En casa de Palomo Spain, el taller andaluz donde se crea la ropa para Beyoncé y Harry Styles
Estrellas internacionales han vestido creaciones salidas de esta casa en el pueblo de Posadas, en la provincia de Córdoba. Aquí, el diseñador Alejandro Gómez Palomo vive y trabaja. Sus creaciones nacen en este taller y luego viajan a Nueva York, París y el resto del mundo
La casa está justo en la curva de una carretera comarcal de doble sentido, llegando a Posadas, un pueblo de Córdoba de poco más de 7.000 habitantes. A pocos les sonaba Posadas antes de 2016 —la era before Palomo Spain—, y de repente, en 2017 Beyoncé presenta a sus mellizos al mundo con un look pensado y cosido en la planta baja de esa vivienda, en medio de la nada. Miley Cyrus y Harry Styles también han vestido creaciones salidas de esa casa. Ninguno de ellos ha llegado hasta aquí —probablemente no entenderían nada de esa curva ni de este polígono industrial—.
Para hacer tiempo tomamos un café en el único bar abierto. Es pronto para hacer visitas, aunque estamos avisados de que las costureras empiezan a las siete de la mañana. En el bar todo el mundo adivina dónde vamos. Cuando Alejandro Gómez Palomo (31 años) volvió a Posadas después de seis años, le dijeron: “Con el dineral que se han gastado tus padres para mandarte a Londres [estudió Diseño Masculino y Tecnología en el London College of Fashion], ¿te vas a quedar aquí?”. La vida de pueblo tiene ventajas y servidumbres. Cuenta Alejandro que siempre hubo muchas expectativas puestas en él. Estudió en un colegio público donde era el que hablaba y se vestía diferente. “A los 10 años, podía recitar el diseñador, la modelo, la temporada, el desfile solo con ver la foto de la pasarela, estaba obsesionado con la historia de Gianni Versace, de Christian Lacroix y especialmente de John Galliano, justo me fui a Londres para seguir sus pasos”, recuerda.
Por encima de todo, Alejandro fue un niño libre. Hijo único de Norberto Gómez, ingeniero, y de Manoli Palomo, profesora, siempre le dejaron ser exactamente quien era. Las fotos de sus disfraces de la infancia, nada normativos y anunciando lo que años después se llamaría genderless fashion, dan fe.
Era muy pequeño cuando alguien le leyó la línea de la vida y le vaticinó una muerte prematura. Él, siempre soñando, esperaba entrar en el ilustre club de los 27 junto a Kurt Cobain o Janis Joplin, pero no sucedió. Hoy, con 31 años cumplidos, ha dejado de ser joven, al menos para los estudios demográficos. Para esta sesión esperábamos a un Palomo excesivo, con volantes, tacones y plumas de avestruz, pero se nos plantó delante un Alejandro sobrio, estilizado, con camisa y pantalón negros que dejó al fotógrafo con ganas de drama. ¿Será el sosiego de la edad? ¿O acaso el jet lag? El día de este encuentro el diseñador acababa de volver de Nueva York. La colección Cruising in the Rose Garden que presentó en el hotel Plaza aún seguía en cajas, y él amanecía en ese estado de confusión propio del día después de un viaje a una galaxia lejana y suntuosa, muy diferente a Posadas.
—¿Por qué ha decidido quedarse aquí?
—El destino: una parte de mí pensaba que volvería a Londres, pero como había conseguido vender parte de mi colección de final de carrera, ese verano vine a producir, monté un tallercito con mi padre y empecé a trabajar con María Luisa, una modista del pueblo que me acompañó durante tres o cuatro años, hasta que se jubiló. Después quise sacar una primera colección seria de 19 looks que requería más trabajo y le pedí a mi padre que me dejara quedarme más tiempo. Fue la colección Orlando, que presentamos en Madrid en 2016, y se encendió la mecha. Empezamos a tener pedidos de tiendas internacionales como Opening Ceremony, fuimos a Nueva York, nos reunimos con Vogue America…, todo eso nos dio confianza para seguir.
—¿Le da problemas estar en el pueblo?
—Es cierto que se ralentizan algunos procesos y nos cuesta más formar un equipo estable. Trabajo con gente muy joven, muy moderna. Si ves a un chico con falda en el supermercado del pueblo, ese es de mi equipo. Pero es gente inquieta que no se va a quedar aquí mucho tiempo.
A pesar de todo, el diseñador considera “un regalazo” disponer de espacio, jardín y campo. “Me hace sentir libre y afortunado. Obviamente hay días que me quiero ir, y por suerte viajo bastante, pero es bastante gustoso llegar con las maletas y tener en el mismo sitio el taller y la casa y no tener que moverme más”.
Con la segunda colección Alejandro tuvo que ponerse a buscar casa. “La oficina de mi padre se nos quedaba pequeña y este edificio que había sido una tienda de muebles con un taller de forja llevaba en ruinas muchos años”. Primero montó el taller. Unos burros, una mesa, un par de máquinas de coser y dos o tres personas para la costura. Al poco tiempo se mudó. “Compré un sofá cama de Ikea y me instalé. Vivía dentro del taller, venían las costureras y me sacaban literalmente de la cama. Éramos una comuna donde creábamos, hacíamos planes y se quedaban a dormir los amigos”.
Luego tuvo que ocupar la primera planta, donde hoy un Alejandro más sosegado sigue mezclando vida privada y trabajo, pero con una escalera por medio. “Cierro la puerta y mi casa es muy mía, una burbuja donde soy muy feliz”. Lucio, un braco de Weimar de seis años, es el único que sube y baja escaleras saltándose habitaciones y espacios. Por el día trabajan y por la noche hacen vida de pueblo. “Nos vamos a cenar a El Mesón o a Rogelio, un jamón y un vino. Y llevamos una vida paralela en la sierra de Posadas que es estupenda. Más que en el pueblo, vivo en el campo”.
Como diseñador “modernodepueblo” Alejandro ha construido extrañas alianzas. El 80% de su negocio está fuera de España, y la mayoría de los pedidos provienen de Estados Unidos e Inglaterra, países de aduanas difíciles. El trasiego de cajas es continuo. Se mandan regularmente paquetes a todo el mundo, en los desfiles por cada colección se envían entre 30 y 40 cajas, más los percheros para las prendas delicadas. Alejandro confía ciegamente en Correos. En 2022 diseñó la colección cápsula Palomo × Correos para agradecerle a la institución cada uno de los envíos que habían llegado a tiempo a su destino.
Desde 2016 está escuchando que lo va a “petar”, que una gran casa lo va a fichar, que es cuestión de tiempo. Luego en alguna borrachera también le dicen: “¿Qué ha pasado? Tenían que haberte ocurrido grandes cosas. Estás estancado”. En esa esquizofrenia vive este creador conocido en las casas de toda España por el programa de televisión Maestros de la costura. “Nos hemos convertido en gente ambiciosa que tiene muy claro dónde quiere llegar, y si tenemos que odiar todo lo que hemos hecho anteriormente, pues lo hacemos. No pasa nada, es casi natural terminar una colección, amarla, y luego cogerle manía”. Le gusta ser independiente en un mundo de conglomerados y emporios, pero sabe que no es gratis. “Nuestra economía es austera, casi de guerra, compramos lo justo: las boas de plumas para hacer dos abrigos y ni uno más”.
—¿Tiene una cuenta pendiente con el actor Timothée Chalamet?
—[Risas] No lo sabe, pero su estética me la he inventado yo. No se ha dado cuenta de que he sido yo quien lo ha estado soñando, y entonces de repente él se ha plantado en este mundo. Aquí lo estoy esperando.
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