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Andrea Jiménez, ‘matar al padre’ tras un repudio y triunfar en el teatro

Supo moldear el material de una vivencia personal desagradable para hablar de principios universales, de crisis y superación. Lo hizo con ‘Casting Lear’, un espectáculo insólito que triunfa entre el público más joven. Y ahora la espera Antígona

Andrea Jiménez
Jesús Ruiz Mantilla

En 1606, William Shakespeare estrenó La tragedia del Rey Lear, muy probablemente con Richard Burbage como protagonista. En ella trababa, entre otras cosas, el amor filial y el repudio. El 24 de abril de 2024, Andrea Jiménez (Madrid, 38 años) representó por primera vez en el Teatro de la Abadía Casting Lear. Desde entonces, unos 90 actores han encarnado al monarca enloquecido en diferentes escenarios de España. Es un requisito ideado por Jiménez: en cada representación debe interpretar al rey un actor diferente sin apenas pistas sobre lo que debe hacer en escena. Con un “sí, quiero” basta. Luego, quien así lo decida, se pone en sus manos para llevar a cabo delante del público lo que ella indique. Sin ensayos, a pelo, sin red. Entregados a un ejercicio de confianza ilimitada donde Jiménez marca las reglas para que el público acabe en pie y entre lágrimas, generalmente, tras haber contemplado un extraordinario milagro de audacia y honestidad teatrales. También Casting Lear trata, ante todo, del amor filial y el repudio. La obra maestra del británico es el vehículo que Andrea Jiménez encontró para mostrar su propia experiencia. “Me doy cuenta de que aborda algo extrañamente similar a la experiencia que tuve con mi padre. La relación de su hija Cordelia contiene absurdos y extremos parecidos a mi historia personal, algo que me resultaba incomprensible”.

En la trama de Shakespeare, Lear rechaza a Cordelia porque ella se niega a declararle su amor tal como él desea. “En nuestro caso, me repudia porque no sigo sus designios”, asegura Jiménez. Son dos formas de amor perverso. Imposiciones de obediencia para cumplir una expectativa ajena. “Muy similares. Representa una idea errada del amor. ‘¿Qué es amar?’ surge como la última pregunta. Ante eso, Cordelia defiende una idea de la verdad. Que el amor no se construye con halagos, sino con hechos y actos radicales de presencia o de franqueza”.

Según Jiménez, no existe amor si debes renunciar a algo de ti para recibirlo. “Yo he llegado a creer que sí, pero tuve que deshacer ese hechizo: el hecho de contar con la aprobación de mi padre para poder existir”. Lo cumplió. Y desató con ello el conflicto que atraviesa una bomba como Casting Lear, con una crudeza rabiosa y una ternura encaminada a la búsqueda de comprensión.

En su caso todo empezó —y acabó— cuando quien estaba predestinada a llevar el negocio familiar decidió seguir su propio camino y dedicarse al teatro. Jiménez es la menor de cinco hermanos, pero no por eso le costó menos romper la cadena. Ella era una niña, asegura, melancólica y obsesionada con la muerte. “Escribía poesías y tocaba la armónica como en un rito de pena ancestral”, dice. Le obsesionaba, además, que algo le ocurriera a su familia. “Cuando mi madre salía de casa, me pasaba el tiempo pensando cada una de las posibilidades más trágicas que le podían ocurrir. Pero al tiempo era muy alegre, aunque sentía que toda esa energía había que contenerla. Intuí desde muy temprano que para estar bien en el mundo debía tener cuidado”, dice.

Vivía a gusto, sobre todo, entre la libertad que le propiciaba su madre: “El teatro se reveló como ese espacio donde podía ocurrir lo que a mí me gustaba de una forma contenida”. A los 16 años entró en el grupo escénico del Liceo Francés. “Ahí sucedió algo, me enamoré del teatro, de las personas que lo hacían: vi y fui vista. Encontré mi lugar. Me he pasado la vida tratando de replicar aquel espíritu de celebración”, recuerda. De esa cantera dirigida por Juan Carlos Prieto salieron talentos como los de Fernando Sánchez-Cabezudo o Sergio Peris-Mencheta. Se trataba de un espacio capaz de cambiarte la vida. Aun así, Andrea no pensó en aquella época que pudiera dedicarse al arte. A la condena familiar había que sumar el peso de una educación francesa con una visión del mundo artístico sagrada. “Lo consideran una gracia divina a la que no puedes acceder si no has nacido con ese don, pero me fui encontrando en la vida con personas que me decían que era posible: maestros como José Piris o Gabriel Molina, en Madrid, y luego en París, a Thibaut Garçon, maestro del clown…”.

Esa escuela la marcó. “Todo lo que hago es clown contemporáneo. Para mí, representa el territorio radical del fracaso, debes habitarlo con toda la conciencia que puedas, desde un lugar en el que ni siquiera seas capaz de controlarlo. Abocarte a ello para contemplar su belleza”.

