_
_
_
_

Alfredo Sanzol: “Mi padre fue cura. No lo contaba quizás para que no se rieran de nosotros”

El dramaturgo, director y responsable del Centro Dramático Nacional cuenta la historia de su padre, que le inspiró para escribir ‘El bar que se tragó a todos los españoles’, triunfadora de los Max

Alfredo Sanzol, director del Centro Dramático Nacional, en el Teatro María Guerrero de Madrid.
Alfredo Sanzol, director del Centro Dramático Nacional, en el Teatro María Guerrero de Madrid.Olmo Calvo
Jesús Ruiz Mantilla

Alfredo Sanzol (Pamplona, 49 años) es un desfibrilador de prejuicios. Quizás le viene de haber sido hijo de un cura que un buen día colgó la sotana y salió a descubrir el mundo. Pero aquel sacerdote ya civil de lo que se encargó fue de dotarle de armas antidogmáticas. Todas ellas le han servido como dramaturgo, director de escena y hoy responsable del Centro Dramático Nacional (CDN), donde el año pasado estrenó El bar que se tragó a todos los españoles, la obra que ha arrasado en los últimos premios Max de teatro y que cuenta precisamente la historia familiar.

Pregunta. ¿Cuántas horas habrá pasado usted en ese bar que se tragó a todos los españoles siendo de Pamplona?

Respuesta. La primera vez que empecé a pensar en escribir algo sobre un bar fue en 2011. Se fue cuajando. Pero la chispa que lo detonó fue la historia de mi padre.

P. Que fue cura y se salió…

R. Sí, que hizo algo muy valiente. En un momento en que una parte importante de la jerarquía eclesiástica y de la sociedad que no lo veían nada bien, en el año 1963. No era fácil.

P. ¿Se lo contó él alguna vez?

R. No lo hizo. Yo creo que por protegernos.

P. ¿De qué?

R. Bueno, era algo delicado. Quizás para que no se rieran de nosotros en el colegio. Él quería pasar página de esa etapa de su vida. Llegó al seminario con 12 años y se salió a los 33. Puso el cuentakilómetros a cero.

P. Pero acelerando.

R. Claro: hay que aprovechar el tiempo. No había deuda, ni rencor. Sino un mirar al frente. Un lo que me quede, lo voy a aprovechar.

P. Y si no se lo contó, ¿cómo se fue enterando usted?

R. Nos contaba que había ido a estudiar al seminario. Un día una prima suya me enseñó una foto en la que él estaba vestido de cura. Encajé piezas y lo deduje. Para mí es como si hubiera sido médico. Yo no le daba la importancia que ellos le daban. Eso da una idea de cómo había cambiado la sociedad española en 20 años. Me pasó en el año 1984 y no lo viví como un trauma. Luego fui preguntando… Las fotos en que aparecía vestido de cura las fue tirando. A mí me importaba devolverle la dignidad. A raíz de esto, he conocido a mucha gente que le ha pasado lo mismo.

P. ¿Cómo para montar una asociación?

R. Pues casi; en el fondo ha servido para hacer un poco de comunidad.

P. Esa sociedad, como su padre, hizo un esfuerzo enorme por conquistar la libertad colectiva desde lo íntimo. Y no contaban con manual. ¿Cree que eso se les ha reconocido?

R. El trabajo más concienzudo del franquismo fue crear eso: una represión íntima. Una ideología contra la que hubo que revolverse.

P. Una moral, más bien. La apoteosis del pecado.

R. El pecado, sí. Menudo concepto. La culpa.

P. ¿Esa conciencia de pecado en casa de un cura que colgó los hábitos era fuerte?

R. No, al contrario. Con nosotros lo que propició fue un ambiente de mucha libertad precisamente para hacernos responsables. Mis padres eran antidogmáticos.

P. ¿No hemos regresado un poco a los dogmas a derecha e izquierda de tan polarizados que andamos?

R. Sí, lo veo. Es normal.

Los prejuicios funcionan incluso aunque probemos que son contrarios a la realidad”

P. ¿De verdad lo cree?

R. Sí lo creo. Siempre hemos generado dogmas. La inercia lleva a eso. Lo sabio es saber bajarse de ellos.

P. ¿Cuántas veces les ha dado un corte de mangas a los dogmas o se ha caído del burro?

R. Cada vez que escribo una obra. Los personajes que creo representan estructuras de pensamiento mías. Eso me ayuda a darme cuenta de mis mapas mentales. Cuando siento vergüenza es que voy por buen camino.

P. ¿Por ejemplo? ¿Qué tipos de vergüenza?

R. Hombre, es que son cosas que sonrojan.

P. Pues por eso.

R. Por ejemplo, mi obra La ternura la empecé a escribir un día en que me vi diciéndome la frase: “Es que todas las mujeres son así”. Y pensé: “¡Dios mío! Esto es intolerable”. Tuve que hacerlo para vengarme de los que me metieron eso en la cabeza. Me acababa de separar. Entonces planteé una obra en las que ellas sostenían que todos los hombres son así y ellas, al revés.

P. ¿Y cómo eran esas dos generalizaciones?

R. Ellos pensaban que las mujeres les producían dolor y las mujeres creían que les inducían sumisión. Pero ambos extremos son mentira.

P. ¿Lo son?

R. Claro que sí. Los prejuicios funcionan incluso aunque probemos que son contrarios a la realidad.

P. Y contra eso, ternura, entonces. ¿Qué es la ternura?

R. La manera de expresar el amor. Tiene que ver con el conocimiento y eso es lo contrario al prejuicio. Planteamientos sencillos que generan grandes complicaciones. Para mí, el teatro sirve para descifrarlas.

P. ¿Vivimos una nueva revolución del teatro?

R. Vivimos un gran momento que empezó a surgir hace 50 años. Recogemos los frutos de lo que otros fueron plantando en la Transición y antes.

P. ¿Encaja bien en el triángulo autor-director-gestor?

R. Sí, todo el trabajo que hago en el CDN como gestor entronca con las preocupaciones e inquietudes mías como autor y director.

P. ¿Cuáles son esas preocupaciones?

R. Crear una dramaturgia e historias que den voz a lo que vive y atañe a la sociedad española. Atravesamos un momento en que contemplamos el pasado de silencio. Autoimpuesto y obligado. Debemos fijarnos en eso: adentrarnos en los tabúes. El de la violencia, las mentiras, las traiciones. En hablar de lo que no se podía antes porque creaba malestar.

P. ¿Nacer en Pamplona supone ser de Pamplona toda la vida allí donde uno caiga?

R. Pues sí. Además es un cruce. Cuando pienso en mi ciudad, destaco los alrededores. Un entorno geográfico que comparte una manera y una forma de vivir con San Sebastián, Logroño, Francia, Aragón…

P. ¿Ha corrido delante del toro?

R. En concreto, delante de una vaca. Y cuando vi ese filo del cuerno me aparté y no lo quise sentir más.

P. ¿Molesta el tópico?

R. Me molesta que digan de nosotros que somos burros. No me siento nada identificado. Somos gente fina. Abunda mucho más la gente fina.

P. ¿Es profeta en su tierra?

R. Sí, además voy mucho. Me dicen que en algunas obras mías ellos identifican el carácter. Allí y en todos sitios pongo el oído. La oralidad es fundamental para la escritura. El habla y la música. La escritura es un acto físico. Como decía Umbral: la sensualidad de darle a la máquina.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_