João Carlos Martins: “Ante una adversidad se puede saltar al abismo o intentar un vuelo más alto”
Nadie ha grabado más piezas de Bach que este pianista brasileño. Destacó con ocho años y fue apadrinado por Pau Casals con 18. Con 20, Eleanor Roosevelt lo llevó a tocar al Carnegie Hall de Nueva York. Pero la fama le llegó tan pronto como los accidentes, los problemas de movilidad en las manos (hoy diagnosticados como distonía focal), las 31 cirugías y su reinvención como director de orquesta. Con 85 años ha vuelto a tocar, con guantes biónicos

El pianista y director de orquesta João Carlos Martins (São Paulo, 85 años) coge el mando de la entrevista: enlaza respuestas con humor y datos antes de recibir las preguntas. No es escurridizo, está habituado a exprimir los minutos, a sobrevivir y, por eso, acostumbrado a disfrutar de los días, a resistir y a reinventarse. Ha aceptado que la vida le dio un don: “La perseverancia por encima del talento”, aclara. Y que su existencia es como una montaña rusa: ha llegado a Madrid a recoger el Premio Mapfre a toda una vida profesional a los pocos días de que una cirugía le extrajera un tumor.
¿Su historia es de perfección o superación?
Siempre digo que mi vida empezó en 1898, cuando mi papá nació en la ciudad de Braga, en Portugal. Él quiso ser pianista, pero… un accidente se llevó parte de su mano.
Parece una maldición.
Sí. Cuarenta años después, cuando yo tenía siete, me regaló un piano. Mi mamá era médium, recibía mensajes de personas muertas. El día en que mi padre compró el piano, hizo una sesión. Y bajó el espíritu de Giuseppe Verdi.
¿Habla en serio?
Si es verdad o no, no lo sé. Pero al cabo de 15 días yo tocaba el primer movimiento de la Sonata 14 de Beethoven. Y tres meses después gané un concurso nacional tocando 23 piezas de Bach.
Bach ha sido el gran amor de su vida.
Me recuerdo siempre tocándolo.
¿Fue un niño prodigio?
Aprendí muy pronto lo que significa la palabra disciplina. Con nueve años estudiaba seis horas al día. Con 13, viví mi estreno oficial.
¿A qué se dedicaba su padre?
Llegó a Brasil con 22 años. Montó una importadora de perfumes franceses. Pero era un fanático de la música, sobre todo de Johann Sebastian Bach. Cuando regresaba de trabajar, sus cuatro hijos teníamos que escuchar media hora de música clásica con él.
¿Les gustaba o lo hacían a regañadientes?
Comenzó como una obligación y se convirtió en un placer. Dos somos músicos. Otro heredó el negocio de perfumes y otro es abogado.
¿Qué hace que alguien tenga un talento natural para la música?
Ni el tono ni la habilidad con los dedos ni el oído. Es 98% transpiración y 2% inspiración. Creo que ese 2% te lo concede un ser superior.
¿Un don?
Sí. El resto es dedicación. Hoy, sobre todo en China y en Japón, hay pianistas virtuosos. Pero mi papá me enseñó que cuando das un concierto el público debe salir con una lágrima en los ojos y una sonrisa en los labios.
¿Cómo se consigue?
Transmitiendo emoción. La emoción es la única cosa que uno no logra explicar con inteligencia artificial. El secreto de la música es combinar el perfeccionismo con el corazón y el alma. Con 12 años toqué el Primer concierto para piano de Chaikovski. Un crítico me preguntó cómo podía tocar así. Contesté que porque sentía la música.
El principio de Pareto establece que el 80% del progreso proviene del 20% de esfuerzo.
Lo más difícil es lo que hace avanzar. Hoy no tenemos ni a Bach, ni a Mozart ni a Beethoven. Creo que ahora la música vive del arte interpretativo. El gran secreto es mezclar la individualidad del intérprete con la personalidad del compositor. ¿Quién soy yo para tocar una obra de Bach? Cuando lo hago es como si hablara con él. Debes vencer el respeto sin perderlo.