Su formación principal como actriz, directora y dramaturga tuvo lugar en la School of Performing Arts londinense. Logró una beca y partió hacia allí contándole otra versión a su padre, tras licenciarse en Derecho. “Le dije que iba a estudiar inglés y él creyó que seguiría el camino marcado, aunque acabó enterándose de adónde iba”. Allí encontró un centro con alumnos de 13 nacionalidades, un lugar hermoso para el crecimiento. “Supuso otra mutación donde adquirí confianza, la seguridad de sentirme en el lugar que me correspondía”.

En el Reino Unido concibió su primer espectáculo reconocido, Interrupted, en 2012. Lo estrenó en Londres y fue representado en Escocia, Italia, Portugal y España. Regresó a Madrid, ya completamente volcada en su destino: la escena. Había creado su compañía Teatro en Vilo, junto a Noemí Rodríguez, y a partir de ahí llegaron otros montajes donde fue demostrando una originalidad que la ha convertido en todo un faro entre el público más joven con obras como Generación Why, Miss Mara. Quien se reserva no es artista, Man Up o Blast.

En todos echa mano de la autoficción, pero no tan a fondo como ha llegado en su honesta y kamikaze valentía respecto a Casting Lear. Un trabajo que sigue representando en gira, con el que viajará a América Latina y que fue bendecido con dos Premios Max en la última gala. “Mis hermanos y mi madre se alegraron, aunque no a todos les ha gustado de la misma forma. Me hace feliz esa reacción porque todos saben que era importante para mí”.

También se alegró de ese triunfo Juan Mayorga, dramaturgo y director de La Abadía. De él partió el encargo que se convirtió finalmente en Casting Lear. “Yo estoy orgulloso de que se haya estrenado en La Abadía. La primera vez que la conocí fue por videoconferencia, en plena pandemia, y ahí descubrí a una mujer inteligente, llena de chispa, que se salía de la pantalla y con unas dotes excepcionales de liderazgo”, recuerda el autor.

Alfredo Sanzol, director del Centro Dramático Nacional, les había puesto en contacto. La relación entre ambos continuó y, después de una colaboración más intensa, Mayorga cree que Andrea Jiménez va a lograr grandes cosas para el teatro en España: “Casting Lear es un espectáculo que abre caminos y va a ser influyente. El modo en que ella ha colocado dos espejos enfrentados, el de Cordelia y el de su propia experiencia, marcará camino para otros creadores”.

En el caso de la artista, también terapéuticos. Del trauma, dice, se ha deshecho: “Creo que he pasado página. Siempre he trabajado desde lo íntimo, aunque mis anteriores trabajos tuvieran un trasfondo más sociológico. En esta obra, el motor ha venido de mí, ese fuego no surge de la rabia, sino de una necesidad de entender y reordenar los trocitos de la historia de una manera que me permitiera seguir con mi vida sin enterrarlo: exponiéndolo y dándole un sentido”. A base de ciertos límites: “Si la obra fuera un melodrama, contaría los detalles y así se convertiría en algo más pequeño, pero al formar parte del contexto de una tragedia, esa desnudez se completa con la del público y con la sensación de que expongo más de lo que realmente muestro”. Para Jiménez se trata de un rito de paso: “Un exorcismo, una catarsis, un movimiento de placas tectónicas. Así lo he vivido yo, porque me ha movido los paradigmas que rigen mi idea del amor, atravesada por la idea del padre, pero también de otras que se han creado en ese espejo”.

Dejar todo atrás contrasta con el mito de Cordelia, la hija que decide regresar. “Ella siempre vuelve, porque le quiere, pero se olvida de sí misma. Ese es el peligro, no se salva, se deja encerrar en su propia desgracia, se inserta en la culpa de él, en su responsabilidad y acaba siendo víctima de algo en lo que no tiene nada que ver. Su padre ha tirado todo por la borda y desea que ella lo acompañe. Lo más doloroso en el camino del perdón es que nunca dejas de amar a quien te ha hecho daño”. Pero quien te ha herido también puede haberte marcado con momentos de vida fundamentales en tu construcción como persona. “Aunque desterremos ese amor, las experiencias marcan. Esas personas siguen existiendo en ti y desde dentro les agradeces profundamente lo que te han dado porque se convierten en parte de tu esencia. Debes colocar como hija dentro de ti esa porción del padre. Un lugar donde habitar sin que te duela. Hasta lo que más te asusta. He creado esta obra para mirar a los ojos a todas esas partes”, cuenta.

Incluso le hizo recuperar su formación como tenista. De ahí que aparezca en el cartel como reina de un trono con raqueta. “Yo jugaba al tenis. Lo practiqué de los 3 a los 18, volví a probar para desarrollar Casting Lear porque la idiosincrasia del tenis es la del control de cada golpe y cada movimiento. Se trata de un arte enloquecedor”. Incluso se apuntó a un campeonato y llegó a octavos de final: “El Lesbian Garros. Lo han etiquetado como el torneo inclusivo con un nombre que no lo es. Se juega cada dos o tres meses, hice un recorrido bastante decente: me ha producido más nervios que estrenar la obra”.

