Los artesanos escoceses del ‘tweed’: los otros inmortales de las Highlands
Los artesanos escoceses que mantienen la llama de la tradición textil de su país tienen en la moda de lujo un aliado para preservar un legado en peligro de extinción. Dior les brinda ahora su poder de marca con el que continuar su historia
En las Hébridas Exteriores se hila en casa. A mano. Una labor doméstica, ancestral, de la que aún depende buena parte de la economía del archipiélago agolpado a unos 60 kilómetros de la costa occidental de Escocia. Allí, tejer la lana de la cabaña ovina local, raza cheviot, siempre ha sido cosa de familia; instinto de supervivencia primero, comercio próspero después, un saber hacer revelado de generación en generación desde que haya noticia en este rincón atlántico esculpido por vientos de todas las velocidades, en cualquier época del año.
Hay más ovejas que personas en tan inhóspitas islas, cuentan, paciendo a sus anchas sin mayores intromisiones humanas que el momento del esquilado. De la lana cruda, genuino vellocino de oro del lugar, resultan unas hebras que, teñidas con pigmentos vegetales (líquenes, flores silvestres) y retorcidas entre sí, forman un hilo áspero pero elástico, cálido, resistente y prácticamente impermeable (el poder de la pelusa). Sentados ante el telar de hierro, pisando los pedales alternativamente, los artesanos no pierden de vista las lanzaderas que van disparadas de un lado a otro con ritmo acelerado y constante, tejiendo entre 700 y 1.400 hilos. Es un trabajo solitario y, aunque mecanizado, de dureza proverbial, como el producto finalizado: una tela de característica urdimbre y trama diagonales conocida como sarga. Twill, la llaman en inglés, pero por un error de lectura/comprensión en el etiquetado de una partida destinada a un sombrerero de Londres en la que aparecía por su apelativo escocés, tweel, el mundo ha terminado conociéndola por tweed, según el río homónimo cuyo curso vio florecer una vez la industria textil de las Highlands. En 2026 se cumplirán dos siglos del hallazgo.
La isla de Harris y Lewis, la mayor de las Hébridas Exteriores, tiene para el caso su propio término en gaélico, que allí se habla más que el inglés oficial. An clò mòr, la gran tela, le dicen, dejando constancia nominal de la importancia del tweed para el archipiélago (desde hace un par de años, la BBC emite una serie con el mismo título sobre las tribulaciones de una familia de tejedores locales, los Macsween). “Es la forma en que los isleños describimos nuestra industria, y creo que es una buena descripción, en tanto que es como se nos percibe. La realidad, sin embargo, es la opuesta. Sí, gozamos de una denominación de marca muy famosa, pero la fama no siempre va pareja al tamaño y la escala. El nuestro es un negocio textil muy pequeño y frágil, que depende de una producción exigua, de unos pocos metros de tela enteramente tejida a mano”, revela Margaret Macleod, directora ejecutiva de Harris Tweed, la mayor proveedora del celebrado tejido, común a plebeyos y realeza, destinado lo mismo al vestir casual que al deportivo-cazador o el de estándares de costura exquisitos.
“Las Hébridas Exteriores tienen alrededor de 20.000 habitantes, así que como fuerza laboral resulta bastante inferior al resto del país. Ahora mismo, nosotros somos el mayor empleador privado, con 70 puestos de trabajo directos en la fábrica donde se finaliza el proceso, algo imposible por otro lado sin los 120 artesanos domésticos oficialmente registrados que empleamos de manera indirecta, hilando la lana y tejiéndola a mano en sus casas. Más que una empresa, actuamos como una comunidad”, continúa Macleod.
