Andrés Iniesta en Emiratos Árabes: la recta final
Recién cumplidos los 40 años, el autor del gol más importante en la historia del fútbol español, el volante del Barça que hacía sencillo lo imposible, vive los que pueden ser sus últimos días como futbolista. Compartimos con él partido, entrenamiento y confesiones en Ras al Jaimah
Sostienen los grandes creadores —literatura, pintura, música, cine y de ahí en adelante— que tan complicado como la idea es el descarte y que lo más difícil es hacer que lo difícil parezca fácil. Nos gusta contemplar la maravilla, pero para eso hace falta que su autor sepa traducirla a nuestro lenguaje de pobres diablos. Por ejemplo, un avance que parece lento, un regate que parece banal, un pase que parece evidente.
Son las cuatro de la tarde y Andrés Iniesta está metiendo los pies en el agua del golfo Pérsico. Va en bermudas y camiseta y camina pensativo por la playita privada de un resort de lujo en Ras al Jaimah, uno de los siete emiratos que conforman el Estado de los Emiratos Árabes Unidos. El exvolante del Barça, el tipo menudo, tímido y pálido que puso patas arriba un país marcando aquel gol en Sudáfrica rozando el toque de campana y haciendo otro contra el Chelsea en Stamford Bridge metiendo a su equipo in extremis en la final de la Champions, el futbolista que parecía no estar aunque estaba siempre y aparecía en los momentos clave, se vino a vivir aquí con su esposa, Anna Ortiz, y sus cinco hijos (Valeria, Paolo Andrea, Siena, Romeo y Olimpia) en agosto del año pasado. No lo hizo como uno más de los millonarios o supermillonarios árabes, chinos, rusos o británicos que cada año buscan en el emirato del jeque Saud bin Saqr al Qasimi la ultimísima versión del ultralujo. Ras al Jaimah compite de manera creciente con Dubái y Abu Dabi en la opción del turismo de altísima gama. Tampoco se instaló Iniesta como uno más de los 400.000 habitantes de este pequeño territorio incrustado al norte de la península Arábiga e independizado del Reino Unido en 1971. El antiguo “8″ del Fútbol Club Barcelona aterrizó aquí el pasado verano tras unos meses de incertidumbre y después de una salida agridulce de su anterior equipo, el Vissel Kobe japonés. Iniesta fichó de manera sorpresiva por el Emirates Club, un conjunto que lleva unos años ejerciendo de ascensor entre la segunda división y la Pro League, la Liga profesional emiratí.
Visitamos a Andrés Iniesta en Ras al Jaimah para saber un poco más acerca de su nuevo destino profesional. Acerca del que, salvo sorpresa mayúscula, será su último destino futbolístico. El jugador cumplió ayer mismo, 11 de mayo, 40 años. La biología es la biología. Y aunque se somete a intensivas sesiones de inducción miofascial con el fin de aportar capacidad de trabajo al tejido blando a manos de su fisio personal, el extremeño Fernando Macarro, él sabe que, pese a todos los cuidados del mundo, los límites de la alta competición no pueden estirarse como chicles. Ni siquiera en un país tan exótico y pobre futbolísticamente hablando como los Emiratos. Iniesta firmó por una temporada. El Emirates Club figura como penúltimo clasificado en la Pro League, a nueve puntos de la salvación en el momento de redactar estas líneas y cuando faltaban tan solo ocho partidos por disputarse.
Sentado frente al mar, el de Fuentealbilla reflexiona pausadamente sobre su presente y su futuro, sabedor de la realidad que aguarda a corto plazo: una vida sin vestir de corto para alguien que no ha hecho otra cosa que jugar al fútbol desde los 10 años: “Hay días en los que el cuerpo me dice ‘basta’. No tanto cuando estoy en el campo, porque sigo disfrutando cuando entreno y cuando juego, sino en el antes y en el después: cuando pienso que tengo que hacer tratamiento cada día para estar en buenas condiciones, cuando pienso que en vez de estar tirado en el sofá con mis hijos tengo que pegarme hora y media en la camilla, cuando veo que el equipo no va bien… o cuando en verano tienes que ponerte a entrenar a 42 grados y con una humedad salvaje como ocurre en los Emiratos…, eso, si no lo has vivido, no te lo puedes ni imaginar. Hay un cúmulo de cosas que hacen que si antes había al mes cinco días en los que pensaba ‘ya está bien’, ahora hay quince”.