¿Por eso llamó Sebastian a su perro?
Sí. He vivido 31 cirugías. Este año llevo siete en las manos. Cuando regreso a casa tras una operación, mi perro duerme conmigo. Cabeza con cabeza. Cuando estoy bien, no.
¿A quién aconsejaría tocar el piano y a quién no?
Cuando alguien me dice que la música clásica hoy no es valorada por los jóvenes, discrepo. Yo puedo cantar el primer compás de una pieza y cualquiera puede completarlo. Eso ocurre con Mozart. Por eso es patrimonio de la humanidad. Ante los jóvenes, veo los que son felices como público, los que pueden tener la música como afición, los que pueden formar parte de una orquesta y hacer de la música una profesión. Finalmente están los diamantes. Un diamante deslumbra. Pero los diamantes hay que pulirlos.
¿Fue lo que le sucedió?
Bueno…, con 18 años, y gracias a Pau Casals, que me escuchó en Puerto Rico, toqué en un festival de música de Washington. Ahí empezó mi carrera. Quince días antes había tocado para los Castro en La Habana. En Washington, Jacqueline Kennedy presidía el concierto. Y Eleanor Roosevelt me invitó a estrenarme en el Carnegie Hall.
Ha tenido padrinos de lujo.
Sin duda. Otro español que me ayudó fue Andrés Segovia. Asistió a mi estreno en el teatro Colón de Buenos Aires y me invitó a cenar cuando yo tenía 20 años. De él entendí que Johann Sebastian Bach era un compositor barroco, romántico, moderno, clásico y universal. Algo que Pablo Casals sabía. ¿Aquí se dice Pau, verdad? Segovia me explicó cómo tocar a Bach. Me dijo que Bach era un romántico. ¿Cree que en el siglo XVIII un hombre que consigue tener 20 hijos no es un romántico?
Bach perdió a la mitad de sus hijos. Quedó huérfano con 10 años. Vivió una historia de dificultades. Y fue resurgiendo y resurgiendo…
Estuvo dos veces encarcelado porque quería abandonar la corte cuando empezó a escribir El clave bien temperado, que es el origen del sistema temperado para la música occidental.
¿Salvador Dalí también fue clave en su vida?
Mucho. Tras un concierto de Bach que di en el Carnegie Hall, cenando en el Russian Tea Room, con Mia Farrow, André Previn y Gala, me aconsejó que dijera siempre que era el mejor intérprete de Bach del mundo. Pregunté por qué y respondió: “Llevo 20 años diciendo que soy el mejor pintor del mundo y ya hay quien lo cree”.
¿Dónde está el alma ahí?
Nadie ha grabado la obra completa para piano de Bach en 20 CD. Me costó porque con 22 años, viviendo en Nueva York y haciendo giras por Europa y Asia, empecé a percibir movimientos involuntarios en las manos. Los médicos me decían que debía ser psicológico. Pero yo sabía que no.
¿Cómo lo sabía?
A las siete de la mañana yo tocaba sin problema. Después de dos horas sentía movimientos involuntarios. Al principio solo en la mano derecha. Me organicé. Pedí llegar a los teatros antes para dormir allí. De manera que comenzaba el concierto recién levantado. Como si tocara a las siete de la mañana en mi casa.
¿Funcionó?
Sí, porque siempre comenzaba con lo más difícil. Pero esa solución no duró. Noté que cada 15 días tenía que cambiar la posición de la mano derecha. Lo hice cientos de veces. Hasta que en 1982 la distonía focal del músico fue considerada enfermedad rara. Eso era lo que me pasaba. Mi cerebro ha sido operado varias veces, pero…
¿Pero todavía no hay soluciones?
¿Cuántas veces está hablando con una persona y ella parpadea en exceso? Eso es un movimiento involuntario, una distonía focal. Cuando es general, es fácil de detectar. Pero la del músico se puede concentrar en las manos o, para el violinista, en un hombro. Para esa distonía tan específica todavía no hay solución.
