Camille Miceli: “Hay que recuperar la idea de vestirse por placer”
Hija de una familia ligada a la moda, la diseñadora parisiense ha creado algunos de los accesorios más famosos de las últimas dos décadas. Desde 2021 es la directora creativa de Pucci, donde está renovando el legado de una casa asociada al hedonismo. La modelo Brooks Baldwin posa con la colección de Miceli para este otoño-invierno
No había cumplido la mayoría de edad y ya trabajaba a las órdenes de Azzedine Alaïa como becaria: “Mi madre era estilista, fue la estilista de Guy Bourdin durante años, y mi padre era editor de libros de arte. Supongo que no me quedaba otra opción”, bromea. Camille Miceli (París, 1972) pertenece a esas familias parisienses que se consideran aristocracia dentro de la moda, mujeres que llevan melenas largas y aparentemente despeinadas (como la suya), que visten con prendas básicas y accesorios de lujo y que comen, cenan y meriendan a diario con diseñadores, estilistas y demás creativos de nivel. Pero Miceli no quería diseñar. Estudió Economía y, con veintipocos, sin saber muy bien a qué se quería dedicar, acabó en Chanel gestionando agendas ajenas y organizando eventos. Hasta que unos años más tarde, en 2000, Marc Jacobs, director creativo de Louis Vuitton durante el cambio de siglo y quizá el diseñador más famoso en aquel momento, dio un giro a su vida: “Yo trabajaba en comunicación para la marca, y un día me dijo: ‘Camille, deberías ponerte a hacer joyas, creo que tendrías talento diseñando’. Recuerdo que diseñé unos pendientes, gustaron, y me convertí en diseñadora casi sin darme cuenta. Sin Marc no estaría aquí, yo sola no me habría atrevido a dar el salto”, rememora. Tras un breve paso por el departamento de joyería de Dior durante la era de Raf Simons, volvió a Louis Vuitton en 2014 junto a otro de sus amigos, Nicolas Ghesquière, es decir, se encargó durante siete años de supervisar todos los accesorios de la firma que más accesorios de lujo vende en el mundo. Era cuestión de tiempo que Camille, cuyo talento para crear complementos superventas era un secreto a voces, ascendiera a directora creativa de una gran firma: “Toda mi vida he diseñado accesorios; pasar a crear también prendas siempre me pareció un reto, pero luego me di cuenta de que si tienes una idea clara de lo que quieres hacer con el producto te acaba saliendo de una forma más o menos natural”, explica.
Ocurrió en 2021, cuando el conglomerado LVMH (dueño de Louis Vuitton y Dior, es decir, de las firmas para las que la diseñadora llevaba dos décadas diseñando) se hizo con el control absoluto de Pucci. La empresa relevó a la hija del fundador, Laudomia Pucci, de la dirección ejecutiva y de imagen (hoy gestiona el archivo familiar) y contrató a Miceli para elevar la marca, que llevaba más de una década dando palos de ciego en cuestiones de estilo, con varios directores creativos (algunos de prestigio, como Christian Lacroix o, más recientemente, Massimo Giorgetti) que no pasaban del año en la empresa. “Hemos encontrado a la diseñadora correcta y la dirección correcta. Ahora toca apretar el botón”, declaró Sidney Toledano, entonces director ejecutivo de LVMH, cuando se produjo el nombramiento.
Lo primero que hizo Camille al llegar a Pucci fue pedirle al equipo que volviera, literalmente, al pasado: “Esta marca va de estampados, así que les pedí que volvieran a dibujarlos y a hacerlos a mano, como al principio. La mano es humanidad, la máquina resta emoción al proceso”, comenta, “ahora más que nunca hay que recuperar la autenticidad, y eso también incluye la idea de vestirse por placer”. Bien lo sabe Miceli, que durante años ha protagonizado cientos de imágenes de streetstyle por su estilo audaz y sofisticado. Fue de las primeras, por ejemplo, en lucir las prodigiosas piezas (y los zapatos esculturales) del Balenciaga de Nicolas Ghesquière.
El tándem marca-diseñadora es perfecto. Porque si hay algo que define a Pucci es el hedonismo. Fundada en 1947 por el marqués florentino Emilio Pucci, durante los años sesenta y setenta, representó la libertad de movimientos y la ligereza que definen a ciertos círculos de las clases altas. El fundador, expiloto y esquiador de élite, comenzó haciendo trajes técnicos de esquí estampados, pero pronto alcanzó la fama con vestidos fluidos y cómodos, decorados con motivos psicodélicos y otros de inspiración renacentista que pronto hicieron las delicias de Jackie Onassis, Marisa Berenson, Sofia Loren o Marilyn Monroe, quien fue enterrada con uno de sus diseños. Durante más de 20 años, aquellos reconocibles vestidos fueron sinónimo de viajes en yate, escapadas a Marrakech o paseos por la Costa Azul, algo así como el uniforme del verano perpetuo. “No viví esa época, pero quiero rescatar su libertad, esa actitud despreocupada”, comenta Miceli, “porque esa actitud además se puede trasladar a la moda de muchas formas y creo que es importante hacerlo ahora, que todo parece más homogéneo. Hay que hacer cosas atrevidas. Emilio fue de alguna forma el gran modista de la alta sociedad italiana. Yo quiero mantener otro tipo de exclusividad porque quiero ser inclusiva, es decir, diseñar para más gente pero siempre para gente con algo que decir”, comenta Camille. De hecho, aunque sigue siendo una marca de lujo, los precios de Pucci desde su llegada, de los 300 a los 1.000 euros, son relativamente accesibles comparados con los de sus competidoras, que casi siempre alcanzan las cuatro cifras. Aunque, obviamente, dado el legado que maneja, su perfil de comprador es bastante específico. “El otro día estaba comiendo en Milán y había una señora con un pucci. Se la reconocía al instante, ella estaba a lo suyo pero mucha gente la miraba, y eso me encanta, que esta marca dice mucho de la persona que decide comprar en ella”, dice.