Habrá un día en que yo me diga a mí mismo ‘Ya está'. Será pronto. Si no este año, el año que viene.
—¿Y cuándo habrá caído en la cuenta de que tiene que dejarlo?
—Pues habrá un día en que yo me diga a mí mismo “ya está”. Y será entonces. Cuando los “no puedo más” ganen a los “sí puedo”.
—¿Tiene un pronóstico para eso?
—Será pronto. Si no es este año, el año que viene.
El 27 de abril de 2018, Andrés Iniesta, que había firmado con su club de toda la vida un contrato vitalicio, se sentó en la sala de prensa del FC Barcelona, destapó una botella de agua y, con lágrimas en los ojos, desgranó las palabras fatídicas: “Siendo honesto conmigo mismo y con el club que me lo ha dado todo, entiendo que mi etapa acaba este año por el simple hecho de que este club que me acogió con 12 años se merece todo lo mejor de mí, como he hecho hasta ahora, y entiendo que en el futuro más cercano no podría darle lo mejor de mí en todos los sentidos, tanto a nivel físico como a nivel mental”. Sus compañeros de equipo y los periodistas allí congregados se pusieron a aplaudir.
Uno de los futbolistas más talentosos de su era anunciaba su adiós en la casa a la que había llegado siendo un niño. Y daba ya igual si apenas seis días antes había logrado su 31º título con el Barça, tras una exhibición, gol extraordinario incluido, al aplastar por 5-0 al Sevilla en la final de la Copa del Rey disputada en el Wanda Metropolitano. La segunda despedida llegaría el 20 de mayo, en el partido de Liga contra la Real Sociedad, su última comparecencia en el Camp Nou (1-0 para el Barcelona). De entre los cientos de tifos y pancartas, un cartel desplegado por unos aficionados culés rezaba: Sense tu, no hi ha més futbol (“sin ti no hay más fútbol”). En el minuto 80, Iniesta se abrazó con Leo Messi, le colocó el brazalete de capitán y fue sustituido por… Paco Alcácer, que, casualidades de la vida, comparte camiseta ahora con él en el Emirates Club. El título número 32 llegaría poco después, al conquistar el Barça aquella Liga y lograr así el doblete.
Si me preguntan cuál era mi sueño, pues yo digo que el sueño era retirarme a los 40 años en el Barça
No ha olvidado nada de aquello, al contrario, se diría que lo tiene grabado a fuego: “Si me preguntas cuál era mi sueño entonces, pues yo te digo que el sueño era retirarme a los 40 años en el Barça. Pero tenía muy interiorizado mentalmente que aquella era mi última temporada. A lo mejor por eso mismo hice el partido que hice contra el Sevilla, no se sabe. O igual sí se sabe, ¿no?, yo creo mucho en la energía y en el porqué de las cosas que a veces parecen inexplicables”.
Y Andrés Iniesta hizo las maletas y se fue con su familia a Japón. Lo hizo rumbo al Vissel Kobe, propiedad de su amigo Hiroshi Mikitani, fundador de la macroempresa de comercio electrónico Rakuten. El Vissel Kobe jamás había ganado un título. Iniesta llegó en mayo de 2018 y permaneció allí cinco años. Con él, el equipo conquistó la Copa del Emperador en 2019 y la Supercopa de Japón en 2020, clasificándose para la Champions asiática. Pero el final de la historia no iba a ser el soñado por el futbolista. Postergado en sus planes por el entrenador Takayuki Yoshida, apenas jugó media hora en los 14 partidos disputados entre enero y mayo. Y anunció un nuevo adiós, en busca de otros horizontes y de la posibilidad real de volver a ser titular en un terreno de juego.