Además de esa distonía sufrió accidentes.
Sí. Jugando al fútbol, en Central Park, tropecé con una piedra que afectó al nervio ulnar de mi mano. Fue mi primera cirugía. Quedé bien. Pero la distonía continuaba. Mi representante me llamó y me dijo que estaban cancelando muchos conciertos y que la historia oficial debía ser el accidente del brazo.
¿Nada del movimiento involuntario?
No. Y tras ser publicado en The New York Times y en The Washington Post, esa fue la historia oficial.
Usted sabe que soy periodista…
Claro. Mi representante murió hace dos años. Si yo hubiera muerto antes que él, la historia del accidente habría quedado. Pero ahora mi empeño es luchar para mejorar el movimiento involuntario del músico.
Tuvo más accidentes y sufrió un atraco en Bulgaria.
Son problemas periféricos: pero ese golpe supuso otra lesión en mi cerebro. Estaba grabando obras de Bach y, al salir, caminaba cada noche hasta el [hotel] Sheraton. Llevaba 15 días haciendo el mismo camino. Tras una manzana en la que vivían muchos gitanos, llegaba al hotel. Una noche me dieron en la cabeza con una barra de hierro para robarme. Estuve nueve meses en el hospital. Y, claro, mis manos empeoraron. Las adversidades han formado parte de mi vida.
¿Cómo las ha afrontado?
Ante una adversidad uno puede saltar al abismo o construir una plataforma para intentar un vuelo más alto.
Intentó ese vuelo tocando con la izquierda.
Empecé a dar conciertos con la mano izquierda. Pero… la distonía focal del músico puede migrar del lado derecho al izquierdo. Fue mi caso. Quedé con distonía en las dos manos. Los médicos hablaron: no volverá a tocar profesionalmente.
Entonces se convirtió en director.
Con 62 años parecía que todo se había acabado en mi vida cuando soñé con el mejor director de orquesta brasileño, Eleazar de Carvalho. Me preguntó que por qué no me convertía en director de orquesta. Yo era conocido como pianista, pero al día siguiente me matriculé en la Universidad de São Paulo para convertirme en director. Cuando regresé a casa, el decano me llamó y me hizo una propuesta: me pidió que dirigiese la Escuela de Música. Seis meses después yo dirigía las nueve sinfonías de Beethoven. Como tenía dificultad para mover la batuta, decidí dejar de usarla y utilizar las manos. Memoricé 150 partituras.
Cuenta la carrera de obstáculos que ha sido su vida riéndose. ¿Dónde queda la frustración?
Con 37 años, tres antes de que yo naciera, mi padre tuvo un cáncer violento en el estómago. Le quitaron tres cuartas partes. Y le dieron seis meses de vida. Murió a los 102 en un accidente. Yo he heredado esa inspiración.
¿No ha sentido nunca rabia o frustración?
Cuando tenía 29 años, en Nueva York, me metí en la bañera para suicidarme. Y sonó el teléfono. No paraba de sonar. Salí de la bañera. Era mi viejo profesor de piano. Me dijo que sabía que estaba deprimido y que la vida tenía vaivenes. Después de una hora escuchándolo pasé a ser una persona con amor a la vida.
¿Cómo reconectó?
Paré de tocar durante unos años y me convertí en el representante del boxeador más famoso de Brasil.
¿Qué?
Mire, yo no podía ni mirar un piano. En un edificio de mi padre vivía un boxeador llamado Eder Jofre. Tenía 37 años. Había perdido el título de campeón mundial. Me lo encontré en el ascensor. Le dije que tenía que reconquistar el título y que yo iba a ser su representante. Un año después lo consiguió. Cuando vi al árbitro levantar su mano pensé: si él reconquistó el título mundial yo puedo volver a tocar el piano. Telefoneé a mi representante y le pedí volver al Carnegie Hall con 48 piezas de Bach. Me contestó que el público se había olvidado de mí. Le contesté que el monstruo estaba de vuelta.