Pensar en Pucci es pensar en túnicas de colores ácidos y estampados que hacen aguas (el bautizado como Marmo print, quizá el más icónico de sus archivos), pero lo cierto es que Emilio Pucci fue pionero en utilizar tejidos técnicos como el nailon o la licra en la fabricación de prendas de lujo. Ahora puede ser habitual; sin embargo, en los años cincuenta y sesenta no lo era en absoluto. La intención del fundador (como la de Mary Quant al crear la minifalda 10 años más tarde) era facilitar los movimientos a las mujeres, que entonces aún cargaban, literalmente, con estilos heredados del new look de Christian Dior: cintura de avispa, hombros armados y metros de tela en la falda. Pucci también fue el primero en mezclar moda y deporte de forma explícita. De hecho, sus primeras creaciones fueron monos de esquí, más coloridos y menos aparatosos que los de la época: “Utilizo los estampados de Emilio siempre, pero no miro demasiado al pasado. Creo que es mejor tomar esos motivos gráficos que él ideó y jugar con siluetas de ahora. Esa también, en realidad, fue una actitud muy suya, la de querer ser muy actual”, explica Miceli mientras muestra su nueva colección de otoño-invierno, titulada Parade, donde las prendas negras funcionan como un fondo sobre el que se despliega la gráfica de la casa ya sea en pequeños detalles o en leggings, pañuelos y bolsos. De plumíferos a vestidos de punto, de minifaldas a jerséis, hay prendas para todos los gustos, estilos y generaciones: “Eso es lo que más me gusta hacer, quiero que la ropa tenga carácter pero no tenga edad”, dice.
En estos tres años, Miceli ha logrado que las nuevas damas Pucci abarquen de Beyoncé a Isabella Rossellini o Amelia Gray, la top model de la era de TikTok, pero también ha logrado algo más difícil aún: que el grupo LVMH le deje hacer desfiles fuera del calendario oficial de las semanas de la moda y que, además, le permita seguir el modelo see now buy now, es decir, la colección se pone a la venta inmediatamente después y no tras los seis meses de rigor que suelen mediar de la pasarela a la tienda. A día de hoy, es la única marca de lujo que lo hace: “Es lo que tiene más sentido”, opina, “al final Pucci tiene mucho que ver con las experiencias, está muy ligado a momentos y estaciones, así que para mí lo más lógico es lanzar el verano en verano y el invierno en el invierno”, explica. Para reforzar su idea del lujo experiencial, tampoco hace desfiles al uso, sino encuentros exclusivos, por ahora anuales, en lugares como Capri o Roma. Allí acude un muy selecto grupo de celebridades, pero también clientas o rostros menos conocidos, poca prensa y poquísimos influencers. Todos pasan un par de días de inmersión en la marca y la colección, “porque me parece importantísimo crear comunidad”, explica. “Antes mencionaba que esta es una marca que dice mucho de quien la lleva, así que creo que esta forma de presentar las colecciones pone en valor a la gente cercana a Pucci. Además, aunque hagamos contenido en redes sociales, como todas las marcas, no todo tiene que ser consumo digital”, opina; “ahora mismo es muy importante lo presencial, lo auténtico… lo memorable”.
Es más, Miceli cree que esta estrategia, que convierte el desfile en una minivacación con prendas que se pueden adquirir de forma inmediata, es un paso necesario para la meta que se ha impuesto a medio plazo: “Quiero que, por primera vez, Pucci también se contemple como una marca para el invierno”, comenta convencida. El reto es difícil, dado que se trata de una enseña que, pese a nacer del esquí, está intrínsecamente ligada en la mente de todo el mundo a las prendas estivales, pero no imposible.
Aunque se desconocen las cifras exactas de ventas dado que el grupo nunca desglosa su facturación por marcas, LVMH, por el momento, apoya la idea: en estos tres años, además de mantener sus tiendas en las principales capitales, ha abierto córneres de la firma en los principales centros comerciales del mundo (La Rinascente de Milán, Le Bon Marché de París o Isetan de Tokio, entre otros) y la oferta de prendas, accesorios y gafas ha sumado el lanzamiento este pasado agosto de una línea de maquillaje en colaboración con otra de sus marcas, Guerlain. Y Miceli cree, de hecho, que este es el momento propicio para que Pucci deje de ser la firma del verano eterno y se convierta en una enseña que predica el hedonismo en cualquier época o circunstancia: “Ya no importan tanto las grandes tendencias, tampoco las convenciones. Ahora vuelve a haber un deseo de autenticidad, de expresarse de forma individual a través de la moda y no tomársela tan en serio que encaja mucho con esta filosofía”.
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