El pasado 22 de marzo, un problema con la Hacienda nipona se añadió al debe de la experiencia japonesa de Iniesta, al ser publicada la noticia de que las autoridades fiscales le reclamaban el pago de 580 millones de yenes (unos 3,5 millones de euros) por no haber declarado ingresos durante su estancia en el país. Los abogados de Iniesta emitieron un comunicado asegurando que el futbolista actuó “de acuerdo a la ley” con la Hacienda japonesa, y que de hecho se había producido una doble imposición con las haciendas española y japonesa, que el jugador había satisfecho ambas y que incluso se había producido por su parte “un exceso de impuestos pagados”. Un procedimiento está actualmente en curso y los representantes legales de Iniesta esperan que, según el acuerdo que alcancen España y Japón, se pueda “devolver el exceso de impuestos pagado”.
Pese a los problemas, Japón resultó una experiencia capital en la vida de Iniesta, que la recuerda con emoción a pesar de sufrir allí el peor percance de su vida futbolística: una brutal rotura del tendón del recto anterior del muslo derecho que el jugador acabó superando tras un proceso de recuperación que duró cinco meses: “Tenía claro que aquella era mi última etapa, todo marchaba de maravilla, me trataban genial, y me decía: pues ya está, Barça, Vissel Kobe y se acabó el fútbol. Pero en la última etapa en Kobe, por x o por y, no estaba jugando. Y mi cuerpo me pedía seguir jugando. Y me pregunté: ¿qué hago?, ¿me quedo aquí o intento otra aventura para intentar acabar mi carrera jugando, con otras sensaciones? Y eso fue lo que propició la salida”.
—¿Por qué los Emiratos?
—Porque cuando decidimos dejar Japón visualizamos esta zona del mundo, por no estar tan lejos de casa, por buscar otro tipo de fútbol y de alicientes.
—Un fútbol de más baja intensidad, ¿no? Biológicamente somos lo que somos.
—Sí, más baja intensidad no solo en el fútbol sino en el contexto general. Podría haber otras opciones, otras circunstancias, como la Liga MLS [la Liga de Estados Unidos], pero al final uno entiende que su sitio está ya en otra parte. Y entendí que Emiratos era lo más idóneo para lo que mi familia y yo entendíamos como presente y futuro.
—¿Y qué vida lleva aquí?
—Pues la que he llevado siempre, la verdad. Aparte de entrenar y jugar, estar con mi familia todo el tiempo que puedo, con mi mujer y con los peques.
En realidad, la familia Iniesta-Ortiz vive en Dubái, en una casa a 20 minutos del centro de esta gigantesca y surrealista megalópolis entre el desierto y el mar, “una ciudad que no te acabas nunca”, como él dice. La elección del Colegio Americano de Dubái para sus hijos fue decisiva. Aunque cada día tenga que montarse en el coche y hacer una hora y cuarto de carretera hasta el estadio del Emirates. El campo viene a ser como de un segunda B español, tiene capacidad para unas 4.500 personas, pero la noche en la que acudimos al partido entre el Emirates y el Khor Fakkan no había más de 500 o 600. Las entradas cuestan 20 dirhams, unos cinco euros. No puede hablarse precisamente de un fervor popular para definir el ambiente que rodea los partidos de la Pro League. “Si hago un balance a nivel deportivo, diría que no es lo que esperaba. El cambio está siendo complicado, pero me ciño al mismo objetivo que me puse en Japón: intentar construir algo bueno. Vamos a ver si somos capaces”.
Si hago un balance a nivel deportivo, no es lo que esperaba. El cambio está siendo complicado
Acostumbrado a ganar finales de Champions, ligas, copas y un Mundial, Iniesta no esconde el abismo que media entre un mundo y otro. “El fútbol de aquí y el de allí no tiene nada que ver, ni a nivel de gestión, ni de presión, ni de público, ni de nada. Si en Japón ya me encontré un fútbol que era muy distinto al de la liga española, aquí la comparación es aún mayor. La gente te para por la calle y te da las gracias no por el futbolista que eres, sino por haber elegido su país como destino después de que te vieran jugar por la tele en una época en la que para ellos eras la hostia. La realidad es que vienes a un fútbol que… bueno, solo tienes que ver los estadios. No hay gente. No es como en Europa, aquí les gusta el fútbol, pero lo ven por televisión”.
