Instantáneas de las lecciones perdidas en la guerra de Siria
En 2011, tras la Primavera Árabe, comenzó en Siria una guerra civil. En los 13 años que duró la contienda, más de 7.000 escuelas han sido dañadas o destruidas y casi dos millones de niños han tenido que abandonar el sistema educativo. Hasta hoy, nueve meses después de la caída de Bachar el Asad, la población infantil vive amenazada por los artefactos sin detonar y cada día deben esquivar los explosivos para sobrevivir

Catorce años después del inicio del conflicto, Siria enfrenta múltiples crisis que amenazan con hipotecar su futuro. Entre las ruinas del silencio y las promesas de reconstrucción, el país carga con las secuelas de un conflicto que, aunque ya no truena en los cielos, sigue resonando bajo los pies y en las aulas vacías. Lo que la violencia dejó atrás —infancias rotas, escuelas colapsadas, tierra sembrada de muerte— sigue marcando el pulso de cada día.
Casi tres millones de niños están fuera del sistema educativo. Las escuelas, si no fueron bombardeadas, quedaron sin maestros ni libros. Mohamed perdió un año de clases y tuvo que mudarse tres veces tras la destrucción de su casa. Rawan Shogri, maestra pese a todo, enseña sin materiales, con un salario que no alcanza, pero con la convicción de rescatar lo que alguna vez fue uno de los sistemas educativos más sólidos del mundo árabe.
Y mientras tanto, la tierra sigue armada. En calles y campos, los restos del conflicto permanecen bajo la superficie: minas, bombas sin detonar, fragmentos de una guerra que no termina de irse. En solo tres meses, al menos 188 niños murieron o resultaron heridos por explosivos, un promedio de dos niños por día. Zain, de 13 años, recogió un objeto brillante de camino al fútbol. Ahora carga con una herida que no se ve, pero que le cambió la vida. Basima, de 11 años, perdió a su padre en el conflicto cuando tenía solo dos. Ahora aprende a identificar los peligros ocultos en el suelo que ella y sus hermanos pisan cada día.
Siria avanza sobre terreno inestable, no solo por las minas. Con señales de apertura internacional aún tímidas y el levantamiento de sanciones todavía por concretar, el país camina entre los restos de un régimen agotado y la amenaza persistente de grupos extremistas que ven en la reconciliación una traición. Los vestigios de la guerra se manifiestan por todas partes en el país: estatuas decapitadas, murales acribillados y nuevas banderas ondeando sobre ciudades transformadas. Las armas han callado, pero los desafíos persisten. Su sombra sigue pesando sobre el presente de millones de personas, especialmente los más jóvenes, cuyo futuro aún está por reconstruirse. La guerra se fue. Lo que dejó atrás, todavía no.










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