Responde desde Londres, donde se encuentra invitada por The King’s Foundation para participar en los fastos del décimo aniversario de Future Textiles, iniciativa del actual rey, Carlos III, cuando aún era príncipe de Gales para incentivar el trabajo en la industria textil británica a través de programas educativos y formación técnica. Una celebración que coincide, además, con la del mes de la lana (octubre) en el Reino Unido. Entre tanta institucionalidad, se da la circunstancia de que el tweed de la isla de Harris es el único tejido protegido como marca registrada por ley, aprobada en el Parlamento británico por primera vez en 1909 y enmendada en el acta de 1993 que estableció la Harris Tweed Authority, organismo estatuario que vela por la salvaguarda del nombre, la calidad y la reputación del Harris Tweed. “Hecho de pura lana virgen teñida e hilada en las Hébridas Exteriores, tejido a mano por los isleños en sus hogares en las Hébridas Exteriores y terminado en las factorías de las Hébridas Exteriores”, reza la salmodia legislativa. Como certificado, en las telas se imprime el distintivo Harris Tweed Orb, símbolo/logo en forma de orbe regio con la cruz de Malta. La directora ejecutiva insiste, eso sí, en que no se trata de posesión comercial alguna: “La única propietaria de este certificado de marca, el más antiguo en uso continuado en el país, es la autoridad, que representa a la comunidad y de la que emana el poder específico para controlar nuestra producción textil, que no es tarea fácil”. Se refiere, entre otras problemáticas como la despoblación, a esa década de crisis, entre 1990 y la primera década de 2000, que le costó a la industria isleña dos generaciones de artesanos tejedores. “Hemos ido recuperándonos poco a poco, intentando que no se pierda la técnica”, continúa. “Aunque también se puede aprender en la fábrica, este es un saber hacer intergeneracional, transmitido sobre todo en familia”. Con Dior de repente al quite, quizá ahora lo tengan un poco menos complicado.
Favorecida por la ociosa nobleza de jara y sedal (el mismo Harris Tweed le debe su prosperidad a lady Catherine Murray, condesa de Dunmore, desde mediados del siglo XIX), la sarga escocesa es por supuesto uno de los tejidos favoritos de la alta costura y del prêt-à-porter de lujo tiempo ha. En la colección Crucero 2025 de Dior no solo luce fenomenal, sino que además recibe por fin un tratamiento estelar que ensalza y glorifica su origen con nombre y apellido. Tal es el empeño de Maria Grazia Chiuri, la directora creativa de la división femenina de la casa parisiense que, desde su acceso al cargo en 2016, ha convertido la línea Crucero —colecciones no estacionales, fuera de temporada, comercializadas de mediados de otoño a finales de invierno— en un laboratorio de investigación sociocultural enfocado especialmente en las distintas tradiciones artesanas de los lugares que la inspiran.
“Las colecciones Crucero son una invitación al viaje. Esa es la idea. La cuestión es cómo la interpretas. En mi caso, es el viaje como conocimiento: de un territorio, de las personas que lo habitan y los artistas que expresan su creatividad. La belleza del viaje está en el encuentro”, le contaba a este periodista cuando su periplo recaló en Sevilla, en 2023. “Me gusta definir estas colecciones como proyectos comunitarios, en los que participan diferentes creadores que nos enseñan lo distintos que somos. La moda posee la capacidad de abrirnos los ojos a otras realidades, sobre todo a través de la artesanía. Hacer visible esta circunstancia ayuda al intercambio y al enriquecimiento”, concedía, antes de concluir: “El problema es que, si no hay consciencia del significado sociocultural, se corre el riesgo de perder ciertas tradiciones, ese savoir faire que es un valor de pertenencia. A veces, nos cuesta reconocerlo simplemente porque, como se trata de cosas que ves todos los días, lo asumes como normalidad. Hasta que viene alguien de fuera, que confronta tu realidad, y te hace comprender que es excepcional”.
Chiuri tiene a su servicio un departamento cultural en Dior que ayuda al equipo creativo a llevar a buen puerto estos proyectos, que no colecciones, “porque profundizan sobre cuestiones históricas, sociales y artísticas de cada lugar”. Localiza a los artesanos en función de las técnicas y formaliza la visita previa a sus talleres para ver qué tipo de colaboración se puede establecer, pensando tanto en el trabajo en el estudio como en la producción posterior, que hay que cumplir unos tiempos. “A partir de ahí, hacemos una selección basada en la excelencia, no en el precio, en aquello realmente único. Es mi manera de celebrar la convivencia, la unión”, explica la diseñadora romana.
Para esta incursión escocesa, que toma como referencia aquel viaje de Christian Dior a Perthshire, en 1955, y que se presentó de nuevo en fastuoso desfile en los jardines del castillo de Drummond a principios del pasado junio, ha contado con la aportación extra de la periodista y escritora Justine Picardie, amiga y colaboradora habitual de la firma, cuyo conocimiento de causa posibilitó, por ejemplo, la participación de Harris Tweed. “Como productores y proveedores de tejidos de alta calidad para la moda, somos viejos conocidos del sector, pero que alguien del alcance de Maria Grazia Chiuri decida saber tu historia y entender tu proceso en persona supone una oportunidad magnífica para poner el foco en nuestra labor”, admite Chris Gaffney, director ejecutivo de Johnstons of Elgin, otro de los protagonistas artesanos de la última travesía de Dior.