Son las diez de la noche en el Emirates Club Stadium. Hace 10 minutos que los jugadores han saltado al césped para entrenar. Es el primer día de Ramadán, de ahí el horario tardío (para que a los jugadores les dé tiempo a poder comer algo tras la puesta de sol y digerirlo antes de entrenar). Desde dentro de su abaya blanca, la túnica tradicional árabe, Youssef al Batran, presidente del Emirates, saluda estrechando la mano con fuerza. Mientras contempla las evoluciones de los jugadores, y sobre todo las de su estrella española, comenta: “A nivel simbólico, tener a Andrés es importantísimo para nosotros. No creíamos posible tenerlo aquí, pero ahí está, mírelo. Lo más importante es que, con su llegada aquí, esperamos que nuestras queridas autoridades concedan cada día más importancia a esto del fútbol en nuestro país”.
El anterior intento de los emires de EAU de utilizar el tirón del fútbol como palanca de ingresos comerciales, turísticos y publicitarios fue el proyecto Real Madrid Resort Island, un parque temático con el club blanco como protagonista que tenía que haberse puesto en marcha en Ras al Jaimah en 2013. Finalmente se fue al traste por desacuerdos entre la institución y los inversores. Pero Florentino Pérez se las apañó para reanudar la aventura empresarial de agrandar el tirón de la marca blanca en Oriente Próximo y ya está prevista la apertura en 2025 del complejo Real Madrid World, esta vez en Dubái.
La popularidad de Iniesta flota en el ambiente de su actual club. En la banda, dando gritos, está Walter Zenga. El que fuera portero del Inter de Milán y de la selección italiana entrena hoy al Emirates. Y habla así de su jugador-referencia, no sin sinceridad: “Andrés es un fuera de serie. Escucha, aporta su experiencia y no invade el terreno del entrenador, aunque podría. Es inteligente dentro y fuera del campo. Pero aunque su cabeza sigue siendo joven, el cuerpo del futbolista ya no lo es, y cuando alguna vez tengo que decirle ‘hoy no juegas’, lo llevo fatal”. Ya embocando el túnel de vestuarios, el excompañero de Iniesta en el Barça y actual en el Emirates, Paco Alcácer, se detiene y retrata así al jugador: “Él sigue con la ilusión de siempre, y lo más importante que está haciendo es ayudar a mejorar a los futbolistas de aquí, que es verdad que no tienen la profesionalidad de los europeos”.
Iniesta lo tiene claro: cuando llegue el momento del “ya está”, el único jugador español que salía ovacionado de casi todos los estadios rivales se retirará del fútbol. No será dentro de mucho. Detrás quedará el balance de una carrera irreprochable que arrancó en las plazoletas de Fuentealbilla —su pueblo natal, en Albacete, donde su padre regenta las Bodegas Andrés Iniesta, negocio que comparten y donde elaboran vinos dentro de la denominación de origen Manchuela— y que se cerrará en el golfo Pérsico. “No sé cómo suena esto, pero en el balance no me pongo ningún pero. El fútbol ha sido mi diversión. Lo que yo hacía en el Camp Nou o en cualquier otro estadio es lo mismo que hacía en mi pueblo. Todo ha sido una prolongación de aquello. Llegar a la élite conlleva un sacrificio enorme, pero, gracias a mi autoestima y a la confianza en mí mismo, no me he rendido nunca. Ni cuando jugaba en Fuentealbilla con los de 15 años cuando yo tenía 8, ni cuando he jugado finales con el Barça, ni sobre todo en los peores momentos de mi vida, que pasé hace años”. Iniesta sufrió depresión, un periodo de su vida que empezó en 2009 con la muerte de su amigo el futbolista Dani Jarque, y llegó a reconocer que llegó a perder “las ganas de vivir”. Hoy, aunque sigue en terapia, es un hombre que venció a los días más negros.
—Una última pregunta. ¿Usted juega al fútbol como es?
—Eso es cierto, la verdad es que he jugado al fútbol como he sido, como soy, y tratando de transmitir todas esas cosas de las que he hablado en esta conversación. Nunca me he escondido
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