Miquel Barceló: retrato infinito
La relación entre Jean Marie del Moral y el artista español más internacional se remonta a 1985. Desde entonces hasta hoy, se ha gestado un inacabable arsenal de gestos, espacios, materias y fetiches que conforma una obra en sí misma. Una obra que sigue avanzando.
Había vuelto a vivir en París tras cinco años pasados entre Montreal y Nueva York. Allí, en las salas del MoMA, los cuadros de los expresionistas abstractos americanos agudizaron mi amor por la pintura. Quién me hubiese dicho en aquel entonces que años más tarde yo haría en sus estudios los retratos de Joan Miró, Sam Francis, Jean-Paul Riopelle, Pierre Soulages, Antonio Saura, Joan Mitchell, Frank Stella, Zao Wou-Ki, Alex Katz, Roy Lichtenstein, Antoni Tàpies, Fernando Botero, Pierre Alechinsky, Robert Motherwell y tantos otros…
Conocí a Miquel Barceló en París, un día frío y gris de noviembre de 1985. No se había mostrado muy entusiasta respecto a mi propuesta, pero se prestó a que fuera a fotografiar su estudio y hacerle unos retratos. Recuerdo que ninguno de los dos nos sentíamos a gusto, cara a cara, él enfrente y yo detrás de una Nikon sobre trípode.
Llevo casi 40 años fotografiando la metamorfosis de sus estudios, siguiendo la pista de objetos que he visto aquí o allá a lo largo del tiempo. Son cabezas de animales, peces que ha bañado en formalina, autorretratos esbozados con pintura o carboncillo sobre las paredes. En silencio, lo miro pintar. He estado con él por Italia, Francia, África, España… Sigue intacta a pesar de los años mi fascinación por su obra. También siguen intactos nuestro silencio mutuo, mi timidez, nuestra timidez.
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