En las pistas también se da un elemento con el que Jiménez trabaja activamente desde una filosofía muy personal del teatro: el accidente. Sacar cada noche a escena a un actor diferente puede provocar tantos imprevistos que convierte el espectáculo en sí, cada función, en algo único. “Que el accidente, aspecto que domino cuando lo genero en ensayos, aparezca en la función y se repita a base de frescura e improvisación era una idea excitante”.

Se trata de una continua simulación de presente, dirigir en vivo, acudir a una prueba, pero con la entrada pagada, afirma. Ella entiende el mundo, sobre todo, desde la dirección, que ha compartido con su colega Úrsula Martínez para el espectáculo. Por eso en Casting Lear actúa como tal. “Pensé: ya que te han repudiado, ahora hago yo el casting. Un casting de padres”. Pedro Casablanc fue uno de los primeros. No se conocían de nada. Le contactaron desde Barco Pirata, la productora. “Nos conocimos dos horas antes de salir al escenario”, cuenta Casablanc. Tuvo que vencer ciertas reticencias antes de decidirse: “A mí no me gusta nada la improvisación, se me da muy mal. Puede que tenga miedo a que, de alguna manera, aparezca por ahí sin querer ese personaje que trato de disfrazar en vida”.

Jiménez le calmó y deshizo sus cautelas. “Conectamos muy bien, en cierta medida, compartíamos experiencias comunes sobre ese rechazo del padre a que nos dedicáramos al teatro”. Después, metido ya en la acción, ante el público, no pudo evitar dejarse arrastrar por la desnudez y el compromiso emocional que la directora les arranca en vivo. “¡Me gustó tanto que después me daba rabia no poderlo hacer cada noche!”.

Con ello se demuestra lo que Mayorga apunta sobre el liderazgo de la creadora escénica. Lleva decenas de actores cada vez que levanta el telón, sin contar quienes pasaron los ensayos. Todos cautivados por ese frágil y transparente entusiasmo, por el poderoso empuje de su compromiso y por un sanísimo sentido del humor: “Lo que más deseaba era que llegara uno y me repudiara, dirigir mi propio repudio y controlar así algo que no pude manejar en su día. Subvertirlo de manera salvaje, definitiva. Esa paradoja me parecía que tenía una fuerza tremenda”.

¿Qué ocurriría? Se lo ha planteado, sí. Entonces impondría las órdenes basadas en lo que ella cree que debería ser un padre ideal: “Se basarían en el respeto y en mostrarle a quien tenga delante que no debiera someterle a una tortura, que hasta el poder es susceptible de convertirse en un espacio seguro, donde uno sostiene, cuida y protege, realmente. Ese es el ideal para mí de lo que tiene que ser un padre: alguien que crea un espacio protegido de libertad y autonomía para otros… El rol, por otra parte, de una directora de teatro”.

Algo que ahora está explorando respecto a un clásico griego. Su siguiente espectáculo será Contra Antígona y tiene previsto estrenarlo en mayo de 2026 en el teatro Lliure de Barcelona después de haber montado este verano en el Conde Duque de Madrid su Campamento Antígona. Es el mito al que no deja esta temporada de dar vueltas en bucle. A eso se ha dedicado durante el mes de julio en compañía de otros creadores en el centro que dirige Jorge Volpi. “He pasado de una historia superíntima, del tú a tú radical, a lo público y a preguntarme: ¿qué pasa con la polis? Me es fácil mirar a Antígona desde una propuesta democrática de nuestro tiempo, pero me cuesta indagar de una manera genuina en su intimidad. Enfrentarse a cierta pasividad genera culpa, enfado. En la idea del bien, de la justicia, se esconde algo incómodo, inaprensible dentro de esa leyenda”, comenta.

Pero muy pertinente para estos tiempos: “La vida política hoy está atravesada por la confusión, la desesperanza, mucha pasividad y cansancio. Vivo en ese paradigma, me cuesta mirar y cuando lo hago desde hoy encuentro un ambiente y un debate público polarizado donde posicionarse resulta incómodo y peligroso, pero no hacerlo, también. Busco respuestas ante el desencuentro. Hay tanto ruido, se ha pervertido algo del lenguaje mismo”.

Por no hablar de ciertas certidumbres: “Cuando iba al colegio pensaba sobre algunas cosas: ¡qué suerte tengo de que esto ahora esté tan claro! Me hablaban de la declaración de derechos humanos y sacaba esa conclusión. Un punto final de algo que no se repetiría. ¡Y eso, hoy, se hace pedazos!”. Una mirada al pasado con esas puestas a punto radicales y arriesgadas que propone Jiménez. Quizás nos ofrezcan varias respuestas. 

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.
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