Teletrabajo, comida a domicilio, maratón de series… ¿Nos estamos volviendo más asociales?
Si abusamos de planes caseros corremos el riesgo de quedarnos aislados

Cada vez más personas caminan por la calle absortas en sus teléfonos móviles. Sabemos más sobre Trump que sobre lo que les sucede a nuestros amigos. La comunicación con los vecinos se reduce, y somos incapaces de entablar conversaciones con extraños en el metro o en el tren. Un artículo de The Atlantic describe cómo, en EE UU, las personas están adoptando un comportamiento cada vez más asocial. La gente trabaja más desde casa, pasa más tiempo frente a las pantallas, sale menos con los amigos, va menos al cine e incluso tiene menos citas. Además, prefieren pedir comida a domicilio en lugar de comer fuera, y la soltería ha aumentado, al igual que el tiempo dedicado al autocuidado en lugar de a ayudar a otros fuera del círculo familiar cercano. La conclusión es clara: la soledad autoimpuesta podría convertirse en uno de los problemas sociales más relevantes del siglo XXI.
En España, los datos reflejan una tendencia similar: más tiempo en casa, un uso intensivo de dispositivos digitales y un cambio en las formas tradicionales de socialización. Esto plantea el riesgo de un aislamiento voluntario creciente. En los últimos 50 años, el número de personas que viven solas se ha multiplicado por ocho, y se espera que esta cifra siga aumentando. Al mismo tiempo, la tasa de soltería, a menudo no deseada, y la disminución de la natalidad continúan al alza. También se ha observado una preferencia por deportes más solitarios y un descenso de la socialización fuera de casa, en parte debido a los cambios provocados por la pandemia y la creciente inclinación hacia el ocio doméstico.
La principal causa de esta creciente soledad autoimpuesta y el comportamiento cada vez más asocial parece ser el uso intensivo de la tecnología. Ver series en plataformas, vagar por Tinder o entretenerse con videojuegos se han convertido en actividades predominantes. Los adultos somos susceptibles de quedarnos pegados al móvil, lo cual proporciona satisfacciones efímeras. Las interacciones a través de redes sociales a menudo sustituyen las conversaciones cara a cara o las llamadas telefónicas, lo que nos priva de la verdadera intimidad, la que se da cuando interactuamos en persona, cuando nuestras neuronas espejo se sincronizan.
Así, se crea una paradoja: aunque un cierto nivel de aislamiento puede ser saludable, muchas personas no responden a las señales biológicas que indican que el aislamiento excesivo es perjudicial. Es decir, no reaccionan a la señal evolutiva que nos advierte que pasar demasiado tiempo a solas es dañino y que lo mejor es salir y conectar con otros. Muchas personas creen que no están solas, pero en realidad sí lo están. Se han convertido en seres que prefieren su hogar como un espacio privado donde no hay intromisiones. Este fenómeno puede llevar a la desconfianza hacia los demás, al miedo al compromiso o a buscar el aislamiento como un refugio emocional.
Las razones de este comportamiento, ya sean conscientes o no, son diversas. A veces es más fácil evitar que afrontar. En otras ocasiones, quedarse en una conversación superficial por el móvil es más cómodo que adentrarse en una conversación profunda. El miedo al rechazo paraliza a muchos, más que el deseo de conectar. A veces, la sobrecarga emocional y el estrés del día a día nos lleva a buscar un retiro, un espacio de desconexión en un mundo sobrecargado de estímulos. Laura Coll-Planas, de la Universitat de Vic-Universitat Central de Catalunya, señala en un artículo cómo la desconfianza social fomenta esta tendencia a elegir el aislamiento en lugar de arriesgarse a interactuar. Este aislamiento opcional, en muchos casos, no responde a una justificación racional ni se toma de manera consciente, sino que, a menudo, tras conflictos, las personas, desilusionadas, optan por retirarse del mundo.
Sin embargo, el problema es que muchas de estas personas no desean realmente estar solas; más bien, están siguiendo las ideas impuestas por una cultura del individualismo. En la sociedad actual se promueve la idea de que “lo mejor es estar solo” o la de que “no necesitas a nadie”. Este énfasis en el autocuidado excesivo ha creado la creencia de que la dependencia y el compromiso son innecesarios.
Lo que necesitamos es lo opuesto: interactuar con los demás, exponernos a situaciones que nos confronten y nos frustren para crecer. Es momento de volver a la complejidad de las relaciones sin caer en la simplificación de las relaciones virtuales; volver a la complejidad con todo lo que implica, como saber manejar la frustración, los desencuentros y los conflictos. No podemos esperar que esto suceda si elegimos pasar demasiado tiempo solos en casa. Al hacerlo, nos estamos perdiendo oportunidades valiosas, incluso de felicidad.
Las relaciones sociales nos protegen del estrés crónico. Necesitamos recuperar los hábitos sociales, como salir a caminar con los amigos, hacer deporte en grupo, hablar con los vecinos, mirarnos en el metro, hacer voluntariado, divertirse con juegos de mesa, tejer en compañía y, sobre todo, vernos cara a cara, mirándonos, sonriendo, hablando de lo cotidiano, de lo que nos importa, conversar. Todos necesitamos sentir que somos parte de algo más grande, ya sea en el ámbito social o comunitario. Nuestra familia, amigos y compañeros de trabajo dependen de nosotros. Y nosotros de ellos.
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