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La casa de enfrente
Columna
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‘Casting Lear’ o como no matar al padre (solo perdonarlo)

El trauma de la directora y actriz Andrea Jiménez nos representa a todos

Casting Lear
La directora Andrea Jiménez con el actor Vicente León en la obra de teatro 'Casting Lear' en el teatro La Abadía este mes de abril.
Nuria Labari

La dramaturga Andrea Jiménez estrenó hace unas semanas la obra Casting Lear en el teatro La Abadía. La propuesta consiste en un diálogo entre Cordelia, prolongada en las experiencias de la propia actriz y directora, y el rey Lear, interpretado por un actor diferente en cada representación que no conoce el texto que va a interpretar (se lo dictarán a través de un pinganillo). Poco después de conocer su propuesta sugerí a uno de los grandes actores de este país, quizá el mejor Lear que hemos conocido, que fuera a verla. Se negó. Me explicó que Shakespeare no tiene nada que ver con la vida de Andrea Jiménez. Días después apareció una crítica en este periódico que describía la obra como “poco más que un experimento teatral”. Y, casi a la vez, otro periódico publicaba un reportaje donde aseguraba que el mercado premia a las mujeres creadoras cuando reivindican sus traumas porque está de moda. Sin embargo, la función a la que yo asistí contradice los tres testimonios anteriores.

Al prestigioso actor que me explicó (sin ver la obra) que Andrea Jiménez no tenía derecho a nombrar a Shakespeare en vano, me gustaría decirle que lo más innovador aquí es que Jiménez no acude a Lear para condenar a su padre —Shakespeare fue durísimo en este sentido—, sino para entenderle. La directora, en tanto que hija, necesita perdonar al padre que un día, igual que Lear a Cordelia, la repudió. No necesita matarle: necesita perdonarle. Y para eso es preciso que hablen. Y hablar, desde la distancia de los malentendidos culturales y de los que exigen, es complicado.

Para que el diálogo se produzca, Andrea Jiménez ha creado un dispositivo teatral: un Lear nuevo cada noche. Un actor mayor que ella, tanto como para poder ser su padre, que decide ponerse en manos de la directora para “atreverse a mirar su propia fragilidad”, según ella misma exige. No es, como se dijo, “un experimento teatral”: es una experiencia peligrosa, un riesgo para corazones heridos por la profundidad de su mutua incomprensión debida a un poder severamente ejercido y sin piedad. El del padre. Y debida también a un resentimiento largamente fermentado, el de los desheredados del amor. Es teatro, qué duda cabe, pero teatro en carne viva. Las espadas y las palabras hieren de verdad, no son atrezo. Andrea Jiménez se arriesga a morir en cada función y el actor de turno puede no salir mucho mejor librado.

La directora y actriz Andrea Jiménez elige a un hombre distinto para cada función y cada vez intenta perdonar y salir bien librada del encontronazo con un sujeto (Lear) que ya ha matado el amor, el propio y el de la hija. Un amor que ella quiere salvar, que aspira a salvar para salvarse ella misma de su resentimiento. Llega un momento en que los actores (valientes al aceptar el reto y generosos en el escenario; mención especial para Alberto San Juan, de entre los que yo vi) tendrán que crear su propio texto, responder a preguntas en su nombre e implicarse en el dolor de Cordelia, es decir, de Andrea. El trauma de una mujer que, según algunos sectores de la industria cultural, forma parte de una moda de mercado y en consecuencia no es una voz auténtica y no representa a nadie. El hecho es que, más allá de las trayectorias comerciales, nos representa a todos y a todos nuestros miedos. Larga vida al rey y larga vida a Cordelia.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.
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