¿Es una persona religiosa?
Creo en una fuerza superior exterior y en la fuerza interior.
Hace seis años, el diseñador Ubiratan Bizarro Costa ideó un guante biónico y usted pudo volver a tocar el piano.
Hubo muchos intentos que no funcionaron. Pero cuando conseguimos que funcionara, Viola Davis y Charlize Theron publicaron mi imagen con los guantes. Tuvimos tres millones de visualizaciones. El mundo es fascinante. Yo hacía 18 notas por segundo. Hoy en 18 segundos hago una nota, pero con la misma emoción.
En 1981 fue secretario de Cultura en Brasil durante el régimen militar.
Mire, cuando uno trabaja con un edificio que no se aguanta debe procurar que no se caiga y no haga daño. Hice todo lo que ese régimen no quería: programas para niños desfavorecidos y la primera marcha de las mujeres contra la dictadura.
¿Era un caballo de Troya?
Enviaron a dos coroneles a mi oficina para decirme que no estaban contentos conmigo. Firmé mi dimisión. Telefoneé al presidente y él quiso hablar con los coroneles. Volvieron a mi despacho y me dijeron que tenían otra misión. Se fueron.
¿No tenía miedo?
No. Creo que la música está por encima de cualquier ideología. Había tocado 4.000 veces en cerca de 60 países, 2.000 veces como pianista y las otras como director de orquesta. Lo que me protegía creo que era la fuerza de la música.
En su propia vida Bach se pasó de moda.
Sucedió. Pero un compositor judío, Felix Mendelssohn, lo devolvió a la vida porque se enamoró de la Pasión según san Mateo. En la época de Beethoven los músicos conocían a Bach, pero no el público. Beethoven decía que Bach significa en alemán arroyo, pero que debería significar océano. Bach es la gran catedral al lado de muchas grandes iglesias como Beethoven, Mozart…
¿Conoció a Glenn Gould, el intérprete mítico de Bach?
Tuve una conversación con él seis meses antes de su muerte. Cuando murió, sus padres me invitaron para iniciar el memorial en Toronto. La recepción del resto de invitados fue gélida. Pero cuando terminé el concierto pude ver sus ojos. Sus padres me enviaron una carta contándome que Gould admiraba cómo tocaba a Bach. Tengo esa carta.
Como Bach, usted ha tenido dos mujeres…
Me casé a los 20 años. Me divorcié a los 27. Pero ni ella ni yo estábamos preparados para estar casados. Luego tuve varias relaciones. Y hace 25 años que estoy casado con Carmen.
Ella declaró que la libró de una vida mediocre.
Carmen tiene luz propia. Era una gran abogada, pero lo abandonó todo para seguirme por el mundo. “Querer al otro feliz no es querer que el otro te haga feliz”, me dijo. Ser feliz es transmitir felicidad.
¿Usted se la transmite a ella?
Todas las mañanas toco el piano dos horas. Y resulta que eso la hace feliz.
¿Qué legado le gustaría dejar?
La concentración de un niño para aprender música en el siglo XVIII podía durar horas. En los años treinta, cuando empezó a enseñarse música en las escuelas de Brasil, esa concentración había bajado a una hora. Hoy, la capacidad de concentración no pasa de 15 minutos. Durante 10 años he trabajado en una metodología para cambiar eso. Inicié un proceso de educación para niños que en 2027 estará extendido por todo Brasil. Y en marzo inauguraré la primera orquesta sénior para músicos jubilados.
¿Les da consejos?
Una orden: dejen de teñirse el pelo y gocen. Y un consejo: una persona tiene que perseguir su sueño. Si no lo hace, el sueño empieza a correr detrás de la persona convertido en pesadilla. Un neurólogo me contó que Rafa Nadal, el tenista, de niño tuvo que cambiar de mano. Y mire. ¿Sabe qué le digo? Quiero celebrar mis 90 años tocando un concierto en el Carnegie Hall con la mano izquierda.
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