Con cuartel general en el viejo burgo real de Elgin, en el borde septentrional de las Tierras Altas en su día referido como el Faro del Norte por su catedral, Johnstons of Elgin alardea de casi dos siglos y medio de historia textil. Emblema del “hecho en Escocia” desde 1797, hoy es un moderno negocio que desarrolla también su potencial creativo con una colección propia de prêt-à-porter para el mercado global —en España puede comprarse en los principales grandes almacenes— y lo hace, encima, con la distinción de Corporación B, el certificado empresarial que garantiza unos estándares rigurosos de responsabilidad, transparencia e impacto social y ambiental.
“A las firmas de lujo les encanta trabajar con nosotros no solo por la calidad excepcional del producto, sino además por la trazabilidad de nuestro sistema. Todo, desde el origen de la fibra hasta su hilado y tejido, pasando por las condiciones laborales de los empleados, está sujeto a un riguroso examen”, expone Gaffney. La compañía que dirige es una pionera en la medición y el control del consumo de agua y en la implementación de la energía solar fotovoltaica en sus instalaciones, que divide entre la factoría de Elgin (donde se encuentran los grandes telares y se produce el grueso textil) y la de Hawick, más al sur, en la que se realizan las prendas de punto en cachemir. Allí se confeccionaron, precisamente, los jerséis de la colección Crucero 2025 de Dior, uno con el característico estampado de rombos escocés (argyle) y otro ilustrado con un mapa de la región salido de los archivos de la empresa. “Tenemos una gran biblioteca, con muestras de tejidos que datan de 1850 e infinidad de libros que dan cuenta de nuestra experiencia a lo largo de estos 227 años. El equipo de Dior descubrió el mapa en cuestión, que data de la década de 1930 y se utilizaba en realidad con fines publicitarios, para que los compradores estadounidenses pudieran ubicar los principales centros textiles escoceses”, explica el director ejecutivo de Johnstons of Elgin a propósito de la elección del motivo. “Es una pieza artística, porque es una obra del ilustrador Robert Burns a petición de Eddie Harrison, el primer propietario de la empresa tras su venta por parte de la familia fundadora, los Johnstons. Y posee un valor sentimental, un tanto luctuoso, en tanto que testimonio de una grandeza textil en peligro de extinción”.
Para preservar esa orgullosa tradición, Johnstons of Elgin ha emprendido un muy personal programa educativo, en colaboración con el Gobierno escocés, que forma a las nuevas generaciones en la técnica textil. “Los llamamos aprendices modernos, que luego se colocan como empleados cualificados. Ahora mismo, tenemos alrededor de una treintena. Estrecharles la mano cuando acaban y comprobar el impacto que produce en ellos nos da una satisfacción inmensa, porque sabes que has pasado la antorcha y que ellos, a su vez, la pasarán a los que vengan después”, dice Gaffney, por otro lado consciente de que la situación actual de un sector que depende de los vaivenes del mercado no pasa por su mejor momento: “Lamentablemente, hemos tenido que despedir a algunos trabajadores el mes pasado debido a la desaceleración de la economía del lujo, una decisión en extremo difícil dado el carácter familiar de la empresa. Pero creo que el momento puede ayudar a que los grandes conglomerados comprendan que la sobreproducción resulta insostenible y que es preciso volver a unos patrones de crecimiento normales, enfocándose en los mayores estándares de calidad y servicio”.
Para el caso, el de la recesión del lujo no es el único contratiempo: la disminución en los pedidos de indumentaria tradicional afecta igualmente a compañías como Robert Mackie, la centenaria sombrerería de Stewarton, al sureste de Escocia, que hace un par de años tuvo que dejar de producir el Glengarry, el típico gorro de la milicia gaitera, en su factoría. Stephen Jones, sombrerero jefe de Dior, la ha elegido para poner la guinda a la colección Crucero 2025 con una reinterpretación del clásico bonete Balmoral, la boina ribeteada en damero blanquirrojo y tocada con pompón. “Antes que un encargo, para nosotros ha significado una genuina colaboración, un intercambio de experiencias y conocimiento. En la empresa hay empleadas que llevan haciendo tocados desde hace más de 40 años”, dice Chelsea Colman, la joven jefa de ventas de Robert Mackie, que para perseverar en el negocio comercializa una colección de accesorios de punto contemporánea. “Aunque deteste exponerlo así, lo cierto es que hay una fuerza laboral cada vez más envejecida, pero estoy detectando un cambio de actitud entre las nuevas generaciones, atraídas quizá por esta parte más creativa ensalzada en movimientos como el de Dior”, concluye. La inmortalidad de la artesanía va a ser esa.
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