, rememora. “Pero en cuanto empiezas a participar en ciertos circuitos, a lo mejor de una cierta notoriedad, no te digo una trascendencia internacional, pero, yo qué sé, estar en un festival, que la gente vaya a verte, sentir que formas parte de una industria, empiezas a adaptarte un poco a las dinámicas propias de esa industria. Eso irremediablemente machaca un poco tu ilusión. El síndrome de la impostora me ha dado este año en vez de al principio de mi carrera. No suele ser así. Una empieza y se asume un poco una intrusa, que estás fuera de contexto, que no es tu lugar. Ahora mismo, reubicándome. Y aprendiendo a encontrar un equilibrio entre hacer algo actual, contemporáneo, inspirándome en las tendencias del momento, pero manteniendo mi esencia. Sobre todo manteniendo esa ilusión que siento que al principio era una cosa muy latente, incluso palpable. Que yo creo que por eso irrumpí en la escena con tanta fuerza. Yo contra el mundo, mi movida y esto es lo que hay”.
—¿Se considera una artista mainstream?
—Creo que soy popular, de la cultura popular. Como un refrán. Al mismo tiempo, siento que tengo un pie en el underground.
—Y no lo quiere soltar.
—Puedes sacar a la chica del underground pero no el underground de la chica. Eso se va a quedar así siempre. He conquistado bastantes espacios, pero, tal y como están las cosas, todavía hay gente que no está preparada para conocer a Samantha Hudson al 100%.
—Su auge ocurrió en una época muy marcada por el discurso identitario; una época que muchos productores y editores, la gente que da forma a la cultura que nos rodea, dan por clausurada.
—Depende de qué ámbito. Lo trans es el chivo expiatorio de la extrema derecha. Es absurdo ver todos esos relatos manipuladores que sitúan a las personas trans como el enemigo número 1 de la sociedad. Todo está más polarizado, no hay un espacio intermedio de duda: o crees que lo trans es un producto del demonio o de verdad entiendes cómo funcionan las cosas. También siento que es algo que se ha potenciado mucho a través de las redes sociales.
—Ya no se postula tanto en redes sociales.
—Intento protegerme más. Ese entorno ha cambiado en los últimos años, sobre todo en aplicaciones que antes eran un espacio para hacer comunidad como Instagram, Facebook o Twitter [ahora X]. Publicabas contenido y tenías una red de seguidores que empatizaba contigo. Ahora se han convertido en apps de descubrimiento emulando el algoritmo de TikTok. Todo es una novedad continua, una sucesión de estímulos que te destroza la dopamina. Estoy manteniendo distancia con eso. Me parece injusto exigirle a las artistas que tengan esa hiperpresencia en las redes sociales, que se comuniquen de esa manera. Si eres un ilustrador, lo que haces ya es tu lenguaje, ya es el mensaje que le quieres lanzar al mundo. Exigir que seas una showman, que seas una publicadora digital experta, que hagas contenido divertido… es una fórmula que no le va bien a todo el mundo.
Samantha Hudson está en otra. Ella, que nunca ha dejado que nadie la define, ¿va a dejarse definir ahora por su propio pasado? Y si no lo hace, ¿parecerá que está traicionando el camino que le ha traído hasta aquí? Ella que ha sido una idea, un personaje. Una nieta. Ahora está en otra. ¿Tendrá permiso para ser una persona? ¿Algo capaz de cambiar y madurar?
Se toma un segundo para responder. Lo que hace por sí misma tiene repercusiones más allá de su caso. Cada vez que conquista un espacio nuevo, lo hace con su cara y su cuerpo y su nombre, pero la victoria se puede extender al colectivo LGTBIQ+: el espacio que es seguro para ella es seguro para los demas. Samantha Hudson no es un canario en la mina de la identidad LGTBIQ+: es la bandera que deja un explorador en lo alto de la montaña que pocos han pisado. Entonces habla. “Todo lo que he conseguido, lo he conseguido siendo yo misma y confiando en mi propuesta. Estoy entrenando mi disciplina y la seguridad en mi trabajo, deshaciendo lo que soy y buscando nuevas formas de entenderme, pero lo que nunca voy a hacer es permitir que inoculen en mí esa vergüenza de la que llevo escapando toda mi vida”, explica. “No sé si soy buena, si soy la mejor o si lo que hago no es suficiente para el público, pero lo que sí sé es que soy una superestrella, incluso aunque nadie más pudiera percibir el brillo que desprendo. Este año eso es lo que he aprendido”.
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